domingo, 11 de octubre de 2015

Julián Herbert revive llaga histórica en nuevo libro

 
 
Por: Juan Carlos Talavera       
 
En mayo de 1911 una turba asesinó a 303 chinos que vivían en Torreón. La tradición oral aseguraba que Pancho Villa los envió a matar. Pero cuando Julián Herbert (Acapulco, 1971) hurgó en aquella historia, encontró una lista inverosímil de hechos, leyendas y datos manipulados. Entonces investigó y supo que aquellas muertes fueron producto de la xenofobia, la envidia económica y la negligencia del poder.
 
 
Con esa materia Herbert ha escrito La casa del dolor ajeno, una ambiciosa crónica que describe un capítulo traumático en la historia del país, una realidad que dialoga con el presente y le permite lanzar algunas granadas sobre temas como la migración, la sinofobia, la injusticia, el racismo y la envidia. Éste es un relato que baila al son de la frase “¡Todos somos Torreón!” para demostrar que, de Caín en adelante… todos los muertos forman un mismo río de sangre, como describiera el poeta Eduardo Lizalde.
 
Este libro es una crónica documentada que atraviesa por el tamiz de mi punto de vista, un retrato de 1911 que dialoga con el presente; y al hacerlo vemos temas que aún permanecen, como los asesinatos masivos, la migración en México, los conflictos regionales, la xenofobia y las interpretaciones jurídicas desde el poder”, dice el autor a Excélsior.
 
 
El tema es incómodo, anticipa el también autor de Canción de tumba, porque habla sobre el asesinato de 303 chinos cantoneses —al menos en la cifra oficial— por razones de xenofobia, envidia económica y negligencia del poder, tanto del poder porfiriano como del maderismo emergente, pues la masacre sucedió justo en mayo de 1911, durante la primera toma de Torreón.
 
 
En el plano histórico esta narración también ha sido un conflicto moral, dice Herbert, pues no existió un registro policiaco fidedigno de los muertos ni un reconocimiento público del tema. Esto hizo que los relatos a su alrededor fueran producto del imaginario, por lo cual el autor debió apoyarse en el Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
 
 
Según los registros, en 1911 Torreón sólo tenía cuatro años como ciudad, la cual fue erigida casi totalmente por migrantes. “Pero de pronto, un grupo de éstos se unió para exterminar a otro”, asegura.
 
 
 
En este punto, Herbert califica como curioso lo que sucede en la sociedad mexicana respecto al tema de los migrantes. “Desde un punto de vista somos hospitalarios con los exiliados, pero luego olvidamos que no son una visita en casa, sino que se convierten en una corriente de la mexicanidad”.
 
 
Quizá todo tiene que ver con un mito previo que proviene del porfiriato, añade, reformulado por José Vasconcelos con la visión de la raza cósmica, una idea simple donde se asegura que somos descendientes de españoles y de indios mexicanos, en un plano donde se ha borrado la raza negra, la oriental, las sucesivas capas de españoles, libaneses…
 
“Por eso en México tenemos migrantes de primera y de segunda categoría, y esto cobra sentido cuando volteamos a ver el maltrato hacia la migración centroamericana, que es uno de los momentos más infelices y viles por los que ha pasado este país”, asegura.
 
 
Futbol lagunero
 
 
Para este libro, Herbert usó como título una frase que refiere directamente al nombre del estadio Corona de futbol, denominado coloquialmente como “El coloso de las Carolinas” y “La casa del dolor ajeno”. “Ése es un diálogo con el mundo lagunero y con su inconsciente expuesto —como diría Slavoj Žižek—, porque es el nombre que los propios laguneros le dieron al estadio en una época donde el equipo era imbatible en su cancha. Pero al mismo tiempo la frase tiene otra lectura: un extraño oxímoron que dice “Mi casa es tu casa… pero para lastimarte”… y eso fue un poco lo que sucedió con aquella colonia china”.
 
 
De ahí que tanto Torreón como todo México sea un suelo empedrado con varias generaciones de cadáveres mexicanos y… de migrantes. De ahí que nuestra historia sepa a dolor y muerte frente al tema del exilio.
Así que cuando los centroamericanos cruzan el territorio mexicano, de algún modo la historia habla con nosotros. “No olvidemos que somos un país de tránsito. Y por eso la violencia que se ejerce contra esos seres humanos, me parece que es uno de los momentos más tristes y vergonzosos que tenemos como sociedad”.
 
 ¿Al final es una historia que refleja nuestra propia naturaleza hasta decirnos que todos somos la Comarca Lagunera?, se le pregunta al autor. “Exacto. Esa es una de las cosas que quería decir. Todos somos la Comarca porque de algún modo la civilización es eso”.
 
 
Por eso en algún momento se preguntó qué pasaría si este relato se contara en Yugoslavia. “Pienso que funcionaría y creo que hay historias así. Pero la diferencia es que Europa Central decidió contar este tipo de historias desde hace mucho tiempo y ya son aceptadas, pero en México es más raro que un escritor aborde estas aristas de nuestra historia”.
 
 
Julián Herbert asegura que este libro es un registro de su pesimismo frente al país. “¿Qué pasó con aquellos chinos? Ésa era una pregunta importante para mí. Pero lo que pasó, desde mi punto de vista, fue la incapacidad del Estado para responder y además una insensatez para promulgar ciertas leyes, un menosprecio por un grupo social del que nos hemos desentendido”, asegura.
 
 
Así que esas tesis donde se dice que hubo un estallido de violencia espontáneo, donde supuestamente las clases populares enloquecieron y mataron a los chinos… no son verdad. Las clases populares llegaron a ese lugar y a ese gesto de violencia física, porque había una construcción ideológica detrás, ya que la burguesía torreonense sentía un profundo menosprecio por este grupo.
 
Y digo todo esto porque al hablar frente al espejo, ¿qué sucedió? Lo mismo que ahora pasa en nuestra relación con Centroamérica. Para mí ese hecho es un reflejo, una historia que se sigue repitiendo y que en mi caso no le veo salida”.

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