lunes, 3 de junio de 2013

Armando Belmontes, la fascinación de la conciencia

 
 
 
Por: Laura Elena González^
 
La obra que se ofrecía a los espectadores en las exposiciones de Armando Belmontes pronto los instalaban en lo que parecía una clara certeza: la de encontrarse ante un lenguaje plástico muy logrado, limpísimo y sereno. Después, otras reflexiones completaban el juicio y afinaban el gusto.

En mi caso, tuve el privilegio de atestiguar el trabajo de este pintor a lo largo de un poco más de veinte años. Y después el de compartir con él un espacio laboral en el Instituto Potosino de Bellas Artes. Así he creído desentrañar algunos indicios y motivos que me permitieron entender su obra como una propuesta rigurosa y efectiva, a saber: la mano y el ojo que ambicionan ofrecer y compartir una clave, la de quien percibe los símbolos centrales de Occidente, al igual que el permanente sobresalto de sus paradojas y su calidad escéptica.

 El paso de los años, hasta poco antes de su partida, cuando ya su trabajo plástico le resultaba imposible, no hizo sino depurar aún más estas virtudes. A ellas, sin embargo, se sumaron diversos logros que han de permitirnos reconocer en Armando, de ahora en adelante y para siempre, a un artista visual de primera línea: un maestro que controló la técnica y un hombre de amplia pasión creadora hasta el fin de sus días.

 Eso se reflejó en la personalidad de un artista dedicado y lleno de mesura, alejado de la banalidad de cierta vida pública y de toda presunción.

 Como todo trabajo plástico, el de Armando Belmontes interpelaba nuestra mirada; como no muchos, sin embargo, consiguió problematizar nuestra experiencia y potenciar nuestra apreciación con el golpe revelador y sorpresivo del concepto que resulta de los juegos combinatorios a que él recurrió siempre. Cada uno de los trabajos de Armando Belmontes parece provenir de una gran lucidez creativa, la que entiende cómo conseguir (con limpieza y colorido, con originalidad y composición, con sugerencia y misterio) la fascinación inicial; y cómo transformar la conciencia y la memoria del que abandona la contemplación (con el símbolo y la metáfora, con el concepto que es resultado del equilibrio y la suma de elementos).

  Así, estoy segura de que tras su partida, ya sin su presencia física, nos restará su obra total para seguir promoviendo en nosotros una aligerante confianza: si algo quisiéramos esperar de la postmoder¬nidad podríamos preferir que tal sea el aniquilamiento de algunos equívocos sobre los que hemos cimen¬tado distracciones y mentiras. Entonces habría que esperar, como nos lo advirtió concienzuda y reiteradamente Armando Belmontes, que los colores tuvieran olor, que los aromas fueran visibles, que el concepto y el símbolo, la figura y la metáfora nos condujeran a un fin sereno y sonriente...

 
Laura Elena González es poeta, promotora cultural, maestra y actualmente directora del IPBA

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