domingo, 3 de abril de 2016

Correspondencia entre Claude Debussy y Pierre Louÿs


 


POR JUAN VICENTE MELO



En ocasión de la muerte de Juan Vicente Melo (9 de febrero de 1996) la revista Pauta, dirigida por el compositor Mario Lavista, autor de las grafías musicales de La obediencia nocturna (1969), la gran obra de Melo, publicó a modo de homenaje un ensayo olvidado de Melo en torno a la correspondencia entre Claude Debussy y Pierre Louÿs, el poeta simbolista autor del pastiche Las canciones de Bilitis. Este ensayo apareció en los números de abril y junio de 1960 de Carnet musical, revista de X. E. L. A., emisora de radio que trasmitía música clásica con el lema de Buena música desde la Ciudad de México. No está recogido en su libro de ensayos Notas sin música (Fondo de Cultura Económica, 1990). Melo tenía una significativa devoción por Debussy, a quien dedicó uno de sus ensayos más perspicaces y sin duda de necesaria lectura para la comprensión del universo simbólico presente en su breve obra. “Debussy, entre el cielo y el infierno” fue publicado originalmente en la Revista de la Universidad de México, número 493, con fecha de enero y febrero de 1963, y recogido por Alberto Paredes en la citada edición de Notas sin música.

 

En Carnet Musical, Melo escribió bajo seudónimo: Eugenio Gante, durante 1960 y 1962; posteriormente el compositor y melómano Salvador Moreno –cuyo centenario celebramos este año, 1916-1999– retomó este seudónimo.

 
I

 
La correspondencia entre Claude Debussy y Pierre Louÿs contiene más de un dato precioso para llegar al conocimiento exacto del autor de Pelléas et Mélisande, ese compositor que, de iniciador de un nuevo camino y jefe de la vanguardia musical de su tiempo, se ha convertido en inofensivo “clásico”, músico “reaccionario”, gracias a la aceptación total y al goce del dominio público. No exageramos al afirmar que Claude Debussy es, ya, víctima de la falsificación y la leyenda; sin embargo, cada nueva audición de sus obras y la atenta y repetida lectura de su correspondencia (numerosa tratándose de un músico, ya que éstos, aseguran, no escriben nunca) nos confirman que todo está por decirse y todo por descubrirse acerca de su personalidad humana y artística. La correspondencia sostenida por el escritor Pierre Louÿs de 1893 a 1904 –como aquellas cartas enviadas a su esposa Emma y de las que ya hemos hablado en estas mismas páginas– contiene rasgos y hechos “inéditos”, ciertas actitudes y opiniones que hablan claramente en favor de la “novedad” de Debussy como compositor y hombre de nuestro tiempo.

 

Unas palabras acerca de Pierre Louÿs: autor de Les chansons de Bilitis, Afrodita, Aventures du roi Pausole, Louÿs (1870-1925) fue, en su tiempo, campeón de la sensualidad, el erotismo y la inteligencia, de un cierto momento del simbolismo literario. Inteligencia brillante, temperamento lúcido, ingenioso y agudo, caen actualmente sobre su nombre el descrédito y el silencio: ausencia de datos en la casi totalidad de volúmenes consagrados a la literatura francesa contemporánea (dos o tres frases comedidas, si acaso, en las grandes enciclopedias), ausencia de títulos en las mejores surtidas librerías (cierta importante casa editorial declaró recientemente que no “reeditará a las «momias» del simbolismo: Louÿs y Henri de Regnier, especialmente por resultar “invendibles”.) La situación no es nueva para el amigo de Debussy: puede afirmarse categóricamente que su prestigio acabó el día de su muerte, que el encanto de su lectura, como su fama, es efímero: deslumbra y engaña al momento, más no resiste el paso del tiempo.

 

Hay un síntoma revelador en el Diario de André Gide, ese rico arsenal donde se codea lo inútil y lo trascendente en increíble amalgama; se abre el volumen (otoño de 1889) con el nombre de Pierre Louÿs y lo encontramos con frecuencia en las primeras páginas. Más adelante, a pesar de que la amistad entre los dos escritores había ya sufrido bastantes quebrantos, Gide elogia “el fuego sagrado” que, como don excepcional, posee el futuro autor de las chispeantes aventuras del rey Pausale. Pero enseguida comprobamos la verdadera cara: Louÿs es un “práctico”, es insincero, desagradable y mediocre (demasiado “irónico”, dice Gide, en contraste con él, que es perfectamente “jónico”); en la página 882 leemos que (Louÿs) “aparentaba una especie de fervor y de entusiasmos extraordinarios”; luego el nombre sólo será mencionado circunstancialmente. Síntoma revelador, digo, porque en esas páginas se resumen opiniones que después he encontrado en manos de otras personalidades: porque, en fin, pueden tomarse las razones de Gide –la insinceridad, especialmente, humana y artísticamente hablando– como causas determinantes del desinterés general que reina respecto a la figura de esa singular personalidad.

  

Debussy precisa el total descubrimiento: él no es el autor de los fondos musicales de ciertas películas inscritas dentro del sicoanálisis lacrimógeno, ni el afeminado caballo de batalla de algunos directores de orquesta cuya debilidad por los reflejos rosados, las imágenes nebulosas y las nubes de pastel es manifiesta; no es, tampoco, ese azucarado platillo de quinceañeras tardíamente azulosas, de antemano pervertidas por un crónico chopinismo mal entendido, niñas hipersensibles a las “catedrales sumergidas” y a las infantas “cabello de lino”. ¡Quién iba a decirle a ese hombre puro y tan poco amante de las concesiones que su obra caería en manos tan pecadoras!… Se me dirá que exagero: cierto es, tal vez; mas Debussy corre el peligro de convertirse en un sucedáneo del lamentable “caso” de Chopin o, para no caer en ese lugar común, del no menos triste “caso” de Mozart, cuya novedad sólo puede advertirse tardíamente, cuyo descubrimiento sólo es dable en un limitadísimo círculo de intérpretes y aficionados. En contraste, Pierre Louÿs, el pobre, es ahora, justamente un inocente divertimento de adolescentes curiosos, histórica figura del importante movimiento simbolista francés, inteligencia refinada que se contempla con la nostalgia amarilla que confiere el paso del tiempo. Para estar a tono con la intención de esta revista, agradezcámosle el haber suscitado reacciones y opiniones de parte de Debussy que mucho nos ayudan a comprender a ese músico que, consciente de su esencia, no vaciló en autodesignarse como típicamente francés. De la lectura de esta correspondencia, muchos de aquellos jóvenes realistas socialistas que hoy gritan “Viva Shostakovich, muera Debussy”, con la misma furia de aquellos de 1902 al condenar a Wagner y glorificar al autor de Pelléas, podrán encontrar un pretexto para redescubrir a este músico, para comprender su importancia, su grande importancia en el panorama actual de las ideas musicales, arriesgándose, tal vez, a que en un no lejano futuro se le considere, a la postre, como “atrevidos anticonformistas”.

  

Es nutrida la correspondencia entre Pierre Louÿs y Claude Debussy y reveladora, además, de una íntima amistad. Si bien es cierto que en las 216 misivas, recogidas y comentadas por Henry Borgeaud, predominan los recados circunstanciales, de “mero” o cortesía, no son pocas numerosas aquellas otras que ponen en claro muchos momentos importantes en la vida de ambos artistas, notablemente el largo proceso creador de Pelléas et Mélisande. Por lo antes dicho se antoja, a primera vista, el acorde perfecto entre estos dos hombres esencialmente disímiles, mas Debussy y Louÿs se hermanan –como tendremos la oportunidad de comprobar más tarde– por virtudes típicamente francesas –la ironía, el buen gusto, sobre todas las demás– que los dos poseían y prodigaban generosamente.

 

En el extenso e interesante prefacio del musicólogo G. Jean-Aubry (que tan bien ha estudiado y comprendido a Gide como músico), nos enteramos de que Debussy y Louÿs se conocieron en 1893, año en que el compositor cumple 31 y en el que Louÿs llega a los 23. Para esta época Debussy es ya el autor de L’ enfant prodigue, La demoiselle élue, la Suite Bergamasque, de L’ après-midi d’ un faune y prepara, sin grande entusiasmo, Rodrigue et Chimene, una ópera basada en un libreto de Catulle Mendés, el excesivo poeta parnasiano. Por su parte, Louÿs es el niño terrible de una nueva generación, dueño, según Paul Valéry, “de una seducción excepcional”, ha escrito sus primeros poemas, un cuento Leda, y prepara Chrysis (más tarde Afrodita) y una gran mixtificación, Les chansons de Bilitis, supuestamente traducidas del griego, que le valen la celebridad.

 

En sus cartas, Louÿs es “brillante”, para decirlo con una palabra que, pese a su abuso, resume perfectamente determinados temperamentos. Debussy es más parco, mas no por eso frío o hermético: al contrario, repetidamente, podemos encontrar a flor de labio la ironía fina, la pasión, el entusiasmo. Resulta conmovedora la manera con que se refiere a Peleas y Melisanda, sus criaturas preferidas, con las que dialoga continuamente, porque, partes de él mismo, son aquellas que tiene más a mano. Louÿs es dueño de una sensibilidad rica y refinada, mas si no podemos poner en duda su cultura literaria, sus gustos musicales no corresponden ni al momento histórico ni a la tendencia general de sus contemporáneos: aficionado entusiasta, tocaba el piano, el violín pasablemente y hasta componía algunas cosas, entre otras una canción inspirada en una poesía de Heine, la Canción de los reyes magos, que publicará, curioso documento, la revista Mercure de France (en febrero de 1895, desde Sevilla, anuncia a su amigo: Desde ayer soy compositor de música. Ya lo veía venir, ¿sabes? Era una amenaza y más vale que suceda de una vez, pues no era posible evitarlo. Hago un vals, una romanza y un bolero. Vendrá luego la sinfonía. Hasta el primero de abril próximo, la dedicatoria valdrá 5 luises, y a partir de ese día se doblará el precio. Haz circular la noticia para que se apresuren aquellos que deseen obtener el favor. Hasta ahora el señor Enrique Heine me hace los textos, pero los escribe en alemán, el muy cochino. No le interesa el francés”); se mostraba decidido admirador de Reyer, Massenet y, sobre todo, incondicional y ferviente wagneriano. Varios autores lo retratan como “guía y consejero” cultural de Debussy, haciendo aparecer a éste casi como analfabeta; sin duda el refinamiento de Louÿs influyó, y mucho, sobre las preferencias literarias del músico, mas éste no era, de manera alguna, el “inculto” que obstinadamente se complacen en presentarnos. Jean-Aubry confirma, con justicia, que Debussy era sensible a Baudelaire y a Mallarmé, dos poetas que exigen cierta “preparación” literaria y que antes de encontrar a Louÿs había musicado varios poemas de Verlaine (las Fetes galantes y las Ariettes oubliées, entre otras), cuando ningún otro compositor pensaba en la rica fuente que representaba el arte simple y esencialmente musical del desdichado compañero de Rimbaud. De antes de esa amistad data también L’ aprés midi d´un faune, uno de los más “inteligentes” poemas de Mallarmé, y la elección de Pelléas et Mélisande de Meterlinck, que, a pesar de lo que se diga, no fue sugerida por Louÿs.

 

II

 

En la nota anterior se actualizaban las figuras de Debussy y Louÿs: el compositor, decíamos, es víctima del manoseo irreverente, del dominio público (que todo falsifica) y de la indiferencia –cuando no del desprecio– de una juventud demasiado “atonal” o demasiado “realista socialista”. Por su parte, Pierre Louÿs –inteligencia brillante, campeón del erotismo, la sensualidad y la gracia de un cierto momento del simbolismo literario– duerme con toda justicia, creemos, el tranquilo sueño del olvido. En esa primera nota nos referíamos también a la posible influencia que, recíprocamente, hayan sufrido escritor y músico durante su amistad de trece años, origen de la nutrida correspondencia que en forma tan deshilvanada comentamos.

  

Biógrafos, amigos y enemigos de Louÿs coinciden al afirmar que era dueño de vastísima cultura; mas de ahí a asegurar que resultó “guía y consejero intelectual” de Debussy y a sostener que éste era casi un analfabeto, media un mundo. Ya hemos tratado de precisar que, antes de conocer al escritor, Debussy había musicado varios poemas de Verlaine, Baudelaire y Mallarmé, tres poetas que exigen cierta “preparación” literaria. Mas volvamos al punto de partida: si Pierre Louÿs llega a aportar un cierto enriquecimiento a la formación cultural de Claude Debussy, es más lo que aquel recibe de éste. Violinista, pianista y organista de ocasión (de dimanche, que dirían los franceses), hasta compositor en un momento (hemos referido la carta en que comunica haber escrito una canción sobre un poema de Heine; algunas de las misivas incluyen brevísimas y elementales melodías no desprovistas de gracia), los gustos musicales de Louÿs eran bastante trasnochados y sin muchos escrúpulos reunía, bajo el mismo techo, a Reyer, Massenet y Debussy; era –ya también lo hemos visto– ferviente wagneriano. Jean-Aubry piensa –y con razón– que dada la sensibilidad del escritor, lo natural hubiera sido que admirará a Fauré y a Chabrier, compositores muy poco populares en aquel entonces. Puede suponerse que, al menos en el terreno musical, mucho deba el autor de Afrodita al autor de Preludio a la siesta de un fauno. En cuanto a sus respectivos valores, no resulta arriesgado suponer que Louÿs no “comprendió” la dimensión exacta de Debussy; éste, y más adelante lo confirmaremos, no se interesó demasiado por sus méritos de literato; Louÿs le divierte, como divierte a todos sus amigos y a todos sus lectores, mas no le interesa –no le entusiasma– como fuente posible de interpretaciones musicales. No puede, por tanto, extrañarnos que la proposición de musicar las chispeantes Aventuras del rey Pausole no le provocara entusiasmo mayor que un excesivo libreto de Catulle Mendés. (Hecho curioso: años después, un músico tan poco “gracioso” como Arthur Honegger, escribe un vodevil sobre la obra de Louÿs; más Honegger era también un espíritu “deportivo” que sabía que –que podía– aunar esas regocijantes aventuras con la gravedad de El rey David; existe, además, la circunstancia de que esa creación obedeció a urgencias económicas; tentación en la que Debussy –cuestión de temperamentos, necesidades de la época– no hubiera caído).

 

Punto final referente a la situación actual de Pierre Louÿs en el panorama de la literatura francesa contemporánea: Claude Farrere –viajero prodigioso, discreto literato– afirma, en un largo y generoso estudio sobre el autor de Afrodita, que éste es “tal vez, el más límpido, el más luminoso de los escritores franceses”. Guardemos esta información insostenible como dato histórico y como testimonio amistoso (el trabajo publicado en la revista Conferencia, está fechado en diciembre de 1927, dos años después de la muerte de Louÿs).

 

Las canciones de Bilitis

 

En 1895 (1894, dice Farrere) y casi de manera anónima, Pierre Louÿs publica una colección de cien poemas en prosa bajo el título de Les chansons de Bilitis, declarando ser una traducción del griego. (Ocurrencias del escritor, pues se trata de una habilísima mixtificación que origina los más variados errores de la crítica). Por esa época Debussy se encuentra entregado a la creación de Pelléas et Mélisande. En 1897, la revista L’ image solicita colaboración del compositor y éste piensa en una de las Canciones de Bilitis (la número 20, precisamente, actualmente conocida como La flauta de pan), mas no es ésta la que envía sino una no incluida en el volumen, La cabellera, que Louÿs había publicado posteriormente en el Mercure de France. Meses después seguirá La tumba de las náyades, cerrando así un pequeño ciclo que no figura entre sus obras mejores.

 

Un buen número de cartas tiene como tema esta colaboración, muy poco íntima. En 1900, Debussy arregla, precipitadamente, una música de “fondo” a la recitación de algunas de las Canciones; catorce años después, y ya distanciados los dos amigos, revisa esa instrumentación y compone seis piezas para piano a cuatro manos bajo el título general de Epígrafes antiguos. No figura en esta nueva serie indicación alguna sobre la fuente original ni es mencionado el nombre del escritor. (Estos epígrafes llevan los siguientes títulos: Para una tumba sin nombre; Para invocar a Pan, dios del viento de verano; Para que la noche sea propicia; Para la bailarina de los crótalos; Para la egipcia; Para agradecer la lluvia de la mañana. La sola enumeración basta para comprobar, una vez más, el acierto de Debussy en titular sus obras. Pocos literatos pueden vanagloriarse de esta habilidad que, a la postre, ha resultado pecado capital de Debussy, causa de las sátiras sangrientas de Satie y de la falsificación de intérpretes entusiasmados por sugerencias fáciles).

 

Si bien Les chansons de Bilitis fue la única colaboración lograda entre Claude Debussy y Pierre Louÿs, existieron varios proyectos: en la correspondencia nos enteramos que se pensó en una Danzarina, en un cuento de navidad (Cendrelune, cuyo “guion” redactó Louÿs varias veces), en Las aventuras del rey Pausole, en Afrodita, en un ballet inspirado en Dafnis y Cloe y en un poema de Dante Gabriel Rosetti (el autor de La doncella elegida, cantata de Debussy y una de sus obras primeras) traducido por el propio Louÿs. Por más que éste aconsejara al compositor los textos que, a su juicio, resultaban los más adecuados para su temperamento (“lo que necesitas –escribe en una ocasión– es, a la vez, un texto discreto y enérgico, de un sentimiento intenso y nada declamatorio”), Debussy acepta esas colaboraciones con desgano y, sin mucho trabajar, las olvida en el cajón de los proyectos.

 
Pelléas et Mélisande

 
Mas el interés capital de esta correspondencia reside, a nuestro juicio, en aquellos momentos –emocionantes– en que se hace referencia a la gestación y a la creación de Pelléas et Mélisande, obra maestra de Debussy, monumento lírico francés y una de las óperas fundamentales de nuestra época. Ante la imposibilidad de reproducir todos esos momentos, ofrecemos a la curiosidad de los lectores una breve muestra.

 

En noviembre de 1893, los dos amigos van a Bruselas y a Gante, la ciudad natal de Louÿs y residencia de Maurice Maeterlinck, autor del drama que Debussy pensaba musicar. A su hermano Georges, escribe Louÿs las siguientes líneas: “Debussy es tan tímido que tuve que hablar por él, Maeterlinck es más tímido aún, así que tuve también que responder por él…” El 31 de mayo de 1894, Louÿs invita a varios amigos a escuchar algunos fragmentos de la obra; “trae –le recomienda a Debussy– el primer acto, la escena de la fuente, una tercera escena en el caso de que esté hecha (la de los cabellos aunque sea incompleta)”.

 
De P. L. a C. D., sin fecha: “Estoy convencido de que en ninguna ópera de Wagner puede encontrarse esa correspondencia perfecta entre el sentido de la frase escrita y el acento de la frase cantada, que hay en Pelléas”

 

De C. D. a P. L., el 21 de julio de 1894: “Vivo con la única compañía de Pelléas y Mélisande, que son unas personitas muy cumplidas.”

 

De C. D. a P. L., el 23 de enero de 1895: “Pelléas y Mélisande son mis únicos amiguitos en este momento; por otra parte comenzamos ya a conocernos y a contarnos historias, cuyo final sabemos de antemano. En fin, ¿no es cierto, que terminar una obra es como la muerte de alguien, a quien mucho se ama?”

 
De C. D. a P. L., abril de 1895: “Pensaba ir a verte, pero me ha sorprendido la muerte de Mélisande y estoy temblando.”

 

De P. L. A C. D.: “¿Por qué te niegas a hacer una suite sinfónica sobre Pelléas para Londres?” (Debussy, que había terminado la partitura, rechazó una solicitud londinense para “ambientar” las representaciones del drama de Maeterlinck. En 1899, Gabriel Fauré será quien componga esa música de escena).

 

De C. D. a P. L., el 25 de abril de 1900: “No sé qué pasará con las representaciones de Pelléas.”

  

De C. D. a P. L., el 5 de mayo de 1901: “Tengo la firme promesa de M. Albert Carré de representar Pelléas et Mélisande la próxima temporada.”

 

De C. D. a P. L., el 2 de septiembre de 1901: “He caminado mucho tiempo en compañía de Mélisande, esa pequeña neurótica que no puede soportar los violines sino divididos en 18 partes.”

 
De C. D. a P. L:, sin fecha: “Me he propuesto reorquestar Pelléas.”

 

De C. D. a P. L., abril de 1901 (enviándole una entrada para la primera representación): “No hay necesidad de decirte cómo es necesario, para mi amistad, que asistas”.



El estreno, como se sabe, constituyó uno de los más sonoros fracasos que se registran en la historia de la música.

 

Nota bene

 
Estas líneas están dedicadas a Esperanza Pulido, que leyó esta Correspondencia y escribió sobre ella hace ya tiempo. Que el reconocimiento a sus enseñanzas y a su amistad disculpe y esconda la pobreza de este ofrecimiento.

 

*FOTO: Fotografía del compositor francés Claude Debussy tomando una siesta. La imagen fue captada por el poeta Pierre Loüys en el año 1900/ Especial.

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