miércoles, 29 de noviembre de 2023

Retirarse de la Compañía Nacional de Danza



Por: Rosario Manzanos

El ballet es un arte cruel. Se inicia en plena adolescencia, con premios, concursos, triunfos, el florecer de la juventud y la investigación plena de la fisicalidad y avanzar también poco a poco a la interpretación de personajes que se abisman en el dolor o se elevan en la alegría y el regocijo. La simulación y el cliché no caben en la danza clásica, al menos no en la buena.

Por ello, desde hace tiempo, cuando el primer bailarín cubano-mexicano, Erick Rodríguez me habló de su retiro de la Compañía Nacional de Danza del INBAL, pasé por alto la fatídica e inexorable regla de que los bailarines deben de retirarse a los 42 años de edad, y me atreví a decirle que no lo hiciera.

Pero no, decisión tomada, regla de oro. Erick se despidió de forma oficial hace unas semanas con el estelar de Onegin. Creado por John Cranko (1927-1973) para el Stuttgart Ballet y estrenado en 1965, el montaje está inspirado en la novela en verso Eugene Onegin de Alexander Pushkin con música de Piotr Ilich Chaikovski.

Excelente selección para la despedida de Rodríguez, que a sus 41 años, lleva 20 viviendo en México y con gran esfuerzo escaló desde cuerpos de baile hasta primer bailarín. El suyo fue un adiós con uno de los pocos ballets que tienen a un varón como personaje principal y además, villano de principio a fin.

Nacido en Matanzas, Cuba, Erick es parte de una estirpe de artistas de la escena. Sus padres fundaron en su ciudad natal todo un proyecto que al día de hoy tiene gran relevancia incluyendo festivales y el reconocimiento mundial por ser una de las grandes sedes para el teatro latinoamericano. Así que para él, el que toda su familia viajara de diversas partes de Cuba y Estados Unidos, tenía el doble de presión.

Así, el Onegin de Erick Rodríguez mostró durante los tres actos con seis escenas, a un frívolo y banal hombre que rompe la carta de amor de una joven y bella jovencita enamorada de él a primera vista. También al hombre apasionado que ella sueña y surge del espejo —muy al estilo del Orfeo de Jean Cocteau—, y al patético hombre decrepito que se da cuenta que aquella jovencita que despreció, es ahora una hermosa y fiel mujer casada, de la que se ha enamorado con locura.

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