sábado, 13 de junio de 2015

Francisco Segovia traza con aire 20 años de poesía



 
Foto: Jaime Boites
 
Por: Virginia Bautista 
El aire puede estar habitado, iluminado o triste; ser seco, primaveral o incluso fiel. Pero cuando el poeta Francisco Segovia (1958) evoca al aire negro, es una advertencia de que la muerte ronda cerca.
 
El aire, afirma en entrevista el también lexicógrafo, es el único elemento de la naturaleza que comparten todos los hombres. Por eso, decidió titular Aire común (Conaculta) al volumen que reúne los poemas que confeccionó entre 1994 y 2011.
El aire es una constante en mi poesía. Siempre me ha interesado la idea de la transparencia y la ocupación del otro”, explica el traductor.
 
Recuerda que a los diez años de edad se percató de la presencia del aire, o más bien de su ausencia, en una fotografía que lo impactó y, desde entonces, le gusta explorar sus significados.
 
Cuando los astronautas Neil A. Armstrong y Edwin E. Aldrin llegaron a la Luna, en la imagen se veía la superficie de la Luna intensamente blanca, porque era de día, y el cielo intensamente negro, porque no había aire. Es decir, el día es aire iluminado”, detalla.
 
De hecho, el primer libro que publicó, El aire habitado, propone que este elemento alberga a la memoria, los recuerdos, los amores y los examores. “Esa imagen de algo que es ocupado por otro siempre me ha gustado”, añade.
 
Considerado un “poeta-naturalista”, Segovia ofrece en sus versos una mirada despojada de artificios que echa luz al alma de los árboles, los jardines, la lluvia, los bosques, el desierto o el agua.
 
Cuenta que comenzó a acercarse a la naturaleza a partir de que leyó una frase en Doctor Faustus, del escritor Thomas Mann, que dice: “A los jóvenes no les interesa la naturaleza”.
 
Aclara que “eso está escrito en una novela sobre el diablo y el diablo es el rey de este mundo. Me pareció interesante ese lado diabólico, seguir el camino de lo diabólico por el lado de la naturaleza, que siempre se piensa que es santa. Mirar la naturaleza como diciendo ‘aquí estamos, esto nos importa’”.
 
El investigador de El Colegio de México dice que a través de sus poemas pretende que sus lectores revaloren su entorno. “Estamos cosificando a la naturaleza. Ésta solía ser diosa, era algo sagrado, y ahora la hemos convertido en cosa, mercancía, la estamos degradando. Y eso nos va a costar muy caro, estamos desertificando el planeta, contaminando, y a la larga vamos a desaparecer, el planeta nos va a borrar del mapa”, considera.
 
Pero el poeta aclara que en su trabajo “no hay panfleto ni denuncia de situación alguna, sólo describo lo que pasa”. Más bien, sus versos buscan revivir o sacudir “ese nervio con el que sentimos”, ya que algunos pueden tenerlo muerto.
 
Dice que, para él, la poesía dialoga con los hombres, “en mi caso particular con las mujeres, en el tema del amor”, y con la naturaleza. “La poesía dialoga con toda la cultura anterior. Así, un poema puede arrancar despertado por un poema de otro poeta. O puede arrancar con cómo suena algo o por el puro amor. Sí hay una contemplación del mundo, de la sorpresa y del milagro de lo que uno ve”.
 
Aire común reúne tres libros de Segovia que, él recomienda, conviene leer en orden, porque cuentan una historia. “Me interesaba retratar a un grupo de hombres a salto de mata, consiguiéndose su comida, cazando, pescando, haciendo fuego. El primer libro ocurre en México en un paisaje semidesértico, muy Juan Rulfo, pero en ese momento hice un viaje a Rusia y los poemas seguían saliendo, pero con otra geografía.
 
 
El segundo volumen evoca las partidas del hombre, tanto las despedidas como las partidas de hocico. Y en el tercero pasamos de México al extranjero y del extranjero a Marte, evoco la vida en este planeta. Aunque también hay un libro que, nadie lo nota, pero es de poemas de vampiros, y uno más de ciencia ficción. Esas son mis rarezas”.
 
Espera la publicación de su nuevo libro, Abrir la boca. “Va en el tono de Partidas, con poemas breves, y el que habla es un muerto egipcio. Había un ritual que se llama de apertura de la boca. Cuando alguien moría, le abrían la boca para que regresaran al cadáver sus almas y pudiera ir a rendir cuentas, para saber si lo devoraba el monstruo que devoraba a los malos o sí pensaba a mejor vida.

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