El compositor Carlos Chávez con la bailarina
Rosa Covarrubias, a la izquierda, y la artista Frida Kahlo. Credit Archivo
Miguel Covarrubias
Por WILLIAM
ROBIN
“Los músicos
europeos son de la peor clase”, escribió en una carta de 1931 el compositor
Carlos Chávez. Y agregó: “Directores, pianistas, violinistas, cantantes y demás
son gente con una mentalidad de ‘prima donna’, se dan demasiada importancia.
Debemos cambiar la situación, Aaron”.
La batalla por
la música del norte de América se ganó desde dos frentes. Al igual que el
estilo populista de Copland transformó la música en Estados Unidos, Chávez
ejerció una enorme influencia en México como compositor, director y burócrata.
“Chávez and His World”, la exposición que se inauguró el 7 de agosto en Bard
College, conmemorará su legado con conciertos y conferencias que se llevarán a
cabo durante dos fines de semana.
Chávez en un ensayo hacia 1940. Credit New
York Philharmonic Leon Levy Digital Archives
Este verano el
Festival de Música Bard estará dedicado por primera vez a un compositor de
América Latina, uno que, si bien es poco conocido hoy en día, cambió la música
del continente más que ningún otro. Además de construir una impresionante obra
formulada en un riguroso lenguaje modernista, Chávez ayudó a reconfigurar la
cultura mexicana en sus distintos cargos en instituciones de arte nacionales
después de la Revolución Mexicana.
“Parecía ser el
mejor contexto para presentarle al público la riqueza musical del siglo XX,
principalmente de México y Latinoamérica”, dijo en una reciente entrevista Leon
Botstein, codirector del festival y presidente de Bard College. “Es una
oportunidad emocionante para las audiencias en Estados Unidos, porque la
mayoría de la música que van a escuchar durante estos 12, 13 conciertos les
resultará desconocida”. Los conciertos de música de cámara y orquestal
posicionarán al pluralista Chávez en una miríada de contextos, que van desde la
Ciudad de México hasta el Greenwich Village de Manhattan.
Tal vez ningún
otro compositor del siglo pasado influyó tanto en su cultura nacional como
Chávez (1899-1978), cuyas actividades incluyeron encabezar la Orquesta
Sinfónica de México (que mantuvo una asombrosa dedicación a las novedades,
presentando cientos de estrenos), dirigir el Conservatorio Nacional de Música
(donde creó un ecléctico programa de composición e investigación avanzada en
música mexicana) y fundar el Instituto Nacional de Bellas Artes (que instauró
oficialmente el apoyo estatal al arte). “Chávez también es, a nivel de
organización, el eje fundamental de la infraestructura de la educación y las
instituciones musicales mexicanas del siglo XX”, expresó Botstein.
Chávez hacia 1950. Credit New York
Philharmonic Leon Levy Digital Archives
Chávez llegó a
la mayoría de edad en el momento en que surgió por primera vez en México un
arte musical conscientemente nacionalista, encarnado por el primer compositor
Manuel Ponce. Chávez estudió piano con Ponce, a quien luego le preocuparía que
su ex alumno aceptara tan rápidamente los nuevos sonidos de la vanguardia
europea. “¿Renunciará al Romanticismo para seguir de inmediato la bandera de
los modernistas?”, escribió Ponce después de que Chávez hiciera su debut en
1921.
Un resuelto
Chávez siguió esa bandera hasta el West Village, donde llegó sin un centavo en
1923 y conoció a Edgard Varèse, decano de los ultra modernistas de Nueva York.
En una visita posterior el mexicano se hizo amigo de Copland, quien vio en él a
un aliado en la guerra contra los excesos del Romanticismo alemán,
describiéndolo como “uno de los pocos músicos del continente americano de los
que se puede decir que es mucho más que un reflejo de Europa”.
Al crear una
imagen de Chávez como un compositor no europeo, Copland también lo
malinterpretó como uno fundamentalmente mexicano. De acuerdo con Copland,
Chávez “atrapó el espíritu de México — su alma soleada, ingenua y
latinoamericana”. A su vez, los críticos interpretaron la árida intensidad de
la música de Chávez recurriendo a estereotipos de los pueblos nativos de
Estados Unidos. “Si bien no le cortó el cuero cabelludo al teclado, sí lo atacó
con un tomahawk”, escribió Olin Downes sobre la ejecución que hizo Chávez de su
propia sonata de piano en una crítica de 1928 en The New York Times.
Chávez con Dimitri Mitropoulos, al centro, y Leonard Bernstein, a la derecha, en una fiesta con una piñata en la Ciudad de México en 1958, al final de la gira latinoamericana de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Credit New York Philharmonic Leon Levy Digital Archives
“La idea de que
era el ‘compositor mexicano’ por excelencia y que en su caso no se trataba de
pintoresco folclor de postal, sino una especie de esencia verdaderamente
íntima, casi étnica, lo marcó para siempre”, dijo recientemente la musicóloga
Leonora Saavedra. Profesora adjunta en la Universidad de California, en
Riverside, Saavedra funge como académica en residencia del Festival Bard y ha
editado una perspicaz colección de ensayos en el sello de Princeton University
Press.
Sin embargo,
Chávez le dio la misma importancia a lo tecnológico como a lo nacional. “Hay
tantas piezas que no son sobre ser mexicano, es música de máquinas”, expresó
Saavedra. “Chávez era joven en la década de 1920: Amaba la modernidad, le
encantaban los automóviles, ir al cine, Charlie Chaplin”, agregó. Su “Energía”
de 1925, un noneto para instrumentos de viento y cuerdas, estalla con ritmos
mecánicos y burlonas líneas instrumentales.
La fascinación
del músico por lo contemporáneo llegó a su punto máximo en el ballet del
absurdo “Caballos de fuerza”, con una escenografía y vestuario diseñado por
Rivera, donde el norte industrial se enfrenta al sur exótico, rematado con
frutas danzantes y una protagonista vestida como una máquina gigante. Pese a
las expectativas de la prensa y la presencia de un máximo exponente de la
dirección como Leopold Stokowski, el estreno del ballet en 1932, con un lleno
total en Filadelfia, tuvo una pobre acogida. Frida Kahlo escribió que “había
una multitud de rubias insípidas que fingían ser indígenas de Tehuantepec y
cuando tenían que bailar la zandunga se veían como si por sus venas corriera
plomo en lugar de sangre”. Pero la partitura de “Caballos de fuerza” constituye
un fascinante documento de un compositor que vigilaba con una perspectiva
panorámica al continente americano, con armonías discordantes, abruptas
melodías y un candente tango.
Cuando Chávez
regresó a México en 1924, inició una campaña local a favor de la música moderna
que no fue escuchada. “Estoy solo y tengo que superar un mar de resistencia”,
escribió a Varèse. “Aquí, muy pocos saben de la existencia de Debussy; no
conocen a Moussorgsky y mucho menos lo que siguió a Debussy”. Alejado del
renacimiento post-revolucionario encabezado por el Ministro de Educación, José
Vasconcelos —quien subsidió los murales de Rivera pero ignoró las refinadas
composiciones de los colegas de Chávez—el célebre músico plasmó en papel
refinadas distorsiones de la música folclórica que se burlaban del
resurgimiento populista de la canción mexicana promovido por el gobierno. Pero
para finales de esa década, Chávez estuvo al frente de diversas instituciones
respaldadas por el Estado y las encaminó con fervor hacia lo nuevo.
“Sabía que no
podría haber ninguna composición importante en México sin una infraestructura
extremadamente sólida. De lo contrario, las composiciones de los compositores
irían a parar directamente a un cajón”, dijo Saavedra.
Chávez dirigió
una orquesta dedicada a introducir música nueva y modernizó el conservatorio
nacional. Nombró como director adjunto a Silvestre Revueltas, quien más tarde
desarrollaría una voz compositiva resplandeciente y acalorada. Aunque fue
aceptado y rechazado por las diversas administraciones gubernamentales, Chávez
permaneció en el centro de la vida musical mexicana, una posición que benefició
a colegas como Copland, cuyo “El Salón México” representa la muestra mejor
conocida de este intercambio cultural.
A pesar de su
impresionante legado, Chávez continúa siendo una figura controvertida en el
México actual. Su larga afiliación al partido político dominante del país y su
personalidad autoritaria — que al final haría que estuviera en desacuerdo con
Revueltas — dejó a muchos músicos y académicos resentidos. No obstante, la
riqueza de su música y las conexiones transfronterizas que se ponen de
manifiesto en el Festival Bard son un recordatorio de cómo el apoyo
gubernamental a las artes ayudó a crear, no sólo un sonido de las Américas,
sino además un contexto que lo sustentara. Y con una gama de jarabes y foxtrots
hasta preludios neoclásicos y agitadas sinfonías, la obra de Chávez representa
a un músico fuertemente comprometido tanto con lo global como con lo nacional.
“Es mucho mejor
si nuestra tradición es más rica y diversa, derivada de la cultura indígena,
así como de la occidental”, dijo alguna vez
en una conferencia, en la que añadió: “Somos igualmente propietarios de
nuestros ancestrales Tlacuilos que de nuestros abuelos del renacimiento
florentino. Limitarnos, quedarnos en uno o en lo otro, es empobrecernos”.
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