La fotografía de danza es un área de especialización que requiere no solamente de un profesional de la lente, sino sobre todo de un amante del quehacer artístico. Es un subgénero poco explorado, pero existen fotógrafos que han visto en el arte del cuerpo y el movimiento la oportunidad de atrapar con su mirada instantes de la vida marcados por la belleza y la reflexión.
Según el periodista Omar G. Villegas, más allá de lenguajes, géneros y estructura de una acción dancística, la fotografía de danza es irrepetible, reconocida como una de las más bellas en la historia de este oficio y de las más complejas de concretar.
EL UNIVERAL conversó con cuatro fotógrafos cuyas obras han contribuido a crear documentos perennes de un arte efímero y evanescente. Son cuatro autores con una forma personal de retratar la danza, cuatro miradas que han construido desde su perspectiva un discurso y un lenguaje escénico.
Christa Cowrie, por amor a la danza
El arte escénico está irremediablemente ligado al trabajo de Christa Cowrie (Alemania en 1949), quien ha construido uno de los archivos más importantes de esta disciplina.
Radica en México desde 1963 e inició su actividad profesional en 1975. Actualmente su trabajo se concentra en el CENIDI-Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Cowrie, cuenta, deseaba ser fotógrafa de prensa, pero al acercarse a la danza descubrió que la disciplina era el ejercicio perfecto para estar en el estado de alerta adecuado para convertirse en profesional de la lente.
“Encontré en la danza el eterno ejercicio para estar lista para la foto, es un ejercicio visual, de energía y de disciplina, porque en la danza moderna nada es predecible. A muchos les gusta el deporte porque hay que hacer click en el momento oportuno, pero ahí nunca me sentí plenamente satisfecha, en la danza sí”, explica.
El archivo de Cowrie ha sido aprovechado para exposiciones y publicaciones como 70 años de danza en el Palacio de Bellas Artes, además ha trabajado con grupos o coreógrafos como Ballet Nacional de México, Ballet Teatro del Espacio, Lydia Romero, Pilar Medina, entre muchos otros. “Todo ese trabajo tiene un peso, pero no lo sabía cuando inicié. Estuve en el Unomásuno y trabajé con Patricia Cardona, nos íbamos a ver los grupos y lo hacíamos por amor, por compromiso a la danza. Es fidelidad a un gremio”, dice.
¿Qué le sorprende? “El cuerpo y ahí es cuando hago click. Voy con la mente en blanco, no me predispongo y me dejo sorprender en cada función. Me mantengo en el asombro porque el arte no tiene límite, una buena obra de arte te sigue sorprendiendo y hay que tener los sentidos bien abiertos para dejarte llevar, cuando la sorpresa te abandone dedícate a otra cosa”.
Ricardo Ramírez, encontrar la esperanza
Ricardo Ramírez Arriola es guatemalteco de nacimiento y mexicano por decisión. Se ha desarrollado como fotógrafo independiente y ha cubierto sucesos de la realidad política, social y cultural de Centroamérica, México, Venezuela, Vietnam y Sudáfrica, entre otros. En parte de su obra habita el dolor, la pobreza, el conflicto. Un día encontró en el trabajo coreográfico y en la entereza de sus intérpretes, uno de los mejores conceptos de esperanza. “No sabía nada sobre la danza, pero después de trabajar en temas tan complejos y difíciles descubrí que en este arte había una forma de la esperanza. No hablo estrictamente de la cuestión estética, sino de las propuestas escénicas, de los discursos de los coreógrafos, del trabajo constante de los bailarines”.
Ramírez coincide con Cowrie en que la foto de danza da elementos que enriquecen el trabajo.
“En la danza hay un trabajo colectivo. A mí no me interesa que una imagen sea sólo bella, sino sobre todo que represente la labor del coreógrafo, del intérprete y del iluminador. Me satisface mucho cuando un bailarín cree que sus emociones y su trabajo están en la imagen. No sólo tienes que tener en cuenta el movimiento, también la luz, el discurso, en este sentido hay una gran responsabilidad del fotógrafo”.
Ramírez, quien trabaja en el enriquecimiento de un banco de imágenes digitales, almacenado hasta ahora en www.archivo360.com y www.360grados.com, apunta que debe sistematizarse la enseñanza de este género porque muchos han aterrizado en la danza de manera empírica.
“Hay buenos fotógrafos de danza, pero podemos potenciar este oficio en beneficio de la danza que se hace al interior de la República, porque sin darnos cuenta estamos perdiendo la gran posibilidad de registrar ese quehacer, la danza es un campo fértil”.
Guillermo Galindo, la perfección del ballet
Guillermo Galindo fue bailarín de la Compañía Nacional de Danza por 10 años. Luego decidió explorar un interés infantil: la fotografía y desde 2000 se convirtió en su fotógrafo.
Su cámara también ha captado el trabajo de diferentes grupos y solistas, entre ellos, Delfos, Esther López Llera, y compañías Internacionales como el Ballet Bolshoi, Ballet de San Petersburgo, entre otros.
“Para mí es importante que el paso se vea bien, pero me he dado cuenta de que empiezo a buscar cosas más teatrales o que antes no me hubiera atrevido a hacer como el vuelo de las telas. Lo que me interesa es que en la foto haya movimiento”, dice.
Galindo conoce bien a la compañía y su repertorio. “Eres casi como un intérprete más, por ejemplo a mí me gusta Romeo y Julieta; todos saben qué va a pasar pero te involucras. Otras obras me gustan por el movimiento y la dinámica, como Don Quijote”.
Sobre la relación con los bailarines, refiere: “Es una relación de amor y odio, como un matrimonio, hay veces que me reclaman porque no los fotografié o me dicen que una foto les encanta. Los bailarines ofrecen una gran gama de posibilidades y el éxito de una foto es explotar justo eso”.
Jorge Izquierdo, ser parte del grupo
Al igual que otros fotógrafos, su acercamiento a la danza se dio por casualidad. “Me colé al grupo de Nacho López y nos invitó a ver danza universitaria en la UNAM para hacer unas prácticas, a mí no me salió nada. A la semana siguiente convocó a sus alumnos para otra práctica, pero sólo fui yo. No quiso que pararan el ensayo sólo para nosotros y me pidió que lo acompañara a otro lado. Nació una pequeña amistad y él me influyó para que iniciara en la danza”, dice Jorge Izquierdo.
Inició su carrera de fotógrafo casi de manera paralela a su interés por la danza y se centró en la compañía Barro Rojo, que, según la crítica, representa “estéticamente a los movimientos sociales urbanos y populares de la década de los 80 y 90 del siglo pasado”.
Jorge Izquierdo capturó los primeros años de esa agrupación e, incluso, contribuyó en la consolidación de esa propuesta artística. Al abandonar la compañía continuó su trayectoria con otras agrupaciones.
Actualmente se acerca poco a este subgénero porque “todo sigue siendo lo mismo que hace 30 años”.
“En la danza encuentras estética corporal y (es mejor) si te encuentras a gente como la de Barro Rojo, con conocimientos y pensamientos sociales políticos. Es un grupo activista, muy unido, eran los políticos de la danza, eso fue muy estimulante para mí, me sentía en un terreno en el que no se divaga. Actualmente no existe esto en la danza”.
Según el periodista Omar G. Villegas, más allá de lenguajes, géneros y estructura de una acción dancística, la fotografía de danza es irrepetible, reconocida como una de las más bellas en la historia de este oficio y de las más complejas de concretar.
EL UNIVERAL conversó con cuatro fotógrafos cuyas obras han contribuido a crear documentos perennes de un arte efímero y evanescente. Son cuatro autores con una forma personal de retratar la danza, cuatro miradas que han construido desde su perspectiva un discurso y un lenguaje escénico.
Christa Cowrie, por amor a la danza
El arte escénico está irremediablemente ligado al trabajo de Christa Cowrie (Alemania en 1949), quien ha construido uno de los archivos más importantes de esta disciplina.
Radica en México desde 1963 e inició su actividad profesional en 1975. Actualmente su trabajo se concentra en el CENIDI-Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Cowrie, cuenta, deseaba ser fotógrafa de prensa, pero al acercarse a la danza descubrió que la disciplina era el ejercicio perfecto para estar en el estado de alerta adecuado para convertirse en profesional de la lente.
“Encontré en la danza el eterno ejercicio para estar lista para la foto, es un ejercicio visual, de energía y de disciplina, porque en la danza moderna nada es predecible. A muchos les gusta el deporte porque hay que hacer click en el momento oportuno, pero ahí nunca me sentí plenamente satisfecha, en la danza sí”, explica.
El archivo de Cowrie ha sido aprovechado para exposiciones y publicaciones como 70 años de danza en el Palacio de Bellas Artes, además ha trabajado con grupos o coreógrafos como Ballet Nacional de México, Ballet Teatro del Espacio, Lydia Romero, Pilar Medina, entre muchos otros. “Todo ese trabajo tiene un peso, pero no lo sabía cuando inicié. Estuve en el Unomásuno y trabajé con Patricia Cardona, nos íbamos a ver los grupos y lo hacíamos por amor, por compromiso a la danza. Es fidelidad a un gremio”, dice.
¿Qué le sorprende? “El cuerpo y ahí es cuando hago click. Voy con la mente en blanco, no me predispongo y me dejo sorprender en cada función. Me mantengo en el asombro porque el arte no tiene límite, una buena obra de arte te sigue sorprendiendo y hay que tener los sentidos bien abiertos para dejarte llevar, cuando la sorpresa te abandone dedícate a otra cosa”.
Ricardo Ramírez, encontrar la esperanza
Ricardo Ramírez Arriola es guatemalteco de nacimiento y mexicano por decisión. Se ha desarrollado como fotógrafo independiente y ha cubierto sucesos de la realidad política, social y cultural de Centroamérica, México, Venezuela, Vietnam y Sudáfrica, entre otros. En parte de su obra habita el dolor, la pobreza, el conflicto. Un día encontró en el trabajo coreográfico y en la entereza de sus intérpretes, uno de los mejores conceptos de esperanza. “No sabía nada sobre la danza, pero después de trabajar en temas tan complejos y difíciles descubrí que en este arte había una forma de la esperanza. No hablo estrictamente de la cuestión estética, sino de las propuestas escénicas, de los discursos de los coreógrafos, del trabajo constante de los bailarines”.
Ramírez coincide con Cowrie en que la foto de danza da elementos que enriquecen el trabajo.
“En la danza hay un trabajo colectivo. A mí no me interesa que una imagen sea sólo bella, sino sobre todo que represente la labor del coreógrafo, del intérprete y del iluminador. Me satisface mucho cuando un bailarín cree que sus emociones y su trabajo están en la imagen. No sólo tienes que tener en cuenta el movimiento, también la luz, el discurso, en este sentido hay una gran responsabilidad del fotógrafo”.
Ramírez, quien trabaja en el enriquecimiento de un banco de imágenes digitales, almacenado hasta ahora en www.archivo360.com y www.360grados.com, apunta que debe sistematizarse la enseñanza de este género porque muchos han aterrizado en la danza de manera empírica.
“Hay buenos fotógrafos de danza, pero podemos potenciar este oficio en beneficio de la danza que se hace al interior de la República, porque sin darnos cuenta estamos perdiendo la gran posibilidad de registrar ese quehacer, la danza es un campo fértil”.
Guillermo Galindo, la perfección del ballet
Guillermo Galindo fue bailarín de la Compañía Nacional de Danza por 10 años. Luego decidió explorar un interés infantil: la fotografía y desde 2000 se convirtió en su fotógrafo.
Su cámara también ha captado el trabajo de diferentes grupos y solistas, entre ellos, Delfos, Esther López Llera, y compañías Internacionales como el Ballet Bolshoi, Ballet de San Petersburgo, entre otros.
“Para mí es importante que el paso se vea bien, pero me he dado cuenta de que empiezo a buscar cosas más teatrales o que antes no me hubiera atrevido a hacer como el vuelo de las telas. Lo que me interesa es que en la foto haya movimiento”, dice.
Galindo conoce bien a la compañía y su repertorio. “Eres casi como un intérprete más, por ejemplo a mí me gusta Romeo y Julieta; todos saben qué va a pasar pero te involucras. Otras obras me gustan por el movimiento y la dinámica, como Don Quijote”.
Sobre la relación con los bailarines, refiere: “Es una relación de amor y odio, como un matrimonio, hay veces que me reclaman porque no los fotografié o me dicen que una foto les encanta. Los bailarines ofrecen una gran gama de posibilidades y el éxito de una foto es explotar justo eso”.
Jorge Izquierdo, ser parte del grupo
Al igual que otros fotógrafos, su acercamiento a la danza se dio por casualidad. “Me colé al grupo de Nacho López y nos invitó a ver danza universitaria en la UNAM para hacer unas prácticas, a mí no me salió nada. A la semana siguiente convocó a sus alumnos para otra práctica, pero sólo fui yo. No quiso que pararan el ensayo sólo para nosotros y me pidió que lo acompañara a otro lado. Nació una pequeña amistad y él me influyó para que iniciara en la danza”, dice Jorge Izquierdo.
Inició su carrera de fotógrafo casi de manera paralela a su interés por la danza y se centró en la compañía Barro Rojo, que, según la crítica, representa “estéticamente a los movimientos sociales urbanos y populares de la década de los 80 y 90 del siglo pasado”.
Jorge Izquierdo capturó los primeros años de esa agrupación e, incluso, contribuyó en la consolidación de esa propuesta artística. Al abandonar la compañía continuó su trayectoria con otras agrupaciones.
Actualmente se acerca poco a este subgénero porque “todo sigue siendo lo mismo que hace 30 años”.
“En la danza encuentras estética corporal y (es mejor) si te encuentras a gente como la de Barro Rojo, con conocimientos y pensamientos sociales políticos. Es un grupo activista, muy unido, eran los políticos de la danza, eso fue muy estimulante para mí, me sentía en un terreno en el que no se divaga. Actualmente no existe esto en la danza”.
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