Foto: Demián Chávez
Este artículo, titulado “Estudio sobre un      obstinado rigor que se transforma en danza”, fue escrito por el      crítico de música de Proceso,  y publicado en su número 160      del 26 de noviembre de 1979, con ocasión del Premio Nacional de      Ciencias y Artes concedido a Guillermina Bravo, la gran coreógrafa      de México nacida en 1920 y fallecida el pasado día 6 en su casa de      Querétaro.
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Semejante al Bolero de Ravel, así es Guillermina Bravo.      Su rítmica insistencia dota a la actividad emprendida del elemento      que fundamenta la unidad dentro de la variedad: un pulso regular.
El tambor es gemelo al que tantas veces se ha visto y oído usar a      Guillermina en sus clases, en ensayos, en los ejercicios. Es la      presencia también de su codiciable terquedad y obstinación      magnífica.
En Guillermina Bravo hay asimismo diversos modos de repetición      bajo la apariencia global de un todo unitario, cuya dilatada      superficie está compuesta con tanta sabiduría artesanal y aplomo      técnico, como exasperación amorosa.
Gradualmente, desde hace ya treinta años, se ha asistido a la      incorporación de las diversas etapas de una tenaz reiteración      cuyos sedimentos, básicamente integrados por un material idéntico       –siempre igual, siempre distinto– han ido acumulándose.
En lo externo puede apreciarse con cierta facilidad esta      secuencia que hoy aparece lógica, pero cuya eficacia sólo ha      podido establecer y llevar a cabo el ánimo estricto de un óptimo      poder creativo. Al irlo consumiendo y contemplando en      retrospectiva, este proceso aparenta seguir los dictados de un      implacable determinismo. Nada más lejano a la realidad: está      formado por un recomponer y re-trazar continuo; integrado por      aceptaciones, titubeos, rechazos, tomas de posición, antagonismos,      iluminaciones súbitas, ajustes, emotividad expresiva,      consideraciones, simpatías y diferencias; en un orden establecido      por un código draconiano cuya armonía es insólita e irrepetible.
Vocabulario, sintaxis, idioma, estilo y tendencias se determinan      mutuamente, aunque en ocasiones el resultado sea mayor que la suma      de las partes pues Guillermina Bravo, al través de su inteligencia      y poder de observación, se ha ido autodotando de un complejo      sistema contrapuntístico de entidades cinéticas; hoy es dueña en plenitud de las relaciones      diagonales. En un diseño con frecuencia asombroso, éstas últimas      establecen su propio balance con los elementos teatrales      (narrativos lo mismo que no anecdóticos) que describiendo una      especie de curva de Gauss, aparecen o se sumergen en la      composición coreográfica.
En esta trama de fuerzas vectoriales, se encuentran en feliz      tensión elementos factuales y conceptuales pertenecientes lo mismo      a la tramoya, como otros anatómicos, o de luminotecnia, además de      los que constituyen núcleos sugestivos, las aportaciones musicales      o varias corrientes eróticas; y por supuesto la fantasía      inventiva, don que a la vez aglutina y sirve de aura a una visión      personal del universo, o –más precisamente aún– de la condición      humana.
Este encuentro ordinal y cardinal de estructuras tangibles y      orientaciones estéticas cuyos núcleos a su vez están continuamente      en evolución y desarrollo, hace reaparecer sus diversos      componentes motívicos con gran sutileza, tal como Ravel en el Bolero       –para retomar el punto de partida– dejando atrás el experimento      (etapa previa) y transformándose ahora en un gesto de exploración      continua. Punzante e indubitable, el terco empeño del rigor      artístico de Guillermina Bravo aparece y vuelve, persistente y se      reanuda, se eslabona, en un viaje perpetuo hacia la renovación y      el enriquecimiento. La investigación arroja sus frutos: la obra de      danza viva en el foro.
Todo esto quiere subrayar aquí la importancia de un catálogo      creativo en el que la técnica –algunas veces incluso rozando lo      academizante de manera peligrosa–- ha servido para rechazar con      insistencia lo convencional y lo endeble. Sin embargo, al correr      de la experiencia el dogmatismo ha cedido y las más diversas      orientaciones, seleccionadas en forma lúcida, han ido      contribuyendo a variar y ampliar la perspectiva de creación en la      obra coreográfica de Guillermina Bravo. Incluso sus incursiones al      Music-Hall o en el Teatro Hablado, dan testimonio de un claro      ánimo de diversificación.
Visión ésta de otra Guillermina Bravo: dotada de paciencia      inconmensurable, trabajando con medios distintos a los      proporcionados por sus bailarines de Ballet Nacional, quienes son      capaces de resistir todo, hasta el elogio. Con agilidad corporal      envidiable, la coreógrafa muestra a los actores lo que se pide de      ellos, o intenta guiar a la vedette dotada de artritismo precoz.
–Mira querida: mueve así tu caderita… Ochito, ochito. –Mientras,      la apócrifa hijastra del Tetrarca de Galilea, intenta repetir      cuanto la Maestra Milagrosa realiza.
Casi imposible resistir, al serle otorgado el Premio Nacional de      Artes a Guillermina Bravo, el señalar:
a) Es la primera mujer que lo recibe.
b) Asimismo, la primera vez que se extiende a la danza.
c) Con Guillermina se premia también (por muy lugar común que      esto pueda parecer), al movimiento mexicano de danza moderna, a      aquellos que contribuyeron a formarlo y a quienes lo integraron,      relacionándose al mismo de una u otra manera.
d) Indirectamente, resulta una acusación flagrante a la torpeza y      pobrediablismo de la actual administración dancística del INBA,      empeñada en la glorificación caricatural de un refrito reporteril.
e) La sorpresa y aplauso de Benjamín Britten y Lukas Foss, al ver      sus respectivas músicas coreografiadas con tal acierto por      Guillermina Bravo.
f) De estas mismas páginas partió la iniciativa. Gracias, Raquel      Tibol.
Ha de terminar este elogio a Guillermina Bravo con la plasticidad      sonora de La consagración de la primavera –ese      irresistible documento de Alejo Carpentier– cuando cifra los      ejercicios de danza: “1 yyy 2 yyy 3…”.

 
 
 
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