domingo, 6 de octubre de 2019

Beatriz Espejo, sin generación

Beatriz Espejo nació en el puerto de Veracruz, el 19 de septiembre de 1939 / Foto: Paola Hidalgo

Por: Virginia Bautista

Beatriz Espejo confiesa que ha confeccionado su trabajo literario a la vez con humildad y soberbia. “Humildad porque sabes que antes de ti ha habido grandes escritores y debes tenerla para acercarte a la literatura y pensar que puedes ofrecer algo interesante. Y soberbia porque, a pesar de todo, lo haces, insistes, pues no sabes hacer nada más”.

Alumna de autores como Julio Torri, Juan José Arreola y Rubén Bonifaz Nuño, la narradora veracruzana que ha explorado sobre todo el cuento y el ensayo admite que, ahora que acaba de cumplir 80 años, lo que más desea es que los mexicanos redescubran su obra, que la conozcan en su totalidad.

Por esta razón, detalla en entrevista con Excélsior, pidió al INBA que titulara “Leyendo a Beatriz Espejo” al homenaje que se le rendirá por su trayectoria este domingo, al mediodía, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

No quería cumplir tantos años, por los achaques que vienen, pero también estoy consciente de que cada etapa de la vida es importante. Sin embargo, el mejor homenaje es que lean mi obra”, afirma en su cubículo del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

La doctora en Letras Españolas por la máxima casa de estudios del país, donde da clases, destaca que, desde la publicación de su primer cuento, La otra hermana, en 1958, descubrió que le gustaba explorar como tema a la mujer y sus condiciones sociales, su contexto histórico.



La mayoría de mis personajes o narradoras son mujeres, pues las conozco mejor y puedo alcanzar mejores logros, ya que los hombres son un enigma para mí. Los conflictos que enfrentan las mujeres ha sido el detonador en algunos de mis títulos. Me interesa hurgar en sus circunstancias, en el mundo de los hijos, en su falta de información y los problemas que ellas traen a cuestas”, explica.

No obstante, continúa, esto no significa que su obra literaria sea femenina o feminista, como en ocasiones se le ha clasificado. “Estoy absolutamente en contra de que la cataloguen así, porque no lo es; es obvio que está escrita por una mujer, pero lo que me interesa es que acuse una buena literatura, que sea de calidad”.

Quien en 1959 fundó, a partir de un equipo femenino, la revista literaria El Rehilete, que ella dirigió tres de los diez años de vida de la publicación, acepta que, aunque ha publicado las novelas Todo lo hacemos en familia (2001) y ¿Dónde estás, corazón? (2014), sus géneros favoritos son el cuento y el ensayo.



Me siento muy libre con el cuento, pues es muy difícil crear un buen relato, no cualquiera puede escribirlo. Me gusta seguir la estructura clásica: un buen comienzo, un desarrollo en suspenso y un final sorpresivo. En el ensayo he escrito sobre mis intereses literarios. Estos textos se enriquecen en la medida que vas aprendiendo. Requiere de conocimiento e investigación”, agrega.

La autora de Muros de azogue (1979) y Alta costura (1997) añade que no se siente parte de ninguna generación de escritores. “He hecho mi trabajo en solitario. Tengo amigos, pero a la hora de escribir y publicar me he valido de mí misma”.

Indica que, entre sus planes creativos, pretende terminar su novela Los eternos dioses, que le premiaron en el Centro Mexicano de Escritores, donde estuvo becada en 1970, y en El Colegio de México, pero que nunca pudo finalizar, porque “no he encontrado el hilo conductor de una serie de personajes que desembocan en la muerte de otros”. Además, escribe diversos ensayos que publicará el sello Editores Mexicanos Unidos.

SUS MAESTROS

Espejo asegura que comenzó a escribir a los 12 años, cuando, para cumplir con una tarea, hizo un pequeño cuento que tenía como protagonista a una doctora de apellido Wilson. Ahí descubrió que quería estudiar Letras.

Y fue en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM que conoció a los tres maestros que marcaron su estilo: Torri, Arreola y Bonifaz Nuño. “Torri fue un descubrimiento impresionante. Fui a la Facultad y me encontré con un viejito que sabía muchísimo de literatura. Yo, que venía de una escuela de monjas, me quedé sorprendida de hallar una persona tan sabia.

Parece que era mal maestro, pues tenía una voz bajita y la mitad del salón no oía nada en su materia de Español Superior, y los alumnos se portaban muy mal. Pero yo lo adoré, lo seguí a todos sus cursos y le dediqué mi tesis doctoral”, recuerda.


También en la UNAM oí hablar a Arreola en una conferencia y me quedé literalmente pegada a la silla, diciendo ‘éste es el maestro que he buscado toda mi vida’. Le pregunté si podía asistir a sus talleres y me dijo que sí y a partir de ahí lo seguí hasta su lecho de muerte, en Guadalajara”, evoca.

La narradora también fue apoyada por los consejos de Salvador Elizondo, “un amigo medio coqueto, difícil, a quien conocí en la ópera”. Pero, sobre todo, enriqueció su propuesta creativa bajo la mirada del crítico literario Emmanuel Carballo, su esposo y padre de su hijo.

Lo conocí siendo muy joven, tenía 17 años. Era un hombre terriblemente guapo. Me gustó apenas lo vi y yo le gusté a él apenas me vio. Pero me dijeron que era casado y, como era muy conservadora, no lo volví a ver. Pasaron los años, me casé, me descasé, y a los diez meses él me pidió matrimonio, hacia 1973.


Fue una unión muy venturosa que duró hasta su muerte, en 2014. Gracias a Emmanuel conocí el amor constante y eficaz; y gracias a mi primer marido la pasión. Así que me siento muy feliz por haber descubierto ambos sentimientos”, concluye.

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