En su nuevo libro, Un mundo de tres culturas (Siglo XXI Editores), cuya versión en español fue presentada en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Miguel Basáñez Ebergenyi propone nuevas claves para convertir la cultura en una poderosa palanca de desarrollo y modificar el status quo.
Exdirector de Proyectos Especiales de Investigación y Docencia de la escuela Fletcher de la Universidad de Tufts, en Boston, y exembajador de México en Estados Unidos, la propuesta de Basáñez se fundamenta en una investigación de carácter mundial, que integra además encuestas y otros estudios científicos internacionales. Ahí analiza el efecto de los valores en el desarrollo, asumiendo que éstos son componentes básicos de las culturas, de la misma forma que el ADN lo es de la vida.
El autor precisa que las culturas encapsulan los valores que hacen del acontecer económico, social y político sea más fácil o más difícil, lo que comúnmente se asocia como desarrollo.
La investigación pone énfasis en cuestionar este concepto formulado así, y sus resultados, a través de los indicadores que se han utilizado para definirlo, partiendo de que, si los tenemos, nos esforzamos por hacer cosas equivocadas.
En el trabajo se hace un análisis de las fuerzas que explican el desarrollo como objeto del debate de los últimos 150 años, examinando en uno de sus capítulos, sobre todo, las ideas de Carlos Marx y Max Weber.
Basáñez Ebergenyi, autor además de La lucha por la hegemonía en México, El pulso de los sexenios: 20 años de crisis en México y Encuesta mundial de valores, sintetiza en su ensayo los valores sobre tres ejes: honor, éxito y disfrute, resaltando la importancia del trabajo y la familia.
Con el fin de asociar valores y culturas como un concepto más amplio de desarrollo, propone un nuevo arquetipo, el Índice Objetivo de Desarrollo (IOD), que combina el Índice de Desarrollo Humano (IDH) con el Índice de Igualdad de Género (IDG), más el Índice de desempeño político construido por Freedom House, así como el llamado coeficiente de Gini para medir la distribución del ingreso y la riqueza.
Basáñez considera que el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ha sido bueno, pero no suficiente, pues ha dejado fuera indicadores esenciales sobre actuación política, ingreso, igualdad de género y sostenibilidad, de ahí su propuesta del IOD, en el que por cierto se detalla que Estados Unidos, del tercer lugar en el mundo en el IDH, baja 40 puntos.
Un mundo de tres culturas señala la importancia de seis agentes de transmisión cultural y cambio: la familia, la escuela, la religión, los medios de comunicación, el liderazgo y la ley, recogiendo opiniones también de Tocqueville, Smith y Landes. Analiza asimismo conceptos al respecto de autores como Dealy, Hofstede, Inglehart y Schwartz.
Basáñez plantea lo que podría ser un modelo cultural ideal, ahora inexistente, ensamblando el dinamismo productivo de las culturas orientadas al trabajo, como las de Alemania, China y Estados Unidos, con las culturas de la alegría, la pasión y la joie de vivre como España, Francia, Italia y España, y con el respeto a la tradición y el medio ambiente propios de algunas culturas del honor, como Albania, Gabón y Mauricio, que aumentaría la sostenibilidad mundial.
El libro sugiere unir la competitividad y la flexibilidad del mercado laboral de Estados Unidos, con la red de seguridad social y el sistema de salud y los programas de educación de los que gozan los países nórdicos y la mayoría de los europeos.
Para el autor lo anterior no es fácil, y cita el caso, por ejemplo, de la sociedad japonesa, que combina aspectos clave de las culturas del trabajo y de las del honor, pero no de la alegría.
El estudio muestra que las tres culturas analizadas en base a 7, 000 micro culturas (por idioma), 200 mezzo culturas (por nacionalidad) y 8 macro culturas (por principales religiones), así como 3 hiper culturas (por sistemas jurídicos), han perseguido distintos objetivos respecto a la tradición, al éxito material, y el disfrute de la interacción humana, obedeciendo a diferentes racionalidades (política, económica y social).
Sin embargo, resalta la necesidad de trabajar en la transformación sistémica para el logro de la alegría ideal, advirtiendo que los cambios profundos de hoy deben provenir de deseos y aspiraciones, así como de iniciativas y acciones compartidas entre los ciudadanos, que se conviertan en mandatos electorales, claros para sus líderes.
Un mundo de tres culturas es una herramienta cognoscitiva obligada, no sólo para los científicos sociales, sino para todos los que busquen información y elementos para la elaboración de nuevas fórmulas para una verdadera calidad de vida en el orbe.
(*) Este artículo se reproduce aquí con autorización de Ramón Rodríguez Rangel, quien es director de la revista cultual Praxis, de Tuxpan, Veracruz.
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