Por: Ricardo Arriaga
Todas las sillas del
espacio para conferencias y presentaciones que la Brigada Para Leer en Libertad
acondicionó en la explanada lateral del Palacio de Bellas Artes estaban
ocupadas. Detrás y a los costados había varias personas de pie. Dos ciclistas
que cruzaban la Alameda se detuvieron con cierta curiosidad sin saber que no
podrían despegarse de ahí sino hasta el final de la conferencia.
El viento agitaba la
carpa hasta la incomodidad. “Ha de ser Shakespeare”, bromeaban Benito Taibo y
Óscar de Pablo. Mejor decidieron dejar de hablar sobre él. Se habían dejado
llevar por la emoción del tema cuando Benito dijo: “No hay literatura sin
historias y no hay literatura sin pasiones humanas”. Increíblemente, el viento
dejó de azotar la carpa.
El público no paraba de
reír con las ocurrencias de esos dos que estaban sentados en el escenario.
Cuando Óscar le preguntó a Benito si había libros malos y éste le dijo que no
se atrevería a decirlo así, un asistente se levantó de su silla y le gritó con
un rotundo “¡Sí!”; y Benito le trataba de explicar su postura, pero el
interlocutor improvisado no dejaba de interrumpirlo. “Contéstame lo que te
dije: ¿hay libros malos o no hay libros malos?”, lo increpó. Y de inmediato el
resto de escuchas, tajantes, lo mandaron a callar.
“Déjame contarte una
historia. A mí nunca me gustó Milan Kundera. Lo leí a los 16, no me gustó; lo
leí a los 22, no me gustó; lo leí a los 35 y no me gustó; lo leí a los 50, no
me gustó. La última vez que llegó un libro de Milan Kundera a mis manos, sin abrirlo,
se lo regalé a una amiga. Y mi amiga, a la semana, me llamó y me dijo: ‘¡me
cambiaste la vida!’ (risas). Cada libro tiene montones de lecturas distintas,
tantas como lectores; por lo tanto, calificarlos es absolutamente difícil”.
Después dijo que todos
los libros son de autoayuda menos los que dicen “autoayuda” en su portada.
Benito soltaba frases y
recomendaciones de libros que un hombre sentado de la primera fila apuntaba sin
tregua en su celular. La conversación esa tarde se había planeado para que el
escritor platicara sobre su nueva publicación: Camino a Sognum, primera entrega
de tres de la serie Mundo sin dioses, una especie de “fantasía steampunk”,
recomendable para todos los amantes de los mundos fantásticos. Pero diversificó
los temas de su conversación hasta prácticamente olvidarse de su libro y
terminar hablando sobre todos los libros.
Lo anterior, no sin antes
parafrasear a Bruno Bettelheim, autor del Psicoanálisis de los cuentos de
hadas, cuando dijo que: “Las espadas de la fantasía sirven para defenderse de
los monstruos de la realidad”. Y el hombre de la primera fila desbloqueaba su
celular y apuntaba la referencia.
“Los libros no se roban,
se expropian”, “hay que dejar de ver al libro como una especia de cáliz” y “el
libro llega a ti de maneras insospechadas, exactamente igual que llega el amor:
sin premeditación, alevosía ni ventaja”, fueron el resto de consignas de Benito
que el hombre de la primera fila anotaba en su celular.
Pero cuando Benito contó
cómo Fernando Rivera Calderón le había recomendado una nueva postura para leer,
el hombre de la primera fila se limitó a reír sin pudor.
“¡Uno es mañoso, chingá!
Yo leo en el baño, el mejor lugar del mundo para leer. ¿Saben ustedes quién es
Fernando Rivera Calderón? Ese pinche loco un día llegó y me dijo: ‘tú eres de
los míos, de lectura en el baño’. Le dije, sí carnal. ‘Acabo de descubrir la
neta del planeta’, me dijo Fernando”. Entonces Benito se levantó de la silla,
tomó el respaldo y se sentó de frente a él. Nadie pudo aguantarse la risa. “¡El
tanque se convierte en el atril perfecto! A partir de esa conversación con
Fernando, mi vida cambió para siempre”, remató.
“El libro es capote de
torero, paraguas para el sol y la lluvia, arma arrojadiza en caso de ser necesario”,
refirió.
Todo eso terminó diciendo
Benito Taibo esa tarde, no precisamente en ese orden, la tarde en la que debía
darle prioridad a hablar sobre su nuevo libro. Y los ciclistas por fin pudieron
retomar su camino.
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