Por: Rosario Manzanos
Con la creación de una Secretaría de Cultura federal se podría pensar que se abren nuevas opciones para el desarrollo de las artes. Se esperaría que de manera sui generis las actividades escénicas como la danza entren a una nueva línea de planeación para que los artistas obtengan recursos y entonces producir sus obras.
Dependientes casi totalmente de los apoyos del Estado (léase Fonca o las diversas áreas de lo que fue el Conaculta), las compañías de danza no operan como empresas, no viven de dar un servicio, sino literalmente de becas o de apoyos de creación. Los becarios en universidades generalmente no pagan impuestos, pero los del Fonca sí. ¿Por qué? Nadie lo sabe. En el Conacyt los becarios no pagan impuestos.
¿De qué sirve que den un apoyo si vas a tener que regresar una buena parte del dinero a través de los impuestos? Tal vez no está claro que, en cuanto al tipo de actividad, un artista hace algo similar a lo que un investigador universitario: hay una línea de investigación, un protocolo y existen resultados buenos o malos. Lo que se obtiene no es un producto diseñado para venderse; las ganancias siempre son contingentes, incluso no sería necesario que las hubiese.
Los creadores en general no están interesados en hacer obras vendibles. Si la creación artística estuviese siempre sujeta a lo que quiere el mercado ya tendríamos 80 versiones de Frozen.
En México no es lucrativo dedicarse a la danza. Con un altísimo nivel de analfabetas, gente que lee revistas rosas como lectura fundamental y niños trabajando en la calle, las compañías de danza y en particular las de contemporáneo jamás serán un negocio.
Basta un ejemplo: si uno va a un puesto de periódicos, lo primero que ve es la sexualización y cosificación de la mujer, jamás encontrará una revista de danza resaltando en su portada las virtudes formales de Tu Hombro, del coreógrafo Miguel Mancillas, o el ingenio de la imagen en Escaparates, de Lydia Romero.
El modelo de las empresas culturales autogestivas y de alta competitividad, como sucede en múltiples países del primer mundo, implica necesariamente la comercialización y en México no existe el nivel educativo elemental para que la danza pueda verse como negocio. Es decir, la posibilidad de “vender” espectáculos, talleres, cursos, conferencias e incluso gadgets, y colocar a manera de un producto tangible un montaje escénico, es un absurdo en el que se sobrevive, pero nadie se hace rico, se hace una casa blanca de mil metros y se compra yates.
La visualización neoliberal y mercantilista que se ha tratado de instaurar en México no fructificará jamás. Los grupos con apoyo del Fonca no tienen, ni por mucho, los apoyos que tienen las compañías de primera fuerza del primer mundo.
Si se quiere vender la danza, hacerla comercial y que los artistas paguen impuestos, habrá que invertir mucho dinero a la danza, tal como lo hizo el gobierno alemán con Pina Bausch. Mientras tanto, pagar impuestos, declarar mensualmente, hacer retribuciones sociales descabelladas es perder el tiempo a tontas y locas.
No es cuestión de darle el beneficio de la duda a la Secretaría de Cultura. Es que en la debacle del país, si los artistas no sobreviven, todo será Frozen en el hielo, Frozen contemporáneo, Frozen folklórico, Frozen flamenco, Frozen ad nauseam.
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