martes, 17 de julio de 2018

'Urge escuchar a Curiel'




Por: Erika P. Bucio

Gonzalo Curiel (Guadalajara, 1904-Ciudad de México, 1958) siempre será recordado por su Vereda tropical, el emblemático bolero que le atrajo fama internacional, y por haber musicalizado decenas de películas de la llamada Época de Oro del cine mexicano, como la versión de Santa de 1943, en colaboración con Mario Ruiz Armengol, que incluyó la canción Santa, de Agustín Lara.

Pero hay otra vereda de Curiel menos transitada por su público: su música sinfónica.

Con muy pocos estudios musicales, compuso tres conciertos para piano y orquesta en la última década de su vida. Del último, fechado en 1958, sólo escribió un movimiento. Murió el 4 de julio de ese año de un infarto en su casa de Lomas de Chapultepec, hace 60 años.

Curiel fue un compositor que, como George Gershwin, supo abordar la música popular y llevarla con éxito a la sala de conciertos.

"Es el Gershwin mexicano", sentencia Rodolfo Ritter, un pianista empeñado en rescatar su obra sinfónica.

Ritter publicará este año un disco con sus tres conciertos para piano con Toccata Classics, un sello londinense enfocado en la música que suele ser relegada por las grandes disqueras. Un primer intento por publicarlo con Sterling, en 2015, dentro de la serie Antología de música mexicana para piano y sinfónica, quedó varado por problemas financieros de la disquera.

Si Gershwin tomaba como referencia el jazz para construir sus piezas, todo cuando aprende Curiel de su labor en la música popular termina por influir en sus conciertos para piano.

En Curiel confluyen de manera armoniosa, ahonda Ritter, la música académica y los ritmos populares de la época, aunados al "genial y potentísimo lirismo" de la canción mexicana, como calificaba Manuel M. Ponce.

Una amalgama más compleja que en Gershwin.

"Los conciertos para piano (de Curiel) terminan teniendo una estructura bastante más clásica que Gershwin", acota, por su parte, el pianista y compositor Arturo Rodríguez.

El primer acercamiento de éste a la obra de Curiel fue a través de la música para cine, que el jalisciense comenzó a escribir en 1938. Llegaría a colaborar en 180 películas, de acuerdo con Gonzalo Curiel hijo.

En opinión de Rodríguez, su música para cine se alimenta de la sinfónica, y viceversa.

Lo ejemplifica con la música de los créditos iniciales de la película Paraíso robado (1951), de Julio Bracho y con Arturo de Córdova, que guarda similitudes con el primer movimiento del Concierto para piano No. 1.

O el tercer movimiento del Concierto No. 2 con el comienzo de El portero (1950), de Miguel Delgado, con Cantinflas.

Aunque sus conciertos para piano, considera Rodríguez, poseen una mayor influencia clásica que del cine mexicano.

"Era la manera de Curiel de desahogarse y hacer la música de concierto que le gustaba hacer. Tiene más influencia de los conciertos para piano de Shostakovich, Rachmaninoff o Kabalevsky", expone.

Como Ritter, destaca además la influencia de Kachaturian, en particular, en el segundo concierto. Como evidente es Prokofiev en el tercer concierto: "Esta influencia es muy notable particularmente en pasajes para el piano de saltos con acordes".

Gonzalo Curiel hijo considera que los conciertos son el homenaje de su padre al piano. Y Ritter resalta: son un homenaje al potencial del piano. El piano que el compositor había empezado a tocar a los 6 años y por el que abandonaría la carrera de Medicina, en el cuarto año, provocando la ruptura con su padre, el contador Juan N. Curiel, quien le advirtió: "Como pianista, trabajarás en bares y prostíbulos y te pagarán con tequila barato".

A los 23 años dejó Guadalajara acompañado de su madre y su hermana para perseguir su vocación musical en la Ciudad de México. La suerte jugó a su favor: pronto se contrató en una oficina de gobierno y, por las tardes, trabajaba en una casa musical la grabación de rollos para pianola tanto de música popular como clásica.

A los dos meses de unirse a la XEW recibió una oportunidad para ser pianista del Dr. Alfonso Ortiz Tirado y acompañarlo en una gira internacional. Una vitrina para mostrar su talento. Y crearía sus propias agrupaciones. De las más famosas: el Escuadrón del Ritmo.

La familia Curiel, y en especial su hijo Gonzalo, quien por años ha comandado la recuperación del legado sinfónico de su padre, encontró en Rodríguez a quien podía encomendar la tarea titánica de reconstruir el Concierto No. 2 para piano y orquesta (1950), el único de los tres conciertos cuya partitura no conservaba completa. Y el más complejo.

Fue estrenado el 19 de abril de 1951 en la XEW y, meses después, el 21 de noviembre, se tocó en el Palacio de Bellas Artes con la Sinfónica Nacional.

Rodríguez tenía la experiencia de haber elaborado una suite con música de Curiel para la película Dos caras tiene el destino, la canción Incertidumbre y temas de Santa. Lo hizo sin la partitura, que no está disponible, como ninguna de la música que escribió para películas.

Debió trabajar de oído para armar la suite que dirigió en un concierto en 2013 con la Mexfilm Orchestra en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), como parte del Laboratorio de Música para Cine, un proyecto impulsado por la productora cinematográfica Bertha Navarro.

"Es el sinfonista más romántico de la Época de Oro del cine", pondera Rodríguez, nacido en Monterrey pero afincado en Los Ángeles.

Al concierto llegaron la viuda del compositor, Conchita Curiel, y su hijo Gonzalo, avisados por la hija de Chava Flores. Rodríguez no los conocía; había intentado sin éxito contactarlos. Ahí se produjo el afortunado encuentro. Tenían al hombre que podía armar el rompecabezas que era el segundo concierto.

Rodríguez explica que los Curiel guardaban fotocopias de originales a mano del primer y tercer conciertos, pero del segundo sólo tenían las partes para cuerdas y para piano y una grabación en vivo de la transmisión radiofónica, pero de una calidad deficiente y hecha con un solo micrófono que no captó todas las secciones de la orquesta. Faltaban la partitura del director (full score), además de las partes para alientos madera, metales y percusión.

Hubo que enfrentarse a un trabajo de arqueología musical, sacarlo de oído a partir de la grabación. Lo que no alcanzaba a distinguirse, ya sea por el ruido ambiental o porque no lo captó el micrófono, se trató de completarlo de la manera más artística posible, después de estudiar y analizar los otros dos conciertos, a fin de apegarse al sonido de Curiel.

"Es el único compositor mexicano con tres conciertos para piano", subraya, por otra parte, Ritter, quien desde sus tiempos en el Conservatorio Nacional comenzó a seguir la huella del compositor. Sabía de la existencia del Concierto No. 1, cuya partitura consiguió en la Promotora Hispanoamericana de Música, editora que posee los derechos de sus piezas.

Sólo después, por un melómano, Ángel Augusto Ramírez Zarco, supo de los otros dos conciertos. De hecho, fue a partir de las pesquisas de Ramírez Zarco como pudo conseguirse la grabación a partir de la cual Rodríguez trabajó en la reconstrucción del segundo concierto. Y ese fue el eslabón que unió a la familia Curiel, Rodríguez y Ritter.

Curiel jamás pisó un conservatorio. Si acaso tomó unas cuantas clases con el pianista Zez Confrey en su juventud, en una rápida escapada a Estados Unidos, de donde lo trajo de regreso su padre. Sin embargo, su manera de componer corresponde a la de un compositor académico.

Sus conciertos son muy demandantes, difíciles para el solista en el piano, tanto como un concierto de Rachmaninoff o de Tchaikovsky.

"Lo cual da una idea de lo buen pianista que Curiel debió ser", pondera Rodríguez. 

Y sin embargo, era accesible al público.

Era un monstruo en la orquestación, heredada de la instrumentación cinematográfica. Como compositor para cine, sabía crear efectos dramáticos. "Ya hubiera querido Gershwin orquestar así. Ma-gis-tral. Suena la orquesta como un dragón...", expone Ritter, quien pone como ejemplo su Concierto No. 2, a su juicio, el más completo y brillante, con una estructura clásica de concierto para piano.

Un compositor con evidente influencia de Rachmaninoff, Shostakovich, Prokofiev. Quien en su tercer concierto se proponía explorar otras rutas armónicas y de estructura, en un esfuerzo truncado por su repentina muerte.

Sus conciertos deberían ser parte del repertorio estándar de las orquestas mexicanas, plantea Rodríguez, quien trabaja en una nueva suite con música para cine de Curiel.

Mientras Ritter sentencia: "Urge escuchar a Curiel".

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