miércoles, 12 de agosto de 2015

La literatura nos da dignidad: António Lobo Antunes

 
 
Por: Juan Carlos Talavera
 
António Lobo Antunes (Lisboa, Portugal, 1942) es el más importante escritor vivo en lengua portuguesa y uno de los novelistas europeos imprescindibles de nuestro tiempo. Es un firme candidato a recibir el Premio Nobel de Literatura cuya obra lo ha convertido en un animal literario que se reinventa en cada libro.
 
 
Desde muy joven se inclinó por la escritura, el futbol y el box. Entonces se imaginaba como un poeta del balompié, un delantero que practicaría sonetos y chilenas en el Club de Futbol Benfica.
 
 
Eso terminó cuando su padre le pidió que estudiara medicina. Se inclinó por la siquiatría, fue enviado a la guerra con Angola y desde los 20 años es un pugilista de las letras que en cada libro perfecciona la respiración de su prosa.
 
 
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Autor de Fado alejandrino y Mi nombre es legión, el  viejo lobo de las letras cumplirá 73 años el próximo 1 de septiembre y en entrevista exclusiva con Excélsior habla sobre su relación con México, el descubrimiento que le significó Pedro Páramo, de Juan Rulfo, profundiza en su proceso de escritura y se autodefine como un hombre lleno de preguntas al que no le interesa la totalidad de la literatura, un ciudadano de las letras que no comprende la envidia y se ha dedicado a explorar la muerte, la guerra, el amor y la memoria.
 
 
Es mediodía para el escritor luso en su casa de Lisboa. Su voz de acero descuelga el teléfono: “Digaaa”. Carraspea un poco y tras un silencio que parece al de una sala de conciertos responde: “Bien… treinta minutos”.
 
 
¿Es el conjunto de su obra un ejercicio de la memoria que quiere comprender nuestro tiempo?.
 
 
Mira, yo escribo lo que el libro quiere y trabajo sin nada de eso. Tomo el papel y espero a que la voz me dicte las cosas. El libro se hace solo en la primera versión. Por supuesto que tengo una idea… pero el resultado puede ser muy distinto de lo que esperaba.
 
 
Pero hay algo en que tienes razón: no hay imaginación, solamente memoria. Porque cuando un enfermo padece un accidente vascular-cerebral queda privado de su memoria y se queda sin imaginación.
 
 
Hace tiempo un amigo mío se quedó sin memoria. Era como mi hermano. Ya no sabía quién era y comprendí que la imaginación es la manera como arreglas los materiales de la memoria y los transformas. La imaginación no es más que memoria.
 
 
 ¿Asume la escritura como un ejercicio de combate o de sobrevivencia?
 
Yo no tengo respuestas, sólo preguntas. Estoy lleno de preguntas y cuando pienso que tengo una respuesta se convierte en otra pregunta. Después de la pregunta sigo angustiado. Nadie tiene respuestas. Tú me preguntas por la guerra (con Angola, en la que Antunes participó al terminar la universidad y le inspiró a escribir libros como Memoria de elefante, En el culo del mundo o Fado alejandrino). No sé por qué los escribí. A posteriori, creo, fue para liberarme de esos fantasmas de la guerra. Era lo que vivía. Pero la guerra es una cosa que nunca termina dentro de ti, sigue contigo todo el tiempo, con culpabilidad, remordimiento y rabia. Pero yo no quise hacer un testimonio ni nada de eso.
 
 
Ahora cada año me reúno con mis compañeros de batallón… y después de comer con ellos paso dos o tres noches horribles en que vuelven las pesadillas, los muertos, los vivos, la injusticia y la incomprensión de la guerra. Al mismo tiempo ésta ha sido importante para mí porque dejé de verme como el centro del mundo y en ese mundo descubrí cosas importantes, como la camaradería, la ayuda y algo muy raro: la ausencia de culpabilidad.
 
¿Le preocupa la ausencia de culpa?
 
 
Nadie siente culpa. Ninguno de ellos. Era una guerra injusta que debías hacer. Y quienes no iban a la guerra lo hacían porque tenían miedo a morir… Durante la guerra éramos atacados toda la noche y mientras empezaba el ataque estábamos atentos y nerviosos. Aquella era una guerra de chicos de 19 o 20 años, niños que no comprendíamos la guerra. Esa incomprensión jamás me ha dejado, pero ahora me atrapan otras cosas: comprender la vida, la muerte, el amor y los sentimientos.
 
 
¿Es su literatura una exploración una exploración de los sentimientos?.
 
¡Es que no los comprendemos! Siempre reaccionamos de una manera primitiva, emocional, impulsiva, sin reflexionar, sin pensar. Y escribir es un poco lo mismo: tienes que trabajar mucho hasta que tienes un edificio coherente y sólido. Pero eso toma mucho tiempo.
 
¿Es usted siquiatra de sus personajes?
 
¡No! Fui siquiatra porque estudié medicina. Entonces debía elegir una especialidad y no sabía cuál. Pensé que la siquiatría podría darme algún conocimiento de los otros, pero no fue verdad. La ejercí pocos años porque tuve la suerte de que a los críticos y al público les gustara mi trabajo. Eso me ha permitido vivir de lo que escribo.
 
 
Había un escritor que decía que un loco no era aquella persona que había perdido la razón; era una persona que había perdido todo, menos la razón. A menudo tenemos una tendencia natural por crucificar a las personas, muchas veces de una manera cruel e injusta, pero el tiempo te ayuda a no hacerlo porque no tenemos ese derecho.
 
¿Le hubiera gustado ser poeta antes que narrador?
 
 
Me hubiera gustado empezar por escribir poesía. Pero a los 18 años descubrí que no tenía ningún talento. Eso ha sido terrible para mí. Me quedé muy triste e intenté escribir otras cosas. Ahora me pregunto si es legítimo hacer distinciones entre una novela, un poema y un cuento. Escribimos y es todo. Después uno termina el libro y no te pertenece más, es de quien lo lee. Uno ya no tiene derecho sobre eso. Y aunque hay gente que corrige las reediciones… yo no tengo derecho. A menudo me pregunto ¿quién ha escrito el libro? ¿Has sido tú?, ¿algo dentro de ti? ¿Quién es el autor? Yo creo que los buenos libros han sido escritos por todos nosotros.
 
 
¿Pero el libro de quien lo escribe?
 
 
Mira, yo soy un obrero… y te aseguro que tenemos patrones… ¡Caray! este aparato hace un eco terrible que te transforma la voz y por momentos pienso que eres Dios –dice con una mezcla de broma y confidencia.
 
 
LOS HIJOS DE RULFO
 
 
A Lobo Antunes no le interesan los premios. Ni siquiera el Nobel. Pero hay uno que guarda en su corazón: el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2008 –antes llamado Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo–, un reconocimiento que le hace pensar en Rulfo, uno de los escritores que considera más importantes del siglo XX.
 
 
¿Fue Rulfo quien lo vinculó por primera vez con México?
 
 
Me gustan los escritores mexicanos. Tienen escritores buenos, vivos y muertos. Es un país que ha dado a Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, pero también a artistas como Cantinflas, genio al que Charles Chaplin consideraba uno de los mejores del mundo; también tienen matadores geniales y púgiles muy buenos. Yo tengo una gran deuda con México porque siempre me ha recibido con generosidad, amistad y una ternura que jamás olvidaré.
 
 
A mí me conmovió que me dieran el premio que antes se llamaba Rulfo. Ha sido muy importante que los mexicanos se acordaran de mí. Eso me ha dejado una alegría muy  grande. Aunque hay algo más que me gusta de México: sus mujeres –explica con un largo suspiro– ¡son guapísimas! Me encanta su manera de hablar y su sensualidad. Tienes mucha suerte de vivir en México.
 
¿Imaginó que El archipiélago del insomnio tuviera tantos ecos rulfianos?
 
 
Eso no me cabe decir a mí. Pero en mi pobre opinión, que nada vale, Rulfo ha hecho una de las obras más importantes del siglo XX. De eso no tengo duda. Todos le debemos un poco. Pedro Páramo es un libro con una estructura compleja y muy trabajada. No hay duda, él consiguió algo extraordinario: que al leerlo parezca sencillo, aunque no lo es. Recuerdo que en mis primeras lecturas no comprendí nada, hasta que entendí que todos estaban muertos. Fuera de México se habla poco de Rulfo, pero en cierto sentido todos somos sus hijos y no sólo los mexicanos.
 
 ¿Por qué la muerte es una constante en su literatura?
 
La manera de mirar a los muertos es otra cosa que me gusta de México. Hablan de vivir con ellos, una manera donde ellos continúan vivos en su muerte, pero dentro de nosotros… la muerte ha sido importante en mi trabajo.
 
 
Su abuelo leía epitafios para que la muerte no lo sorprendiera. ¿Qué lee usted para no ser tomado por sorpresa?
 
 
Mira, yo no conozco un hombre al que no le haya pasado por la cabeza la idea del suicidio. Me pregunto si el suicidio es tu muerte o mientras intentas suicidarte estás asesinando a otro. Hace mucho trabajé con personas que intentaron suicidarse y comprendí que no querían matarse a sí mismos, sino a una parte suya que les era insoportable. ¡Ellos seguirían viviendo eternamente con la parte que les gusta! Claro que morir por morir… sólo que fuera por amor.
 
¿Qué epitafio escribirá en su tumba?
 
¡Nunca he pensado en eso! –dice con una risa a medio camino entre la sorpresa y la ternura– Pero, sabes, cuando pensamos en nosotros nos creemos inmortales porque nadie está preparado para morir. ¡Nadie! Ni un chino con 120 años y muchas enfermedades. Yo no conozco a alguien que se prepare para morir porque hemos sido hechos para la vida, no para la muerte.
 
UN TORO QUE ESCRIBE
 
 
Uno de los pasatiempos de Lobo Antunes es escribir frases en los muros de su casa, son pequeñas explosiones de creatividad que lo maravillan y a menudo le sirven como brújula y sextante cuando explora la respiración de un nuevo libro. Así que en un muro se puede leer una frase de Jean Cocteau, donde afirma que dioses y hombres habitan el mismo edificio, así que de vez en cuando se encuentran en las escaleras. Y en otro aparece una de sus favoritas, es de Cantinflas y reza que “Antes de hablar, quería decir algunas palabras”.
 
 
¿Cómo ha conseguido tantas formas de respiración en su literatura?
 
 
Hablas de algo muy importante para mí: la respiración. Pero eso sólo lo consigues con trabajo: escribes, vuelves a escribir y vuelves a escribir. No hay secretos. Es insistir. Es como salir al ruedo sin tocar los cuernos (de un toro).
 
 
Sabemos que el libro es el matador y que debes acabar con él. Tú eres ese toro, medio ciego, en un medio desconocido con mucha gente, mucho ruido y donde lucharás con un enemigo que siempre huye, que puede vencerte y matarte. Ya sé, es muy curioso todo eso… pero no me veo haciendo otra cosa. Es lo que hago desde que me conozco. Uno no escribe por placer, lo hace porque sabe que no puedes y no debes hacer otra cosa.
 
¿Aunque la literatura no nos salve de la muerte ni del olvido?
 
La literatura no nos salva de nada pero hace algo muy importante que Faulkner decía: hace que nos apoyemos solamente en las patas traseras… Así que cuando leo un buen libro o escucho una gran sinfonía me da dignidad de hombre. Eso hace la literatura con nosotros: nos proporciona una dignidad que de otra manera no tendríamos.
 
¿Qué opina el ciudadano Lobo Antunes de nuestros tiempos?
 
 
Que nada ha cambiado. Somos los mismos de siempre. Siempre hemos sido como ahora y seguiremos de la misma manera. Por ejemplo, hay un sentimiento que no comprendo: la envidia. Y no lo comprendo porque la literatura no es un deporte ni una competencia. Aquí no hay el mejor ni el peor, todos hacen lo posible para que los lectores vivan con dignidad y, de ser posible, mueran con dignidad, que es muy difícil… Créeme, trataré de tener dignidad cuando me llegue la hora.
 
Esa envidia es muy común en…
 
La envidia es muy común, la mierda es muy común. Pero los hombres cuando son hombres están condenados a entenderse. No la comprendo porque no existe el mejor de la literatura, sólo son hombres que intentan hacer lo mejor que pueden.
 
Para usted cada libro es una estatua que desentierra de su jardín.¿Qué estatua desentierra actualmente?.
 
¡Es verdad, he dicho eso! –acepta con una carcajada prolongada– ¡Y lo sigo pensando! Hay que limpiarla hasta que no haya más hierbitas ni insectos y entonces tendrás un libro. Ahora mismo trabajo en algo pero todavía no sé si será niño o niña.
“Oyeee, hablamos hace casi tres cuartos de hora… ¿Estás ahora en el DF?, ¿sí? –pregunta para concluir– ¡Aaaahhhhh!, cómo me gustaría estar ahí. Quisiera ir pero son muchas horas de vuelo. ¡Es una mierda eso! Pero volveré. De eso estoy seguro”.
¿QUIÉN ES?
 
 
António Lobo Antunes cumplirá 73 años el próximo 1 de septiembre. Es el más importante escritor en lengua portuguesa. Es firme candidato al Premio Nobel de Literatura. Su primer libro lo escribió a los ocho años, pero fue hasta 1976 cuando encontró su propia voz y quiso publicar Memoria de elefante, pero durante tres años no consiguió publicarlo. Hoy tiene más de 20 libros, entre los que destaca su trilogía sobre la muerte que incluye: Tratado de las pasiones del alma (1990), El orden natural de las cosas (1992) y La muerte de Carlos Gardel (1994). Ha recibido los premios Jerusalén (2005), Camões (2007) y FIL de Literatura en Lenguas Romances (2008), entre otros. Es lector asiduo de la poesía de Carlos Drummond de Andrade, de la música de Beethoven y las pinturas de Diego Velázquez.

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