Por Javier Contreras Villaseñor
Para Shantí, hermano
La danza es una apuesta por la vida enunciada desde la
conmovedora y conmovible densidad de la persona corporal. Densidad digna que
nos pide respeto y cuidado. Quienes danzamos sabemos que ese respeto y ese
cuidado no son negociables, ni eludibles. En el mejor sentido de la palabra,
son sagrados. Por eso, entre otras muchas cosas, nos escandalizan y duelen la
ejecución, tortura y violación de nuestro compañero y nuestras compañeras,
nuestros hermanos. Los poderosos –institucionales o ilegales o en oscuro
contubernio- se pintaron a sí mismos con sus acciones brutales. No hay un gramo
de luz en sus hechos. Se están convirtiendo en asfixia de la nación, en pesadilla
cotidiana para ciudadanas y ciudadanos. Herederos de una larga tradición de
abusos, racismo, coloniaje, clasismo, ignorancia y machismo, los principales
sectores del grupo político dominante de nuestro país están evidenciando su
esencial naturaleza depredadora, ésa que han producido por siglos, y que ahora,
en su articulación con el capitalismo delincuencial, está quizás llegando a su
punto más bajo, más turbio, más inhumano. Y el estado de Veracruz parece un
ejemplo nítido de ese modelo de dominación que resulta de la articulación entre
sectores de un gobierno autoritario, el capitalismo delincuencial y grupos
empresariales. En el fondo, ése es el presente de “modernidad” que ese grupo
político dominante nos ofrece. En realidad, no puede otra cosa. Por eso es ya
social e históricamente prescindible. Puede intentar ocultarse tras ropajes
pretendidamente democráticos pero nada puede ocultar su profunda naturaleza
autoritaria. Para decirlo en términos gramscianos ya no puede constituir un
bloque histórico, pues su legitimidad hace agua por todas partes. Y en su
soberbia y desesperación (y en sus muchos intereses, compromisos, corruptelas y
ganancias), ese grupo político no quiere que se haga la mínima mención de su
fracaso ético, social, humanitario, económico, civilizatorio. Ese grupo y su
“proyecto modernizador” (incluidas sus así llamadas reformas estructurales) son
un enorme fraude histórico. Por eso este grupo político-delictivo no puede
aceptar que la prensa libre lo desenmascare o que la solidaridad de los
ciudadanos y ciudadanas en lucha construya otra civilidad afincada en la
justicia y la esperanza, en el rostro que mira con transparencia al otro, en el
abrazo y el tacto que sostienen cuidadosa y amorosamente al otro. Pero así como
su oscuridad es innegable, existen otros Méxicos luminosos, solidarios,
fraternales y soridarios. A ese México irrenunciable pertenecían, pertenecen,
nuestros hermano y hermanas asesinados, a esa historia continuada de
construcción de la digna casa común pertenecen tantos y tantas que no olvidan a
sus muertos, a sus desaparecidos, a sus prisioneros, a sus tantos y tantas
maltratados por un modelo político al que valientemente enfrentan porque serán
todo menos resignadas y resignados. Ahí están Atenco, Ostula, Ayotzinapa, las
comunidades zapatistas, Xochicuatla, los trabajadores del SME, las madres que
buscan a sus hijas, las dignas Doñas, las comunidades en resistencia contra la
voracidad de los megaproyectos, los defensores de derechos humanos, los
periodistas libres,los maestros, los artistas, los trabajadores y trabajadoras
que hacen posible que nuestro país exista y persista a pesar de quienes quieren
hundirlo y ahogarlo en sangre y silencio. Todos ellos y ellas ponen el cuerpo,
ese corporeidad digna que merece y exige respeto. No lo olvidamos. Como
bailarines y bailarinas que cantan y celebran la vida seguiremos comprometidos
con la chispa de dignidad irrenunciable que a todos y todas ilumina. Sabemos
que otros mundos verdaderamente son posibles y en su cultivo nos empeñamos.
¡Justicia para él y
las ofendidos y sus familias!
¡Castigo para los autores materiales e intelectuales de los
asesinatos!
¡No a la persecución y la impunidad!
¡No al silencio!!
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