domingo, 23 de julio de 2017

Salón Los Ángeles, reducto del gozo




Por: Juan Carlos Sanchéz

La historia comenzó la tarde del 29 de julio de 1937: en el escenario aparecieron la Orquesta de Gonzalo Curiel y la Danzonera de Toto. Lo que había sido una vieja bodega de carbón acabaría convirtiéndose en uno de los más legendarios espacios de la Ciudad de México. “Era la mitad del sexenio de Lázaro Cárdenas, unos pocos años antes de la Segunda Guerra Mundial; los ritmos en boga eran el danzón, el boogie-woogie, el foxtrot, el swing; con esos ritmos se inauguró el Salón Los Ángeles”, dice Miguel Nieto Applebaum, actual propietario del local de baile de la colonia Guerrero, que está por cumplir 80 años de existencia.


Miguel es el tercer Nieto que se hace cargo del lugar. El primero fue su abuelo y el segundo, su padre. Los tres vieron cómo se transformó la Ciudad de México, su vida nocturna y la manera de convivir en ella, también cómo fue evolucionando la música bailable. Cuando Los Ángeles abrió sus puertas “la ciudad terminaba aquí”. Para entonces, lo que hoy es la calle de Lerdo era conocida como Mercado y ahí llegaba un tranvía que iba al Centro Histórico. “Después eran puros llanos”.



La capital del país era otra y de esa otra ciudad proviene Los Ángeles. El abuelo, don Miguel Nieto Alcántara, tenía un negocio de madera que repartía en las colonias Roma, Condesa y Juárez. También vendía carbón, que almacenaba en el predio que hoy es el salón de baile: “pero cuando el combustible principal cambió a petróleo y después a gas, se dejó de vender el carbón y dejó de utilizarse ese terreno”. Un amigo suyo, de nombre Alberto Rojas y que había sido socio del salón La Playa en la calle de Argentina, lo convenció de abrir el nuevo espacio de retozo.


OTRA ÉPOCA
Es martes por la tarde en la colonia Guerrero. Al portón de Lerdo 206 llegan caballeros muy “pípiris”, con el zapato bien boleado, el saco bien planchado y la corbata en su lugar; del brazo llevan a las damas que, para no quedarse atrás, llevan riguroso vestido, medias y taconcito: “antes había un código de vestir y de conducta”, dice Miguel. En Los Ángeles se hizo una costumbre —que continúa hasta el día de hoy— que el baile es los martes y los domingos. Esos días le fueron asignados en la década de los 50 por la unión de saloneros que existió.


“Había tantos salones que decidieron que no todos abrirían diario, porque no había mercado para todos, de tal manera que, por ejemplo, el California Dancing Club abría los lunes, Los Ángeles el martes, el Colonia los miércoles y así cada uno tenía su día y todos abrían parejo el domingo; esa tradición se quedó desde aquella fecha”. En un día u otro, la pista de baile se llenaba. La catarsis se lograba bailando y aquellas orquestas que sólo se podían escuchar a través de la radio, en la XEQ o en la XEW, podían verse y disfrutarse en vivo, nada más ahí.


El salón de baile era la pura gozadera, incluso, dice Miguel, “era uno de los primeros lugares donde la mujer podía decir que no, que no quería bailar, que sólo quería escuchar, que sólo quería bailar una pieza, era un lugar donde se podía ejercer la libertad”. Y un lugar donde, bailando, todos se reconocen como iguales: “al acudir al salón de baile se pertenece a un grupo; el más popular no es generalmente el más rico o el más guapo ni la más agraciada, sino quizás el que mejor baila, el más simpático o el que mejor plática tiene, hay una cuestión más humana”, considera.


Esa empatía se ha conservado en Los Ángeles, también su aspecto. Miguel dice que el 99% del costado izquierdo del salón, incluida su célebre barra, continúa siendo el mismo de 1937 y que las únicas modificaciones sucedieron en los años 80 cuando se amplió el espacio. El salón original puede verse casi idéntico durante 12 minutos en la cinta Una gallega baila mambo (1951, Emilio Gómez Muriel), en la que, además de Joaquín Pardavé, actúan Silvia Pinal, Niní Marshall, Toña La Negra y el trío Los Panchos.



DEL BARRIO
En las inmediaciones del salón de baile están los vestigios arqueológicos de lo que fue la segunda ciudad más importante del valle de México en la época prehispánica; está el Centro Cultural Universitario Tlatelolco y la propia Unidad Nonoalco Tlatelolco, la iglesia de Nuestra Señora de Los Ángeles “en donde hubo un cura que está en vías de canonización y cuyo acólito fue Cantinflas; ahí surgió Pérez Prado, el mambo y el chachachá; ahí cantó Celia Cruz, la Sonora Dinamita, la Matancera y la Santanera. “Es un barrio único, es muy difícil encontrar otro lugar con esa conjunción de factores en cuatro cuadras a la redonda”, sostiene Miguel Nieto.


La historia de Los Ángeles está íntimamente ligada a la de la colonia Guerrero. “Es obvio que Los Ángeles esta unido al barrio, que tiene ese nombre por la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, esa iglesia le da nombre al barrio y de ahí toma el nombre el salón, de la misma manera que la ciudad de Los Ángeles, California, se llama así por esa misma patrona, cuya fiesta se celebra cada 2 de agosto”. Ese barrio de la colonia Guerrero fue escenario idóneo para que el salón del baile forjara su historia y tradición.


Territorio de grandes casonas —en la calle de Héroes se encuentra la que perteneció al arquitecto Antonio Rivas Mercado— fue al mismo tiempo refugio de las clases más populares, que no encontraban cabida en colonias “más petulantes” como Santa María La Ribera o la Juárez. “La Guerrero tenía una mayor mezcla, con más gente pobre y rica, más cercanía con lo rural por la cercanía con los llanos que seguían después de los talleres de ferrocarril de Buenavista, que llegaban hasta ahí; pero también esa visión cosmopolita que es lo que distingue al salón de baile de los años 30”.


En definitiva, esa mezcla se convirtió en un reducto de lo que hoy es México y el padre de Miguel, el señor Miguel Nieto Hernández, se atrevió a inventar el lema: “El que no conoce Los Ángeles, no conoce México”. Lo hizo en 1948, después de un viaje a la ciudad estadunidense.
“Él le dio una triple interpretación, está hablando del barrio de Los Ángeles, un barrio popular en la Guerrero, pero también del salón de baile, popular pero que propone las músicas mas contemporáneas de aquel entonces como el mambo, el chachachá y muchos ritmos más que surgieron desde ahí. Pero propone que también que para poder entender a México como país había que entender que ya éramos dueños de una parte de Estados Unidos; por eso, quien no conoce el barrio, el salón o la ciudad, no conoce ese México tan complejo, diverso y rico”.
FESTEJO
El Salón Los Ángeles sólo ha cerrado dos veces en su vida: una, después de los sismos de 1985, cuando debieron someterse a las revisiones de protección civil, necesarias después de la catástrofe, y la otra cuando se suscitó la crisis sanitaria por la influenza H1N1, en 2009. Ochenta años después de su apertura, el salón de baile busca continuar su tradición. Miguel Nieto dice que, de no renovarse, los escasos salones que existen están destinados a la desaparición.


El salón de la colonia Guerrero sigue teniendo baile los martes (ese día se presenta la Danzonera de Felipe Urbán, la Big Band de Pepe Luis y una tercera banda que alterna con otras), y los domingos (siempre hay bandas diferentes que tocan son cubano, salsa y cumbia), pero ahora hay una serie de eventos especiales que incluyen fiestas o conciertos de otros géneros (la cartelera se puede consultar en salonlosangeles.mx).



Para festejar su aniversario, Los Ángeles ha preparado un cartel doble: el 29 de julio tocará la Sonora Matancera de Javier Vásquez, la Sonora Dinamita y Son14 de Cuba; así como Héctor Infanzón y su orquesta. El 2 de agosto, día de Nuestra Seños de Los Ángeles, el festejo seguirá con la presentación de La Auténtica Santanera de Gildardo Zárate y la Danzonera Acerina.

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