domingo, 4 de junio de 2017

José Saramago; reúnen todo su teatro

 
 
Por: Virginia Bautista
 
 
Un Don Juan muy lejos del esquema del macho todopoderoso, “más bien un macho vulnerable que no halla cómo conseguir sus objetivos”. Así es el protagonista de la obra de teatro Don Giovanni o El disoluto absuelto, del portugués José Saramago (1922-2010).
 
 
¿Saramago dramaturgo? Es la primera sorpresa que se llevó Ramón Córdoba, editor ejecutivo del sello Alfaguara, cuando tuvo a su cargo el título Qué haréis con este libro. Teatro completo, que compila las cinco piezas que escribió en este género el Nobel de Literatura 1998 a lo largo de 25 años.
 
 
 

Pero la sorpresa mayor, confiesa el también escritor en entrevista, fue descubrir que el narrador y poeta había dado vida a un Don Juan “muy divertido e irónico, en pocas palabras, se burlaba de él, del gran prototipo varonil”, dice sobre la última pieza teatral que publicó en 2005.
 
 
 
El libro, de 619 páginas, que vio la luz en España en noviembre pasado, pero que se acaba de lanzar en México, reúne, además de la ya mencionada, las obras La noche (1979), Qué haréis con este libro (1980), La segunda vida de Francisco de Asís (1987) e In nómine Dei (1993).
 
 
 
“Es tan poderoso el influjo de su narrativa que, cuando uno lee su teatro, piensa en sus novelas y cuentos. Yo sabía que escribía poesía, pero de su dramaturgia se conoce poco. Estas piezas no han sido llevadas a escena en temporadas formales, ni siquiera en su país natal”, explica.
 
 
 
El especialista en el autor de Ensayo sobre la ceguera agrega que cuando comenzó a leer estos textos se percató de que esperaba lo mismo que de su prosa. “Es decir, que sea amorosa, densa, que vaya despacito y desarrollando ideas. Pero no, creo que él estaba muy consciente de que en este género tienes a gente en la sala dispuesta a ver una función, por lo que debe haber movimiento”.
 
 
 
Para Córdoba, el teatro de Saramago no es innovador en el arte de la dramaturgia. “Pero sí mantiene un animado diálogo que va construyendo toda la acción. Y, por lo tanto, hay siempre más de un personaje en escena, mucho movimiento, entradas y salidas y muy pocas acotaciones escénicas. Sólo es diálogo y acciones”.
 
 
 
Aclara que “los personajes no pueden dejar de cargar la cruz de su parroquia. Son producto de su pluma y, por lo tanto, regresan a los temas de don José: básicamente la condición humana y la convicción de que el hombre nace como un pobre diablo y va buscándose una vida menos triste, con alguna clase de esperanza, sin mucho anhelo de redención”.
 
 
 
La religión es otra de las preocupaciones temáticas que atraviesan, al igual que sus novelas, la dramaturgia del autor luso. “El motor de las acciones son los eventos históricos donde se ven enfrentadas diversas clases de fe. Pero, en realidad, los motivos que están detrás son geopolíticos, cómo es necesario, incluso, deshacerse de todo un grupo que tiene una creencia específica”.
 
 
 
El editor añade que estos temas le eran muy cercanos a Saramago. “Lo obsesionaron tanto, que los tenía ya muy hechos en la mente. Y a la hora de darles voz, esa voz suena como si estuviéramos escuchando por accidente una conversación entre dos personas”, concluye.

Dramaturgo involuntario

 
José Saramago apunta en la introducción Cómo y por qué de La noche, que aparece previa a esta obra, que rechazó la primera invitación a escribir “una obra de teatro cuya acción pasara en la redacción de un periódico”, que le hizo la directora portuguesa Luzia Maria Martins “allá por 1977 o 1978”.
 
 
 
Explica que esa negativa estuvo determinada por su conciencia clara de su falta de conocimientos escénicos, “sobre todo la duda de cómo manejar palabras que, habiendo empezado por ser escritura, tendrían como último destino un discurso oral…”.
 
 
 
Sin embargo, tras aclarar que “es cierto que el ser humano fue hecho para ser tentado”, señala que “dos días después era yo quien buscaba a Luzia para decirle que aceptaba la invitación”.
 
 
 
Fue así como el autor de El evangelio según Jesucristo e Historia del cerco de Lisboa aceptó el reto de crear “un mundo particular de significados, una realidad distinta, entretejida con la realidad corriente, un eco capaz, paradójicamente, de actuar sobre el propio sonido que le había dado origen. Así veía yo el teatro, así continúo viéndolo hoy”, detalla en el libro.
 
 
 
Ante esto, Córdoba destaca que se nota que Saramago le tenía extremo respeto al teatro. “Si finalmente se atrevió a escribir obras fue porque le tenía amor. Él dice que no es un gran dramaturgo, que en ese territorio muchas cosas le son desconocidas, que su experiencia en el teatro ha sido como espectador. Pero que, con todo eso, no pudo sustraerse a la necesidad de experimentar con ese vehículo expresivo.
 
 
 
“Estoy seguro de que él hubiera disfrutado ver a sus personajes en escena. Pero creo que también hubiera sufrido, porque no era el género en que se sentía más cómodo. Se concebía como un dramaturgo involuntario, afirmaba que el que se haya puesto a escribir teatro era una obra del azar”, indica.
 
 
 
Sin embargo, el editor se alegra de que el Nobel portugués haya incursionado en la dramaturgia. “No sabemos leer teatro. A lo mejor nos vacunaron en la secundaria haciéndonos leer cosas infumables, que ni entendíamos. Pero creo que Saramago puede ser un gran antídoto para eso. Uno empieza a leer sus obras y es inmediatamente seducido por su calidad. La única diferencia con sus novelas es que el teatro tiene un formato específico. Varía la forma, no el contenido”.
 
 
 
Es tal el entusiasmo de Córdoba que, incluso, ya hizo llegar el libro a un par de compañías creadas por estudiantes de teatro. “Esta es nuestra oportunidad en México para darle vida a sus obras. Para representarse no exigen extremados recursos de producción. Tienen en rigor pocos actores. Creo que se podrían montar incluso en estilo minimalista, prácticamente sin escenografía”, aventura.
 
 
Fuente: Excelsior

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