Por: Rosario Reyes
Su obra luce en la Avenida Juárez, la Secretaría de Educación Pública, el Auditorio Nacional, el Museo Nacional de Antropología y el Espacio Escultórico, entre otros sitios públicos. Si de algo sabe el pintor y escultor Manuel Felguérez (1928) es del diálogo entre el arte y el espacio urbano, algo que en la Ciudad de México encuentra carente de planeación, armonía con el entorno y de respeto por la obra misma.
Además de la saturación de esculturas, Felguérez critica que algunas piezas no sólo no son artísticas, sino francamente desagradables. “¿Quién autoriza su ubicación, quién es el aval? No sé a quién se le ocurrió hacer un parque de esculturas en Polanco que tiene como 40 piezas horribles que no están de acuerdo ni con el lugar. Hay unas lombrices horribles sobre Revolución y Patriotismo, por las que hubo protestas, pero ahí quedaron. De repente aparecen obras que a lo mejor los escultores no tienen dónde guardarlas y ya se vuelven parte del paisaje urbano”, lamenta.
“Tiene que haber un consenso, una institución, un jurado que califique las obras”. Pero en la capital no existe un órgano tal. Felguérez considera que la Secretaría de Cultura debería encargarse de esa función.
“El arte es lo que más se presta para el paisaje urbano, tiene hasta cierto punto la misma función de la arquitectura. Lo que pasa es que no todo lo que se expone en las calles o edificios es arte. La diferencia es un poco difícil de entender, pero es como aprender a pintar: es un oficio, igual que hacer zapatos o la carpintería, que se puede aprender bien sin que tenga nada de artístico”, explica el creador, quien recibirá el sábado la Medalla Bellas Artes por su trayectoria de casi 70 años, en una ceremonia en la que participarán Juan Villoro y Luis Ignacio Sáinz. La entrega tendrá lugar al mediodía en la Sala Manuel M. Ponce.
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El artista zacatecano considera que cada creación va tomando vida propia. Incluso aquellas que en su momento fueron controversiales, como el Espacio Escultórico de la UNAM, inaugurado en 1979, hoy estropeado, dice, por la construcción un edificio.
El sitio que creó junto a Helen Escobedo, Mathias Goeritz, Hersúa, Sebastián y Federico Silva, fue un ejercicio de arte abstracto en comunión con el entorno. Por eso, subraya, es una pena que la propia Universidad lo arruine.
“Una de las funciones del arte es la contemplación y en ese espacio lo que se contemplaba era una geometría enmarcada por la naturaleza, y ahora se le ocurre a la Universidad hacer una torre que rompe con el paisaje. Es un poco absurdo”, afirma.
Protagonista del movimiento de La ruptura en la segunda mitad del siglo XX –que tiene que ver con la forma, no con las instituciones,-, Felguérez reconoce que su carrera ha estado ligada al INBA, que ahora le entrega su máxima presea. El instituto le compró su primer cuadro, Buscando la gaviota (1959), que se exhibe en el Museo de Arte Moderno, donde hay 24 de sus obras. La adquisición más reciente es la maqueta del Muro de Calaveras que hizo para el Museo de Antropología en 2014: una celosía de acero de 500 metros de largo.
El sitio que creó junto a Helen Escobedo, Mathias Goeritz, Hersúa, Sebastián y Federico Silva, fue un ejercicio de arte abstracto en comunión con el entorno. Por eso, subraya, es una pena que la propia Universidad lo arruine.
“Una de las funciones del arte es la contemplación y en ese espacio lo que se contemplaba era una geometría enmarcada por la naturaleza, y ahora se le ocurre a la Universidad hacer una torre que rompe con el paisaje. Es un poco absurdo”, afirma.
Protagonista del movimiento de La ruptura en la segunda mitad del siglo XX –que tiene que ver con la forma, no con las instituciones,-, Felguérez reconoce que su carrera ha estado ligada al INBA, que ahora le entrega su máxima presea. El instituto le compró su primer cuadro, Buscando la gaviota (1959), que se exhibe en el Museo de Arte Moderno, donde hay 24 de sus obras. La adquisición más reciente es la maqueta del Muro de Calaveras que hizo para el Museo de Antropología en 2014: una celosía de acero de 500 metros de largo.
Con Fernando García Ponce y Lilia Carrillo, entre otros, Manuel Felguérez inició en México la corriente abstracta, alejándose del nacionalismo. Impartió clases en la UIA, participó en la creación de la carrera de artes visuales de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM. Recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1988 y 10 años después abrió en Zacatecas el Museo de Arte Abstracto que lleva su nombre. Es Creador Emérito del Fonca.
“He expuesto dos veces en el Palacio de Bellas Artes, en el Tamayo, en el Museo de Arte Moderno. La medalla por trayectoria, que empecé en 1947, debería ser también para el Instituto. Hemos trabajado juntos, muchas veces peleándome con las autoridades, como en toda relación, pero los artistas de mi generación nos hicimos gracias al apoyo de Bellas Artes”, concluye quien a los 83 años sigue innovando: ha comenzado a crear esculturas colgantes y a integrar colores oro y plata en los cuadros que exhibirá en la galería López Quiroga, en un par de meses, y en una galería de Miami que lo contrató durante la reciente edición de Zsona Maco.
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