jueves, 20 de agosto de 2015

El legado de Carlos Chavéz, el compositor global y modernista de México

 

El compositor Carlos Chávez con la bailarina Rosa Covarrubias, a la izquierda, y la artista Frida Kahlo. Credit Archivo Miguel Covarrubias
Por WILLIAM ROBIN 
“Los músicos europeos son de la peor clase”, escribió en una carta de 1931 el compositor Carlos Chávez. Y agregó: “Directores, pianistas, violinistas, cantantes y demás son gente con una mentalidad de ‘prima donna’, se dan demasiada importancia. Debemos cambiar la situación, Aaron”.
 
Era una respuesta a su gran amigo, el joven Aaron Copland, quien coincidió: “Todo lo que escribiste sobre la música en el continente americano hizo un enorme eco en mi corazón. Ya me cansé de Europa, Carlos, y creo al igual que tú, que nuestra salvación depende de nosotros mismos y que debemos luchar contra los elementos extranjeros en la música de América”.
La batalla por la música del norte de América se ganó desde dos frentes. Al igual que el estilo populista de Copland transformó la música en Estados Unidos, Chávez ejerció una enorme influencia en México como compositor, director y burócrata. “Chávez and His World”, la exposición que se inauguró el 7 de agosto en Bard College, conmemorará su legado con conciertos y conferencias que se llevarán a cabo durante dos fines de semana.
  Chávez en un ensayo hacia 1940. Credit New York Philharmonic Leon Levy Digital Archives 
Este verano el Festival de Música Bard estará dedicado por primera vez a un compositor de América Latina, uno que, si bien es poco conocido hoy en día, cambió la música del continente más que ningún otro. Además de construir una impresionante obra formulada en un riguroso lenguaje modernista, Chávez ayudó a reconfigurar la cultura mexicana en sus distintos cargos en instituciones de arte nacionales después de la Revolución Mexicana.
 
“Parecía ser el mejor contexto para presentarle al público la riqueza musical del siglo XX, principalmente de México y Latinoamérica”, dijo en una reciente entrevista Leon Botstein, codirector del festival y presidente de Bard College. “Es una oportunidad emocionante para las audiencias en Estados Unidos, porque la mayoría de la música que van a escuchar durante estos 12, 13 conciertos les resultará desconocida”. Los conciertos de música de cámara y orquestal posicionarán al pluralista Chávez en una miríada de contextos, que van desde la Ciudad de México hasta el Greenwich Village de Manhattan.
 
 
Tal vez ningún otro compositor del siglo pasado influyó tanto en su cultura nacional como Chávez (1899-1978), cuyas actividades incluyeron encabezar la Orquesta Sinfónica de México (que mantuvo una asombrosa dedicación a las novedades, presentando cientos de estrenos), dirigir el Conservatorio Nacional de Música (donde creó un ecléctico programa de composición e investigación avanzada en música mexicana) y fundar el Instituto Nacional de Bellas Artes (que instauró oficialmente el apoyo estatal al arte). “Chávez también es, a nivel de organización, el eje fundamental de la infraestructura de la educación y las instituciones musicales mexicanas del siglo XX”, expresó Botstein.


  Chávez hacia 1950. Credit New York Philharmonic Leon Levy Digital Archives 
Chávez llegó a la mayoría de edad en el momento en que surgió por primera vez en México un arte musical conscientemente nacionalista, encarnado por el primer compositor Manuel Ponce. Chávez estudió piano con Ponce, a quien luego le preocuparía que su ex alumno aceptara tan rápidamente los nuevos sonidos de la vanguardia europea. “¿Renunciará al Romanticismo para seguir de inmediato la bandera de los modernistas?”, escribió Ponce después de que Chávez hiciera su debut en 1921.
 
Un resuelto Chávez siguió esa bandera hasta el West Village, donde llegó sin un centavo en 1923 y conoció a Edgard Varèse, decano de los ultra modernistas de Nueva York. En una visita posterior el mexicano se hizo amigo de Copland, quien vio en él a un aliado en la guerra contra los excesos del Romanticismo alemán, describiéndolo como “uno de los pocos músicos del continente americano de los que se puede decir que es mucho más que un reflejo de Europa”.
Al crear una imagen de Chávez como un compositor no europeo, Copland también lo malinterpretó como uno fundamentalmente mexicano. De acuerdo con Copland, Chávez “atrapó el espíritu de México — su alma soleada, ingenua y latinoamericana”. A su vez, los críticos interpretaron la árida intensidad de la música de Chávez recurriendo a estereotipos de los pueblos nativos de Estados Unidos. “Si bien no le cortó el cuero cabelludo al teclado, sí lo atacó con un tomahawk”, escribió Olin Downes sobre la ejecución que hizo Chávez de su propia sonata de piano en una crítica de 1928 en The New York Times.

 Chávez con Dimitri Mitropoulos, al centro, y Leonard Bernstein, a la derecha, en una fiesta con una piñata en la Ciudad de México en 1958, al final de la gira latinoamericana de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Credit New York Philharmonic Leon Levy Digital Archives 
“La idea de que era el ‘compositor mexicano’ por excelencia y que en su caso no se trataba de pintoresco folclor de postal, sino una especie de esencia verdaderamente íntima, casi étnica, lo marcó para siempre”, dijo recientemente la musicóloga Leonora Saavedra. Profesora adjunta en la Universidad de California, en Riverside, Saavedra funge como académica en residencia del Festival Bard y ha editado una perspicaz colección de ensayos en el sello de Princeton University Press.
 En la Revista de la Sociedad de Musicología Estadounidense, Saavedra analiza cómo Chávez, lejos de ser ingenuo, desplegó elementos nacionales en sus composiciones. Una vez que Copland y sus seguidores hicieron que cobrara atención nacional al proclamarlo como el compositor arquetípico de Latinoamérica, el cosmopolita Chávez adoptó esa identidad, al componer la primitivista “Sinfonía India” que incorpora timbales indígenas y tiene ecos de “La consagración de la primavera”. Para la muestra “Twenty Centuries of Mexican Art” —una enorme exhibición de 1940 en el Museo de Arte Moderno donde mostraron los murales de Diego Rivera en contraste con artefactos precolombinos— Chávez compuso “Xochipilli”, una frenética y férrea evocación a la música azteca en la que se utilizaron réplicas de instrumentos antiguos. Estas invenciones de lo “mexicano” le permitieron al compositor aprovecharse del furor de la cultura mexicana en Estados Unidos, lo que le aseguró duraderas relaciones con Nueva York, donde tuvo un apartamento frente al Lincoln Center.
Sin embargo, Chávez le dio la misma importancia a lo tecnológico como a lo nacional. “Hay tantas piezas que no son sobre ser mexicano, es música de máquinas”, expresó Saavedra. “Chávez era joven en la década de 1920: Amaba la modernidad, le encantaban los automóviles, ir al cine, Charlie Chaplin”, agregó. Su “Energía” de 1925, un noneto para instrumentos de viento y cuerdas, estalla con ritmos mecánicos y burlonas líneas instrumentales.
 
 


 Retrato de Chávez dibujado por Diego Rivera en 1932. Credit 2015 Banco De Mexico Diego Rivera Frida Kahlo Museums Trust, Mexico, D.F./Artists Rights Society (ARS), New York
La fascinación del músico por lo contemporáneo llegó a su punto máximo en el ballet del absurdo “Caballos de fuerza”, con una escenografía y vestuario diseñado por Rivera, donde el norte industrial se enfrenta al sur exótico, rematado con frutas danzantes y una protagonista vestida como una máquina gigante. Pese a las expectativas de la prensa y la presencia de un máximo exponente de la dirección como Leopold Stokowski, el estreno del ballet en 1932, con un lleno total en Filadelfia, tuvo una pobre acogida. Frida Kahlo escribió que “había una multitud de rubias insípidas que fingían ser indígenas de Tehuantepec y cuando tenían que bailar la zandunga se veían como si por sus venas corriera plomo en lugar de sangre”. Pero la partitura de “Caballos de fuerza” constituye un fascinante documento de un compositor que vigilaba con una perspectiva panorámica al continente americano, con armonías discordantes, abruptas melodías y un candente tango.
Cuando Chávez regresó a México en 1924, inició una campaña local a favor de la música moderna que no fue escuchada. “Estoy solo y tengo que superar un mar de resistencia”, escribió a Varèse. “Aquí, muy pocos saben de la existencia de Debussy; no conocen a Moussorgsky y mucho menos lo que siguió a Debussy”. Alejado del renacimiento post-revolucionario encabezado por el Ministro de Educación, José Vasconcelos —quien subsidió los murales de Rivera pero ignoró las refinadas composiciones de los colegas de Chávez—el célebre músico plasmó en papel refinadas distorsiones de la música folclórica que se burlaban del resurgimiento populista de la canción mexicana promovido por el gobierno. Pero para finales de esa década, Chávez estuvo al frente de diversas instituciones respaldadas por el Estado y las encaminó con fervor hacia lo nuevo.
“Sabía que no podría haber ninguna composición importante en México sin una infraestructura extremadamente sólida. De lo contrario, las composiciones de los compositores irían a parar directamente a un cajón”, dijo Saavedra.
Chávez dirigió una orquesta dedicada a introducir música nueva y modernizó el conservatorio nacional. Nombró como director adjunto a Silvestre Revueltas, quien más tarde desarrollaría una voz compositiva resplandeciente y acalorada. Aunque fue aceptado y rechazado por las diversas administraciones gubernamentales, Chávez permaneció en el centro de la vida musical mexicana, una posición que benefició a colegas como Copland, cuyo “El Salón México” representa la muestra mejor conocida de este intercambio cultural.
 
A pesar de su impresionante legado, Chávez continúa siendo una figura controvertida en el México actual. Su larga afiliación al partido político dominante del país y su personalidad autoritaria — que al final haría que estuviera en desacuerdo con Revueltas — dejó a muchos músicos y académicos resentidos. No obstante, la riqueza de su música y las conexiones transfronterizas que se ponen de manifiesto en el Festival Bard son un recordatorio de cómo el apoyo gubernamental a las artes ayudó a crear, no sólo un sonido de las Américas, sino además un contexto que lo sustentara. Y con una gama de jarabes y foxtrots hasta preludios neoclásicos y agitadas sinfonías, la obra de Chávez representa a un músico fuertemente comprometido tanto con lo global como con lo nacional.
“Es mucho mejor si nuestra tradición es más rica y diversa, derivada de la cultura indígena, así como de la occidental”, dijo alguna vez  en una conferencia, en la que añadió: “Somos igualmente propietarios de nuestros ancestrales Tlacuilos que de nuestros abuelos del renacimiento florentino. Limitarnos, quedarnos en uno o en lo otro, es empobrecernos”.

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