De plano la muerte la trae con los escritores. Federico Campbell, el hijo de Tijuana que amaba al mar Mediterráneo y al Adriático, el lector apasionado y amigo íntimo de la lengua italiana, el narrador y periodista, lúcido y crítico, antisolemne y curioso, se ha marchado.
Me acuerdo ahora de una tarde en que nos encontramos en una banqueta de la colonia Condesa y nos fuimos juntos y a la carrera hacia el Palacio de Bellas Artes para despedir a Carlos Monsiváis: cuando llegába...mos a las puertas del palacio una carroza fúnebre partía en estampida con el cuerpo de Carlos. Federico comentó, con esa entonación de voz pausada y meditativa que lo caracterizaba, de boca apenas entreabierta y mirada concentrada, que Carlos era un peatón, que no entendía porque se iba con tanta prisa, en coche, y nos dejaba plantados, que lo natural es que lo hubiéramos llevado andando a darle una última vuelta por las calles que nos enseñó a ver.
Aquella mañana, un poco frustrados de haber llegado tarde a la cita, nos fuimos al mercado de San Juan y compramos algunas verduras y mariscos. La posibilidad de compartir la pesca del día con su mujer Carmen Gaitán, le devolvió el ánimo.Cada uno de nosotros se fue con su compra a su propio domingo.
Yo lo recordaré elegante, con su sombrero panamá, su saco de lino claro y los periódicos, revistas y libros exprimidos bajo el brazo.
Supongo que el cielo de Federico será una calle, una mesa de café donde leer y conversar con sus amigos. Ahí estará mañana, ese será para siempre su domingo. Abrazo desde aquí a Carmen y a su hijo, el también periodista Federico Campbell Peña, y a sus queridos amigos, a David Huerta y a María Cortina, que llorando me dio la noticia de que Federico no ira ya más a compartir su inteligencia a los cafés del mediodía.
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