martes, 7 de enero de 2014

La danza en el 2014

 
 
 
Por: Rosario Manzanos.
 
Comienza un año y se espera, como por arte de magia, que se inicie un cambio de ciclo y el futuro nos confiera la fuerza para encarar con una buena sonrisa y los pies en la tierra los acontecimientos que se avecinan de forma inexorable.
Pero nos guste o no, la cuesta de enero se inicia con gran incertidumbre para la danza nacional. El 2013 dejó tras de sí muchas batallas perdidas, cambios de mando en las instituciones culturales, fracasos en el foro, muertes lamentables y sobre todo un caos con respecto a la estructuración de eventos.
Y no se trata de ser aguafiestas ante el nuevo año que apenas inicia, ni de echar cubos de agua sobre las iniciativas y el profesionalismo de muchos promotores y gestores de danza. Pero si el 2013 fue un año dificilísimo, el 2014 lo será también, porque ni la danza ni el arte en general pueden estar fuera del contexto social por el que pasa el país.
Como dice Néstor García Canclini en uno de sus textos, existen múltiples obstáculos para entender la correlación entre procesos artísticos y procesos sociales.
Entre ellos “las posiciones idealistas y románticas que imaginan al arte como un fenómeno espiritual, ajeno a las condiciones sociohistóricas” y los “‘creadores’ que reclaman para sí la originalidad absoluta” y por supuesto los “historiadores que examinan el desarrollo artístico como la sucesión aislada de individuos excepcionales y obras solitarias”.
La administración pública heredada de los panistas ha sido un verdadero desastre. Pero la posición de cacicazgo de los priístas y la ineptitud de los perredistas han puesto de cabeza a un golpeado gremio dancístico que sobrevive a fuerza de nadar contra la corriente en muchos casos y, en otros, cediendo —con resultados funestos— frente a los programadores de teatros y festivales.
¿Qué depara entonces el 2014 a creadores y bailarines?
En primer lugar la falta de reconocimiento al trabajo artístico: Como se sigue pensando que los artistas son seres “hipersensibles, excepcionales y únicos”, se les trata bajo pautas que no tienen nada que ver con el proceso histórico cultural de país.
Se les considera entonces —paradójicamente— como autores de actividades que en realidad no dan ningún beneficio a la sociedad en general y, por lo tanto, prescindibles, ya que su trabajo es elitista y de poca popularidad.
Mientras tanto, instituciones de gran impacto cultural como Conaculta, Fonca, INBA, UNAM y la Secretaría de Cultura del Gobierno del DF ofrecen, orientados hacia el positivismo y lo peor, hacia el difusionismo, cifras cuantitativas de sus miles de actividades, beneficiarios, becarios y público asistente a sus eventos sin jamás detenerse a analizar la dimensión cualitativa de lo que hacen.
Porque si la danza ha de ser evaluada en cualquiera de sus aspectos bajo la perspectiva de la “utilidad” a obtenerse de ella, estamos perdidos en un laberinto sin salida.
Sobre todo porque en estos tiempos en los que la industria del entretenimiento es dominada en México por Televisa, TV Azteca y las diversas cadenas de cable, resulta más que obvio que las manifestaciones como el teatro corporal, el performance dancístico y hasta la danza contemporánea, están en serio peligro.
A esto se aúna que si las propuestas de estas formas artísticas que se presentan cotidianamente en los foros del país no son sujetas a una estricta curaduría y evaluación, en cuanto a su calidad los teatros se quedarán vacíos.
Hasta ahora, las programaciones de festivales y teatros del país se hacen con supuestos criterios “democráticos” y no de calidad, porque se considera que ésta solo posee un valor subjetivo, que suele vincularse con la idea de que todo mundo debe tener acceso a los escenarios.
Cabe entonces la pregunta de si lo que se debe de evaluar es la “popularidad”, digamos al estilo del Ballet Folklórico de Amalia Hernández, compañía privada que lleva más de cincuenta años haciendo uso del Palacio de Bellas Artes y otros foros del gobierno federal bajo un convenio que nadie conoce.
Mainstream
Estar fuera de los medios masivos, no hacer el uso adecuado de ellos y no invertir en difusión de la danza nacional es un error capital.
Si se hiciese una evaluación sobre lo mejor de la danza internacional que se vio en México en el 2013, sin duda el Festival Internacional Cervantino estaría a la cabeza. Con una programación espectacular, presentó en su última edición a la excepcional compañía taiwanesa Legend Lin, que dejó al público asistente al Auditorio del Estado, atónito ante la belleza y la fuerza de las imágenes de su montaje Song of Pensive Beholding. Chants de la Destinée.
Charleroi Danses no se quedó atrás con Kiss and Cry, espectáculo magistral interdisciplinario de danza, video y performance que conmovió hasta las lágrimas a muchos de los asistentes durante sus funciones en Guanajuato. Lo mismo sucedió con Maguy Marin y su montajeSalves, a favor de los mártires republicanos de España, y en la Alhóndiga de Granaditas con la Moiseyev Dance Company y su montaje —tipo show— de gran calidad.
La primera pregunta es ¿quién tuvo conocimiento de que vinieron todos estos artistas y de la calidad y belleza de su obra?. La segunda: ¿cómo es posible que no recorrieran el país entero, se hiciera difusión de su trascendencia dentro del arte mundial y se promoviera que los estudiantes de danza de las principales escuelas del país viajaran a verlos?.
La respuesta, en algunos casos, ante la molesta pregunta fue la ya muy trillada “falta de presupuesto”. La siguiente fue que “nadie se enteró…”
El turbulento 2013 trajo cambios radicales en la administración dancística: Cuauhtémoc Nájera dejó la Dirección de Danza de la UNAM y llegó a la desastrosa Coordinación Nacional de Danza del INBA que, sexenio tras sexenio, parece claudicar frente a los innumerables problemas que existen en esa institución.
Aunque nunca ofrece conferencias de prensa, a finales de diciembre pasado anunció que hará una temporada internacional en el Palacio de Bellas Artes, cambiará el perfil del Premio INBA/UAM y hará un homenaje a Guillermina Bravo, fallecida en noviembre del 2013.
Nájera se ha dedicado a realizar un diagnóstico nacional de la danza escénica, recorriendo el país de cabo a rabo, y está convencido que los festivales deben de continuar pero que la programación de danza de primer nivel tiene que ser permanente en todos los foros del país.
Buenas intenciones, pero la realidad es que no cuenta ni con el presupuesto ni con el apoyo de de las instituciones culturales de provincia, para llevar adelante su proyecto. El centralismo siempre ha sido una mala estrategia y muchos programadores del interior están hartos de recibir instrucciones desde la Ciudad de México.
Tenaz y decidido, Nájera ha afirmado que logrará sus pretensiones pero sin recursos adecuados y un buen margen de maniobra. Él, que ha sido un artista de primera línea, no aguantará la burocracia brutal del INBA. El 2014 será el año que definirá hasta dónde puede llegar con su empuje y conocimiento.
Mexico City
En lugar de Nájera, en la dirección de danza de la UNAM entró la regiomontana Angélica Kleen, ex directora de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey y experta de reconocido currículum en la enseñanza del ballet.
Con buen ánimo, pero sin presupuesto, Kleen se volcó en el 2013 hacia la danza de aficionados y para el 2014 ha preparado un proyecto dirigido a la docencia profesional y la capacitación académica, con una mirada hacia los programas de posgrado. Es claro que ya es hora de que la UNAM cuente con un centro especializado para la capacitación dancística y no sería raro que Kleen busque apuntalar el inicio de semejante proyecto.
Por otro lado, se sabe que elaborará propuestas de producción dancística con grupos de danza contemporánea, ballet y flamenco. El salón de danza seguirá siendo un espacio de experimentación para los que no tienen foro o buscan otro tipo de acercamiento con el público.
Tanto Kleen como Nájera, no han logrado convocar al público a sus eventos de mayor calidad. La proliferación de grupos de jóvenes llenos de vitalidad que son parte del movimiento de moda de la “no danza” —realizan acciones, medio actúan, hacen espectáculos incomprensibles y sin objetivos claros y no se entrenan— ha ahuyentado a la gente de los foros.
Interesante como fenómeno cultural pero con poca trascendencia en el ámbito del arte, la “no danza” es contestataria. Muy interesante para quienes la realizan pero aburrida para quien paga una entrada y a los quince minutos siente deseos de irse y siente que lo que vio fue un fraude.
El Teatro Esperanza Iris de la caótica Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Fedral, bajo la dirección de Ángel Ancona, dio batalla en el 2013 y se lució con figuras como la del bailaor flamenco Israel Galván. Para el 2014 —si es que no se derrumba toda la estructura de la Secretaría de Cultura— dará cupo y hasta intentará producir a múltiples compañías de ballet, danza contemporánea, flamenco y folclor. Pero no solo en ese foro sino también en el Benito Juárez y en A Poco No, entre otros.
Si Ancona contara con un presupuesto, por lo menos triplicaría sus actividades, pero hasta el momento solo ha ofrecido taquillas y mínimas condiciones. Utilizando toda suerte de intercambios, se dice que en marzo traerá a uno de los bailarines contemporáneos más cotizados de Inglaterra.
Muchas visiones nuevas de la danza quedan fuera de esta pequeña reflexión para el futuro. Pero me parece fundamental subrayar que el arte de la danza no mejorará si los aspectos de seguridad pública, educación, producción económica, protección del patrimonio y el claro establecimiento de políticas culturales y su aplicación real, no funcionan de forma holística al lado del desarrollo artístico.
¿A quién diablos se le ocurre dedicarse a la danza en México? La respuesta es sencilla: a los que no pueden evitarlo y lo hacen en contra de todo, incluso, en ocasiones, de su propia seguridad económica y profesional a futuro.

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