Por: Hayde Lachino
Busco menos hablar de coreógrafos en específico que den cuenta, a través de sus obras, del estado de la danza contemporánea en nuestro país y más abordar una reflexión sobre algunos fenómenos estéticos que reporta este arte y cuáles con los supuestos teóricos que dan fundamento a su hacer.
Hablar de danza contemporánea conlleva a la necesaria reflexión de dos conceptos implicados en dicha noción, por una parte nos refiere a una praxis y por otra a que esta práctica se realiza en una espacialidad y temporalidad específicas. En tanto que praxis, la forma de la danza está condicionada por los medios a disposición de los artistas, ello significa en un nivel primario que no existe una forma única del hacer debido a que los medios no necesariamente son los mismos para los diversos artistas y en un sentido más problemático que los medios y tecnologías disponibles son producto de las condiciones sociales, políticas y culturales, en las cuales dicha praxis se lleva a cabo.
En tanto que un hacer dentro de una espacialidad y temporalidad específicas, lo contemporáneo es todo aquello que ocurre en un tiempo presente, entendido éste no como un punto fijo, sino como una dimensión de muchos entrecruzamientos de tiempo y espacio y que nos obliga a reconocer la existencia de muchas “danzas contemporáneas”, tanto de aquellas que son una síntesis histórica de lo que el trayecto de la danza ha sido en el contexto de una cultura, como de las que se erigen como respuesta a esas formas anteriores de danza y frente a las cuales establecen sus postulados estéticos. Sobre éstas últimas habré de reflexionar, por reportar un campo fecundo para el análisis y por las nuevas condiciones de posibilidades que proponen para la danza y la coreografía en tanto que práctica artística.
El problema de nuestra contemporaneidad es su desfase temporal con la contemporaneidad europea y anglosajona. En el contexto de un país en vías de desarrollo, nuestra danza está condenada a llegar a destiempo, siempre tarde, a las propuestas que se erigen en los países del primer mundo: tal destiempo justifica el carácter colonialista del mercado de la danza; si llegamos tarde a esa temporalidad que se nos impone, estamos condenados a sólo repetir lo que otros ya pensaron, pues el destiempo justifica la desigualdad y el asumir pasivamente de manera acrítica lo que se ha establecido como norma para el arte coreográfico.
Hablar de la danza contemporánea lleva implícita una postura política a favor de la descolonización, ya que la Modernidad estableció discursos homogeneizantes para la práctica artística y se apoderó de espacialidades ya habitadas por otros individuos con otras maneras de dialogar con el contexto, en donde existían ya otras formas de comprender el espacio, el tiempo y el cuerpo.
Una parte importante de la crítica especializada, del público e incluso de los profesionales de la danza, muestran un profundo desconcierto ante propuestas escénicas que cuestionan y van a contracorriente de la idea normalizada que asume que la danza es un arte caracterizado por la lógica, natural y armónica sucesión de pasos, realizados por un cuerpo modelado por técnicas de danza, en donde alguien (el autor) tiene algo fundamental qué decir a otro (el espectador); ante estas miradas desconcertadas, de manera más frecuente en la escena mexicana, son colocados postulados coreográficos centrados en la inmovilidad, en la gestualidad, en lógicas narrativas no causales y en la visibilización de cuerpos totalmente alejados del ideal corporal del bailarín. Estas propuestas coreográficas están transformando profundamente el entendimiento que hasta ahora teníamos sobre la danza, para descubrirnos nuevos horizontes de comprensión de este arte.
Por lo menos en México, se tiende a pensar la danza sólo desde la perspectiva del espectáculo y difícilmente se reflexiona sobre ella desde la estética. Como bien afirma Lepecki en su libro Agotar la danza, la intolerancia hacia las formas emergentes de danza “reflejan una incapacidad generalizada, o incluso la falta de voluntad, para explicar críticamente las prácticas coreográficas recientes como experimentos artísticos válidos”.[1] Para estos críticos, espectadores y creadores, el mundo no ha cambiado significativamente, anclados en ideas de la danza heredadas desde el Renacimiento; hoy demandan que la danza siga una inercia estética, sin visualizar las implicaciones políticas que ello ha tenido para países como el nuestro.
Esa danza tan añorada es producto de un contexto histórico y se instituyó con base en ideas de cuerpo, de espacio y de tiempo insertas en todo el aparato teórico de la Modernidad: un cuerpo máquina, un espacio con un centro focal, un tiempo lineal y causal y un espacio teatral en donde los discursos se dan de manera unidireccional, que privilegia, como frente a un cuadro, un punto de vista único.
La gradual irrupción de una nueva forma de pensar el mundo, motivada por una profunda crítica a los postulados de la Modernidad, trajo consigo una revisión de lo que durante más de 300 años se instituyó como la “esencia” de la danza en tanto que práctica artística. No existe nada de natural, lógico y esencial a la danza: toda idea de danza es una idea cultural. Pensar así la práctica de la danza nos revela el carácter arbitrario de cada uno de los elementos que la conforman, elementos que la costumbre normalizó y que hoy diversos coreógrafos problematizan: una nueva relación con el movimiento y el tiempo a través de la inmovilidad en las obras de Benito González; lo presente y lo ausente en el espacio en Magdalena Brezzo; el cuerpo como objeto estético en Magdalena Leite; la gestualidad como escritura y la ruptura con lo causal en Adriana Castaños; nuevos entendimientos espaciales y temporales mediante el uso de dispositivos electrónicos en Esthel Vogrig y Ernesto Contreras; sólo por mencionar algunos de los coreógrafos mexicanos que están investigando nuevas condiciones de posibilidad para la danza en nuestro país.
La danza, como toda la práctica artística, está rompiendo con los artificiales límites disciplinares que fueron impuestos por el pensamiento moderno, para generar entrecruzamientos estéticos que hacen difícil comprender las obras que surgen de este cruce disciplinar si no se cuenta con los elementos teóricos provenientes de otras artes, de la filosofía y de la ciencia. No se trata, en esta nueva praxis, sólo del concurso de diversos especialistas para llevar a buen término una puesta en escena, sino de cómo los artistas retoman pensamientos y teorías provenientes de otros campos, así tenemos obras que hacen del acto de dibujar un acto del danzar o del fuera de campo cinematográfico un detonador para indagar otras posibilidades narrativas. Cruzamiento disciplinar en donde la danza toma soluciones formales de la arquitectura, la semiótica, la plástica, etc., para ampliar sus límites.
La danza contemporánea no es experimental por los temas anecdóticos que aborda, sino por cuestionar todos los supuesto estéticos de la danza, por establecer un riguroso y metódico ejercicio de investigación sobre las ideas del cuerpo, usos del espacio, ideas de representación, relación con los espectadores, es decir, por cuestionar una serie de nociones tan apreciadas por la danza moderna, a saber, causalidad, linealidad, expectativa, memoria, movimiento y representación.
La danza, en la medida que no es espectáculo y sí una propuesta estética, dialoga con el pensamiento filosófico contemporáneo, por lo que tampoco es posible comprender la escena contemporánea fuera de las tesis filosóficas sobre el tiempo, el espacio, el cuerpo y la aguda crítica a la Modernidad de autores como Deleuze, Guattari, Foucault, LeBreton, Lacan y Heidegger, porque la danza, tal y como hasta ahora la conocíamos, es el resultado de una manera de entender el mundo. No se puede olvidar que el arte, como campo disciplinar autónomo, es parte del proyecto ilustrado de la Modernidad. Proyecto para el cual había que desterrar todo vestigio animal del cuerpo, todo antecedente no tecnológico de la carne, de ahí que la coreografía se instituyera como “una invención de la primera modernidad, como una tecnología que crea un cuerpo disciplinado que se mueve a las órdenes de la escritura”.[2]
La historia de la danza es una historia de contenidos colonialistas. Por tratarse de un arte que toma forma en y a través del cuerpo, no es posible hablar de la danza contemporánea sin hacer referencia a discursos políticos; siguiendo a Foucault, el cuerpo es el lugar en donde el poder, la disciplina, el sometimiento militar y el racismo toman forma. En nuestras escuelas de danza no sólo se sigue practicando la antropometría que pretende determinar si un cuerpo es apto o no para bailar, en la medida en que éste se encuentra más o menos cercano a un ideal corporal de bailarín, ideal profundamente eurocentrista; además de ello la formación del bailarín se basa en la idea de la disciplina entendida como sometimiento. Las técnicas de danza no sólo le indican al bailarín lo que se espera de él en tanto que cuerpo formado como instrumento al servicio de un autor, también le indican su lugar social, por ello no puede sorprendernos el nulo reconocimiento social a los bailarines, ni las cuestionables condiciones laborales que caracterizan su hacer.
Las nuevas visiones coreográficas ponen al descubierto que más allá de las técnicas normalizadas bajo las cuales se entrena un bailarín, existen muchas otras técnicas que dan forma cultural al cuerpo. Son propuestas coreográficas para las cuales ya no se busca un cuerpo construido para una práctica artística, sino de mirar con interés estético al cuerpo a través del pensamiento coreográfico.
El asunto no es ya de lo que para un cuerpo es posible hacer, sino de hasta dónde es posible llevar una postura estética. Ya no se trata de un cuerpo ideal de bailarín atado a la lógica de un movimiento, sino del acontecer de un cuerpo en movimiento bajo una partitura coreográfica, aquí puede ser cualquier cuerpo, incluso de aquellos no formados por la academia. Se busca demostrar que las técnicas de danza no pueden contener toda la realidad de la danza. Como afirma Lepecki: “La palabra clave es ‘experimentación’, como condición fundamental para alcanzar ‘otras posibilidades contemporáneas’ que revelen el cuerpo como ‘organismo, historia y sujeto de enunciación’.[3]
La danza moderna espectacularizó la individualidad del bailarín y del coreógrafo como exaltación del cuerpo-máquina perfecto y del sujeto burgués diferenciado de la masa anónima, esto es, una subjetividad aislada de su contexto. Hoy una nueva visión del sujeto sobre la escena emerge, se destierra todo tipo de espectáculo alrededor del cuerpo que baila, para hacer visible los contenidos ideológicos y culturales que cruzan en todo acto representacional y las capas culturales que conforman nuestra corporalidad.
La danza moderna centró su apuesta estética en el movimiento, en una indagación de las posibilidades cinéticas del cuerpo, debido a que para la Modernidad el movimiento y la velocidad serán sus características fundamentales. El acontecer de la danza no es un asunto sólo de cuerpos que se mueven, la danza es una partitura coreográfica en donde incluso la inmovilidad se nos presenta como alternativa. La coreografía aparece cuando se formalizan las relaciones entre espacio, tiempo, cuerpo y movimiento, de ello no se infiere que sólo ciertos cuerpos o movimientos sean los propios de la danza, menos aún supone que lo coreográfico sea sólo danza. El movimiento lento o incluso la inmovilidad aparecen como estrategias coreográficas para indagar en la presencia corporal sometida a otras condiciones de representación y permiten construir otras posibilidades narrativas en donde un instante es dilatado en el tiempo para poder indagar en toda la realidad contenida en dicho fragmento de tiempo.
Las investigaciones contemporáneas sobre los elementos que conforman la obra coreográfica, a final de cuentas son una vía para cuestionar las ideas de representación normalizadas por la Modernidad.
No se trata simplemente de indagar en otras maneras de relacionar lo escénico con el espectador, se trata de cuestionar cómo nos vemos a nosotros mismos como proyecto histórico a través de una práctica artística.
La Modernidad creó para la representación, para la danza y la coreografía un estrecho universo de posibilidades que, hoy en día, las investigaciones contemporáneas buscan romper para ir a las búsqueda de esas otras alternativas que quedaron fuera del conjunto de lo realizable para la coreografía desde la fundación de la primer Academia de Danza en el siglo XVII; ese universo de posibilidades que van a contracorriente de lo normalizado parecen desdibujar y romper con nuestras nociones tradicionales de danza, es común escuchar voces airadas que enuncian: “eso no es danza” al confrontar sus visiones con propuestas que nada tienen que ver con lo lineal, lo causal, la velocidad, la unidireccionalidad del discurso, entre otras características. Para estas voces, la inmovilidad en la danza o la presencia de cuerpos no entrenados en las técnicas normalizadas son un agravio al arte dancístico.
Si no cuestionamos los supuestos que la Modernidad estableció como válidos para la danza y la coreografía, los cuales están cargados de fuertes contenidos ideológicos por implicar una visión antropocentrista, europea, colonialista y racista ¿cómo entonces seremos capaces de indagar en lo que la danza hecha desde nuestros países potencialmente puede ser? Es a través de este cuestionamiento que aparece una pregunta como válida ¿qué significa políticamente para nosotros la danza contemporánea?
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NOTAS:
[1] Lepecki, André, Agotar la danza. Performance y política del movimiento, Centro Coreográfico Calego/Mercat de les Flors, Universidad de Alcalá, España, 2009, p. 15.
[2] Lepecki, Andre, op. cit., p. 22.
[3] Idem. p. 78.
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*Crítica de danza, productora, coreógrafa y videoartista. Realizadora de diversos documentales, cortometrajes y piezas de videoarte. Productora ejecutiva de espectáculos multimedia de danza y teatro. Ha trabajado como columnista y crítica en prestigiados periódicos de México, así como en revistas y publicaciones de arte.
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