martes, 7 de enero de 2020

Carlos Velázquez, un cronista de lo subversivo, la risa y lo marginal en México


Por: Sebastián Padrón

Siempre escribir de quienes no le interesan a México: De los marginados, de una idiosincrasia doble sentido que se ríe del dolor ajeno o de los que gozan del insulto y la violencia. Ponerse en los zapatos de un despachador de pollo frito y contar esa rutina.

El Despachador de pollo frito (Sexto Piso, 2019) de Carlos Velázquez se articula en cinco relatos: uno donde un Paul McCartney mexicano debe ser retirado a la mala; la rutina en el desnucadero, donde un burócrata acostumbra a romper con sus novias cada dos años en un McDonalds y una mujer transexual que tiene que lidiar con sus compañeros de trabajo y que casi termina hecha un cyborg.

Este mapa también nos detalla la historia de un maestro de música deconstruido y sus diecinueve dedos con los que hace tocar a una orquesta a la perfección y a Mr. Bimbo, el despachador de pollo frito que es buleado todo el tiempo por su jefe y compañeros de trabajo, hasta llegar al punto de ebullición donde la venganza y la redención se abrazan.

“Este cuento de McCarney está escrito desde que se publicó La efeba salvaje (Sexto Piso, 2017). Vino con esta generación de cuentos; justo cuando La efeba se estaba yendo a la imprenta, seguí tecleando y surgió este cuento y no vio la luz hasta ahora, pero es un poco esto: la fascinación con la cultura pop”, explica Carlos Velázquez al poniente de la Ciudad de México.

No le interesa lo políticamente correcto y se fija más en los no tomados en cuenta, en los estratos sociales de los que nadie habla. Le interesa quienes lloran, los que no consiguen sus objetivos y la desgracia es el plato del diario.

Prendes la televisión y ves todo esto que te está ocurriendo; vas al concierto de The Cure y te venden unos boletos falsos y te estafan, pero resulta que la literatura mexicana está hablando de otras cosas que no tienen nada qué ver con esto".

“La mayoría de los personajes de mis cuentos están sacados de la realidad. Por supuesto que, si no vamos a otros estratos sociales, no te vas a encontrar con los mismos personajes tan estrafalarios, pero una de las cosas que a mí me gusta hacer es precisamente eso, escribir sobre los personajes que a la literatura mexicana no le importan o los desdeña.

“En la actualidad, la literatura mexicana habla mucho sobre el yo, el proceso del escritor, sobre los gatitos, los dibujitos. Guillermo Fadanelli decía hace tiempo que, en la actualidad, la mayoría del arte tiende a ser una bola de estambre y, sin embargo, este no refleja lo que pasa en las calles”, explica el escritor originario de Torreón.

Hacia un rompecabezas de lo mexicano

En este libro, dedicado a su hija Celeste Vázquez y a Juan Carlos Razo, un “niño de la calle”, metaboliza a personajes de la literatura mexicana en su ADN, como Juan Villoro -que ya es del reparto de la obra en algunos de sus párrafos- e incluso a Alejandro Jodorowsky, a pesar de que Velázquez no celebra su trabajo; además de ofrecer mapeos de la Ciudad de México o del ya recorrido norte, también hay guiños a los viajes con el primer relato, acerca de un agente privado que vive en Londres.

Para esta quinta entrega de relatos, la corrupción es parte de los colores utilizados para los climas en donde se mueven los outsiders principales y el karma de vivir en el norte o en el sur con Javieres Duarte u hombres que dejan estados endeudados -como profesionales del robo- es ya un retrato que los mexicanos acostumbran tener, como otro miembro de cada familia.

"No creo que la forma de ser del mexicano sea errónea o equívoca. El mexicano promedio no me parece la raíz de nuestros males, más bien es la clase gobernante la que es el problema", explica el escritor norteño, "la gente ha demostrado un nivel de hartazgo en cuanto al orden de cosas imperantes, pero para liberarnos de la clase política que nos está empantanando más, no encuentro una solución, una manera".

"Tenía muchísima fe en que la situación se modificara; lamentablemente hay un poder paralelo, que es el poder del narco, al que nos va a llevar muchísimo tiempo poder controlar. No va a ser cuestión de un sexenio. No es cuestión de un dirigente o de un nuevo presidente. Es una situación muy compleja que está muy enraizada en la cultura y a la cual no se puede erradicar de la noche a la mañana", reitera.

De diálogos consigo mismo

Para Carlos Velázquez, los diálogos son la columna principal de cada historia, sin ellos la verosimilitud se desmoronaría y la credibilidad se quedaría en la lona.

En este campo también se junta el efecto del azar, uno que es necesario para fabricar una sorpresa hacia el lector y que calcula a cada paso para no trastabillar.

"Sin unos buenos diálogos, la historia se muere; en mis cuentos sí hay un narrador omnisciente y le da muchísima oportunidad a los personajes de que se expresen por ellos mismos; no siento la necesidad de estarlos describiendo ni presentando, sino más bien sí está la narración en primera persona y lo más importante es darle voz a los otros protagonistas.

"El truco reside en crear el efecto del azar; (además), todo lo que ocurre está medido e incluso muy meditado; a veces, para poder escribir una historia, me lleva meses pensarlo, y a veces la puedo vaciar en 16 en 36 o en 48 horas. Decía alguien, los cuentos no se escriben en más de un día", explica el también columnista.

No es fan de las películas de superhéroes, ni tampoco le gustó la adaptación del Joker de Todd Phillips, pero muchas de sus ideas están fabricadas a partir de lo pop, de lo que pasa en la noche en espacios como el Under o El Centro de Salud de la Ciudad de México, y la serie Seindfield es una biblia para su creatividad. Cuando se le pregunta qué significa Carlos Velázquez, hay un nombre, al menos por ahora: 'La bestia del pollo frito'.

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