domingo, 8 de marzo de 2015

La crítica de danza, otra faceta de Tibol


Por: Rosario Manzanos


En una conferencia alguna vez escuché a la periodista Adriana Malvido decir que múltiples artistas plásticos iban a terapia a hablar más de Raquel Tibol que de sus propios padres.
 
 
Doña Raquel, ese alter ego de algunos y “terror” de otros, jamás pasaba desapercibida. Su sola presencia generaba una atmósfera inquietante como el anuncio de estar frente a una mujer de inteligencia superior.
 
 
Sabía todo o al menos así me lo parecía a mí. Era experta en argumentar y contraargumentar. Jamás se daba por vencida cuando estaba segura de un dato, una fecha, un lugar. Se apasionaba por lo humano, su complejidad y, por encima de todo, amaba el arte.
 
 
Por ello no sólo abarcó las artes plásticas sino que su infinita curiosidad la llevó a ser una de las mejores historiadoras de la danza en México y, por supuesto, a analizar de forma crítica los fenómenos estéticos y sociales de la historia de la danza moderna y contemporánea en México.
 
 
Decenas de artículos, pero sobre todo su libro Pasos en la danza mexicana, publicado en la colección Textos de Danza, editado por la Dirección General de Difusión Cultural en 1982, son elemento fundamental para entender las idas y vueltas de un movimiento que nació bajo la premisa de crear una nueva estética en México.
 
 
En su libro —agotado e imposible de encontrar—, el prólogo escrito por Margarita García Flores especifica: “Este libro es producto del entusiasmo y admiración que Raquel Tibol tiene por la danza y los bailarines, y por su supuesto, a analizar de forma crítica los fenómenos estéticos y sociales de la historia de la danza moderna y contemporánea en México.

Decenas de artículos, pero sobre todo su libro Pasos en la danza mexicana, publicado en la colección Textos de Danza, editado por la Dirección General de Difusión Cultural en 1982, son elemento fundamental para entender las idas y vueltas de un movimiento que nació bajo la premisa de crear una nueva estética en México.

En su libro —agotado e imposible de encontrar—, el prólogo escrito por Margarita García Flores especifica: “Este libro es producto del entusiasmo y admiración que Raquel Tibol tiene por la danza y los bailarines, y que aunados a su amor por el trabajo han dado un interesante relato que se inicia con la llegada a México de Anna Sokolow y el deslumbramiento que el país le produce. Sólo arraiga lo que tiene raíces y la danza moderna se arraiga en el país a pesar de las dificultades existentes".

En una breve advertencia, Tibol explica que los seis capítulos que componen su libro “deben tomarse como consignaciones y, si así se le antojara a alguien, como cuentos extraídos de la realidad. No son biografías completas ni historias cerradas. La única fuente de materia prima está en los ciento cincuenta artículos comentarios y notas que sobre danza escribí en diarios y revistas a partir de 1953.
“Decidí concentrarme en sólo seis personajes por afinidad, en casi todos los casos, con sus tendencias, por identificación con su línea de conducta, por admiración a su indomable voluntad creadora.
 
 
“Cuando se haga la historia completa de la danza en México habrá que acudir a estos testimonios, sometidos aquí sólo a un proceso de corte y pegado para darle a los mosaicos de las individualidades la adecuada continuidad. Nadie se extrañe de que bajo el título común de Pasos en la danza mexicana dedique yo dos capítulos a compositores. El ballet es un fruto final de una concurrencia de esfuerzos, de ambiciones, de tendencias estéticas y especialidades artísticas.”
 
 
Las seis presencias que Tibol seleccionó para su libro, que debería ser tarea obligatoria de la UNAM reeditar, fueron Anna Sokolow, Carlos Jiménez Mabarak, Xavier Francis, Guillermo Arriaga y Guillermo Noriega, así como Guillermina Bravo.
 
 
Tibol explica que con “entrañable entusiasmo y convicción altruista Waldeen y Sokolow se unieron al movimiento mexicano que día a día en la pintura, el cine, la música y la fotografía libraba intensas batallas por la humanización del arte, por la revaloración de las tradiciones, por la trascendencia de una identidad nacional, por la sustancia realista de una forma nueva. Con entusiasmo visionario ambas coreógrafas fueron capaces de sacarle provecho a una materia dúctil, rica y comenzar a conformarla.”
 
 
Y ahí, como saeta, deja caer su análisis: “En las primeras etapas las tendencias comenzaron a desenvolverse con dogmatismo elemental y excluyente. Los folcloristas creían poseer la verdad en contra de los puristas; los subjetivistas se cuidaban muy bien de manchar su sicologismo con alusiones a lo político-social; los simbolistas aferrados a las idealizaciones míticas desechaban por burdas las anécdotas veristas; los formalistas podaban de sugestiones sentimentales o cívicas sus rigurosas e intelectualizadas estructuras.”
 
 
Guillermina Bravo
 
 
Resalta en el libro el extenso y detallado capítulo dedicado a Guillermina Bravo. Amigas a partir de mutua admiración profesional e intelectual, Guillermina le pidió a Raquel que fuese colaboradora del Ballet Nacional de México, fundado por ella y que para la gira que harían hacia la Cuba libertaria de 1960 se hiciera cargo de la coordinación de prensa y publicidad.
 
 
Así lo hizo Tibol, entusiasmada como toda la compañía en la revolución castrista: “La  gira se inició el 3 de diciembre de 1960 en la Sala Covarrubias de La Habana, y culminó el 19 del mismo mes con una función en el Teatro Riesgo, de Pinar del Río. Duró efectivamente 16 días, en los cuales se dieron trece funciones, en ocho ciudades diferentes. Además se dieron funciones en Santiago, Guantánamo, Manzanillo, Holguín, Santa Clara y Matanzas, además de una función televisada que duró hora y media.
El Teatro Nacional de Cuba no dio al Ballet Nacional de México el tratamiento de un huésped de honor, sino el de un compañero de trabajo capaz de colaborar, con muchas ganas y con desinterés sin tacha, en sus primeros impulsos para popularizar el arte escénico en todas sus especialidades.”
La estrecha relación de trabajo establecida por Bravo y Tibol fue larga y fructífera. Tibol hacía los programas de mano de la compañía, viajaba con ellos e incluso propuso espacios para que el público tuviese acceso  a charlas en las que se le explicaban elementos de lo que se iba a apreciar sin que se perdiese la condición específica del espectáculo.

 No se trataba de dar una conferencia sobre danza, sino intercalar una relación el sentido analítico y la percepción crítica por parte de un público enviciado —sobre todo en la danza— en una actitud pasivamente receptora.”

 Al paso del tiempo el Ballet Nacional se mudó a Querétaro, lo que enfrió un poco el apretado vínculo entre crítica y creadora. Pero lo que realmente terminó su amistad fue la decisión de Bravo de cerrar su compañía. Una enojada Tibol la acusó de “errática”. Bravo no le respondió, ni a Tibol ni a nadie.

A la muerte de Bravo en 2013 se esperaba que Tibol fuese a la ceremonia de cuerpo presente al Palacio de Bellas Artes. No se presentó. El único e inolvidable comentario que me hizo alguna ocasión fue: “Exíjales más rigor a los grupos de danza, que estudien, se preparen, no dan una”.

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