Alicia Alonso fue recibida en la Casa Blanca por el
presidente James Carter. Foto: Cortesía del autor
Por: Miguel Herrera*
Pocas artes poseen una prosapia tan cosmopolita en sus
orígenes y en su posterior desarrollo como el ballet, la más antigua de las
formas de la danza espectacular en el llamado “mundo occidental”. Porque si
bien es cierto que el entonces llamado ‘’balleto’’
nació en la Italia renacentista, como fruto de toda la herencia del baile
popular creado durante el Medioevo y llevado a los salones cortesanos por los
maestros de danza, no fue hasta el siglo XVII que en Francia alcanzó rango
profesional.
Allí, en 1661, el Rey Luis XIV creó la Academia Real de la
Danza, donde se estableció el vocabulario técnico académico, se le dio
nomenclatura a los pasos y poses y se fijaron las cinco posiciones básicas de
piernas y brazos, vigentes hasta hoy día.
El desarrollo de ese nuevo “ballet” fue el resultado de una
continua interrelación entre maestros, coreógrafos, bailarines, compositores y
diseñadores procedentes de diferentes países. Italianos y franceses,
encabezados por Vincenzo Galeotti y Antoine Bournonville, sentaron las bases
para la aparición de la tercera escuela, la danesa, fruto de la obra creadora
posterior de Augusto Bournonville, hijo del maestro francés antes mencionado.
Representantes de esas tres escuelas lo llevaron a la Rusia
zarista, donde desde 1734 se sentaron las bases para el surgimiento de una
nueva: la escuela rusa, que tuvo como gestores principales al austriaco Franz
Hilferding, el italiano Gasparo Angiolini y el francés Charles Louis Didelot,
líderes del ballet de acción y como arquitecto supremo al marsellés Marius
Petipa, quien guió sus destinos entre 1869 y 1903.
En el siglo XX surgiría la quinta, la inglesa, con nombres
claves como el de Ninette de Valois, quien como todos los anteriores, se dio a
la ardua pero patriótica tarea de darle autoctonía a una herencia
fundamentalmente cosmopolita.
La historia del ballet cubano no escapa a esa universalidad
de influencias, pero gracias a la clara visión de su triada fundadora: Alicia,
Fernando y Alberto Alonso, se supo asimilar lo foráneo valioso sin renegar de
la rica savia de sus raíces, sino aireándolas y enriqueciéndolas, en universal
vibración, como les aconsejara el sabio Don Fernando Ortiz, en los albores
mismos de la fundación de nuestra primera compañía profesional, sesenta y ocho
años atrás.
La semilla de nuestro ballet fue abonada, como sucedió en
casi todos los países, por aportes foráneos, especialmente los provenientes de
compañías y figuras francesas y españolas y por el estrecho vínculo con los Estados
Unidos que, por su ubicación geográfica, devino punto de escala para
renombrados exponentes del ballet europeo, que se dieron a la tarea de
conquistar los públicos del Nuevo Mundo.
El Papel Periódico de La Habana nos dejó la primera prueba
documental de un ballet escenificado en la Isla: Los leñadores, estrenado en el
Teatro El Circo, el 28 de septiembre de 1800, que tuvo como intérprete a Mr.
Anderson, un bailarín y coreógrafo norteamericano, del cual no poseemos otra
información.
De los Estados Unidos llegarían a Cuba colonial figuras
relevantes, como el francés Jean Baptiste Francisqui quien, en 1803, escenificó
en el Teatro Principal de La Habana obras de Noverre y Dauberval, con el mismo
éxito, obtenido en teatros de Charleston y Nueva York.
Cuba comparte con los Estados Unidos la gloria de ser los
únicos países de América visitados por la célebre austriaca Fanny Elssler,
quien diera a conocer en ambos países el estilo romántico y el baile en puntas.
En la goleta paquebote y correo Hayne llegaría el 14 de enero de 1841,
procedente de la ciudad de Charleston, para su primera temporada habanera, pues
en marzo de 1842 regresaría desde allí, donde había permanecido cosechando
éxitos clamorosos y la admiración de los estadounidenses, entre ellos el presidente
Martin van Buren.
De Filadelfia, centro principal de ballet en el país
norteño, arribó en 1843 el bailarín francés Paul Phillippe Hazard, fundador de
la primera gran escuela de ballet en esa ciudad, donde se formaron las tres
figuras claves en el romanticismo balletístico de ese país: Augusta Maywood,
Mary Ann Lee y GeorgeWashington Smith. El legado francés y las experiencias
acumuladas en Estados Unidos las trasladó a Cuba Hazard, durante sus temporadas
en el Gran Teatro Tacón, donde dio a conocer un amplio repertorio en el que
figuraron obras tan célebres como El dios y la bayadera y Roberto el diablo,
ambas de Filippo Taglioni, el más importante de los coreógrafos de la Ópera
de París.
Otras figuras y compañías importantes, como Los Ravel (entre
1838 y 1865), llegaron de tierras norteñas para producir grandes
acontecimientos, entre ellos, el estreno en Cuba de la versión completa de
Giselle, el 14 de febrero de 1849, protagonizado por Enriqueta Javelli-Wells,
afamada figura del Park Theatre de Nueva York. Los Monplaisir —Adele e
Hippolite—, este último estrella de la Ópera de París y partenaire de la
célebre María Taglioni, nos visitarían con su compañía, jubilosos todavía por
los éxitos alcanzados en Nueva York y Nueva Orleans, ciudad de la cual
arribaron en el bergantín Titi, en febrero de 1848 y regresarían para una
segunda temporada en 1851.
En el periodo colonial nos visitaron también la exótica
compañía de Las Cuarenta y Ocho Niñas de Viena y la bailarina franco-alemana
Augusta Saint James, establecida en tierras norteñas desde 1837, quien llevó su
arte al teatro habanero El Circo y a otros en las ciudades de Cienfuegos,
Trinidad y Puerto Príncipe, el actual Camagüey.
Luego de la independencia de España la cultura danzaria de
los cubanos se enriqueció con las visitas de la gran diva rusa Ana Pavlova, en
1915, 1917 y 1918, quien tuvo como centro a los Estados Unidos para su
conquista de los públicos de Centro y Sudamérica.
Sin embargo la relación más trascendente del ballet cubano y
el norteamericano se inició en 1937, cuando Alicia y Fernando Alonso viajaron
a Nueva York para enriquecer sus conocimientos e iniciar una carrera como
bailarines profesionales.
Llegaban cuando en ese país se daban los primeros pasos para
la creación de un ballet auténticamente norteamericano, hecho que se gestó con
la participación de ellos, en las comedias musicales, en la Escuela y el Ballet
Modkin, la School of American Ballet, el American Ballet Caravan y el Ballet
Theatre, donde a partir de 1940 nuestra ilustre compatriota cimentó su
estrellato mundial. Su exitoso debut en Giselle, el 2 de noviembre de 1943, en
el Metropolitan Opera House neoyorkino, forma parte indisoluble de la historia
del ballet en los Estados Unidos, con el mismo brillo de los aportes
fundacionales y creativos hechos por figuras tan claves como Lincoln Kirstein,
Balanchine, los hermanos Christensen, Eugene Loring, Lucía Chace, Nora Kaye o
Jerome Robbins, con los cuales trabajó de manera directa.
Los Alonso, incluyendo a Alberto, quien actuó también con
Ballet Theatre de Nueva York e incursionó en comedias musicales y filmes de
Hollywood junto a Fred Astaire y Ginger Rogers, visionaron con sus colegas
norteamericanos la posibilidad de crear una compañía profesional de ballet en
Cuba, sueño que se materializó el 28 de octubre de 1948, con la colaboración
decidida de un grupo de figuras tan relevantes como Melissa Hayden, Bárbara
Fallis y Royes
Fernández, así como de los directores de orquesta Max
Goberman y Ben Steinberg, los cuales compartieron durante años con los cubanos
las vicisitudes de nuestro ballet en el periodo anterior a 1959.
Durante su órbita norteamericana en la que fue proclamada
“la más grande Giselle contemporánea, primera dama del ballet” y “máxima
bailarina estrella de los Estados Unidos”, Alicia fue la primera figura de la
danza del continente americano invitada a bailar en los principales teatros de
la antigua Unión Soviética, en la temporada de 1957-1958, honor que recibió
como representante del arte de Cuba, su patria, y de los Estados Unidos, su
cuna profesional.
La entrañable relación balletística Cuba–Estados Unidos,
tuvo un hito supremo el 28 de julio de 1975, cuando Alicia obtuvo una de las
más cálidas y atronadoras ovaciones escuchadas en el New York State Theatre,
durante su retorno a los escenarios de los Estados Unidos, después de 15 años
de injusta prohibición de visado para entrar en ese país.
Esa noche, de los balcones del gigantesco coliseo fue
desplegada una gran banderola blanca con la inscripción: “Alicia, bienvenida
nuevamente a tu casa”, texto que sintetizaba una hermosa historia de arte y
amistad, justo reconocimiento que cuatro años más tarde se ratificaba al ser
nombrada Miembro del Comité Artístico del Kennedy Center para las Artes
Escénicas, en Washington, que agrupaba a figuras que han dado un aporte
superlativo a la cultura norteamericana, ocasión en que fue recibida en la Casa
Blanca por el presidente James Carter.
El contacto de pueblo a pueblo, del que tanto se habla
ahora, no se ha roto nunca entre los representantes de los movimientos
danzarios de ambos países. En 1974 tuve el honor de presentar ante el público
cubano a Cynthia Gregory y a Ted Kivitt, primeros bailarines estadounidenses en
actuar en Cuba después de la ruptura de relaciones diplomáticas entre nuestros
países.Recuerdo la cálida ovación con que fueron recibidos esa noche y las
siguientes, durante sus actuaciones en el IV Festival Internacional de Ballet
de La Habana, evento que desde entonces ha contado con la presencia de lo más
valioso del ballet en los Estados Unidos, entre ellos los elencos completos del
American Ballet Theatre (ABT), el Ballet de Washington y un conjunto de
primeros solistas del New York City Ballet.
El Ballet Nacional de Cuba ha realizado diez giras por 38
ciudades de los Estados Unidos con ferviente acogida, y diversos coreógrafos,
entre ellos Jerome Robbins, William Forsythe, Alvin Ailey y Karole Arrmitage,
han creado o cedido generosamente sus obras para el repertorio del Ballet
Nacional de Cuba o las programaciones de los Festivales habaneros.Durante tres
lustros José Manuel Carreño, primer bailarín nuestro y del ABT, ha sido
aclamado como “el máximo danseur noble de la escena norteamericana” y numerosos
bailarines nuestros han prestigiado y prestigian hoy los elencos de las
principales compañías del ballet estadounidense y se han hecho acreedores de
los más altos galardones en eventos competitivos, como los concursos
internacionales de Ballet de Nueva York y Jackson.
Recientemente fui honrado con una invitación a impartir conferencias
sobre la historia del ballet en Cuba en universidades de Texas y Princeton, y a
compartir experiencias con representantes del Ballet de Texas, el American
Ballet Theatre y el Ballet Hispánico, en Nueva York; del Miami City Ballet y el
novel Ballet New Generation, de Tampa, y en todos ellos pude sentir la vigencia
de una admiración compartida, durante más de medio siglo, por el fenómeno único
que encierra la escuela cubana de ballet, la más joven de las seis surgidas en
casi un milenio y altamente conocida en los Estados Unidos.
Una histórica relación, que en los nuevos tiempos, reafirma
su proyección de futuro.
* Historiador del Ballet Nacional de Cuba
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