sábado, 5 de abril de 2014

El regreso de Luisa Díaz a México, sin bombos ni platillos


 
Por. Juan Hernández
 
En los últimos 15 años hemos atestiguado la visita de bailarines mexicanos que salieron del país y triunfaron en el extranjero, en donde lograron insertarse en compañías de prestigio mundial. Artistas de la danza que han sido recibidos como héroes nacionales y sobre quienes se dirigieron los reflectores, como parte de una campaña propagandística del Estado mexicano para enarbolar “la eficacia” de su  política cultural.
 
Las instituciones han resaltado la presencia de Elisa Carrillo, quien triunfa ahora en Europa como primera bailarina del Ballet de la Ópera de Berlín, y a cuyas órdenes se puso a la Compañía Nacional de Danza para que se luciera en el ballet Esmeralda, que se hizo especialmente para ella en el 2012.
 
Otros bailarines han tenido recibimientos halagadores. Recuerdo la visita a México de la Bill T. Jones Dance Company, de Nueva York, en la que trabaja Erick Montes como primer bailarín. Los reflectores se volcaron sobre el intérprete, egresado de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, ofreciéndole un lugar privilegiado en la conferencia de prensa en la que se explicó el programa que se ofrecería en el Palacio de Bellas Artes, en el 2005, y en la que, sobre todo, se buscaba resaltar el éxito del bailarín nacional en el extranjero.
 
La lista es larga, recordemos a Isaac y Esteban Hernández, los hermanos nacidos en Guadalajara, quienes también han tenido un desarrollo sobresaliente en el mundo del ballet.
 
Todo esto viene a cuento porque una de esas grandes figuras, que enorgullecieron a México por “poner en alto” el nombre de la nación en el mundo, ha regresado al país. Se trata de Luisa María Díaz (México, D.F., 1983), la joven que a los 8 años interpretó el papel de Clara en el montaje que de El cascanueces hizo el New York City Ballet, que se licenció en danza en la Escuela de la Ópera de París, que estudió canto y música, y que a los 17 años ingresó, ni más ni menos, que a las filas del Ballet Lausanne de Maurice Béjart, tras dejar asombrado con su talento al genio de la danza de la segunda mitad del siglo XX.
 
Luisa Díaz Revista Antídoto
 
En el 2005 Luisa María Díaz vino a México a participar en el programa En la mira, jóvenes talentos. Grandes de México en el mundo, que reunió a 15 bailarines mexicanos en una función realizada en el Palacio de Bellas Artes.
 
Era el sexenio foxista y las autoridades aprovecharon el éxito que bailarines mexicanos tenían en el extranjero para solazarse de un fenómeno que no fue precisamente producto de una política de Estado sistemática, sino resultado de los esfuerzos personales de los artistas para lograr una trascendencia a nivel internacional.
 
Entre los 15 jóvenes –en aquel momento de entre 10 y 22 años de edad- que fueron presumidos en ese programa, resaltó Luisa María Díaz, quien tenía ya una carrera sólida, ni más ni menos que en la compañía de uno de las figuras emblemáticas de la danza mundial: Ballet Lausanne Maurice Béjart.
 
En aquella visita Luisa María Díaz dijo a los representantes de los medios de comunicación que los bailarines se iban a otros países “porque nos ofrecen mejores oportunidades que en México”. 
     
Efectivamente ella encontró grandes oportunidades, pues además de ser una de las bailarinas preferidas en los últimos años de vida de Maurice Béjart, quien le encargó a la mexicana aprenderse una parte de La consagración de la primavera para su remontaje, bailó también obra de otros grandes coreógrafos como Jiri Kylian, Léonide Massine y Merce Cunningham, esto ya como primera bailarina del Ballet del Estado de Baviera, a la que ingresó en el 2012, y en la que permaneció hasta su regreso a México este año. 
  
La bailarina mexicana decidió volver al país por razones personales, que no viene al caso sacar a la luz. Lo importante es que al verse sin el espaldarazo de una compañía o figura extranjera, el glamour que a las instituciones les gusta desapareció y así, de golpe y porrazo, el encanto de la intérprete parece haberse diluido en el interés demagógico de las autoridades culturales.
 
Los reflectores que las instituciones manejan a su antojo ya no se dirigieron a ella y, de hecho, su ingreso a la Compañía Nacional de Danza puede leerse como una degradación y una falta de reconocimiento a su trayectoria y calidad como artista.    
      
Luisa María Díaz se unió a la compañía de ballet mexicana como corifeo. Con absoluta humildad, la intérprete ha aceptado esa posición porque ahora lo que más le importa es estar cerca de su familia. Pero su situación no deja de poner en evidencia la mezquindad de un sistema que encumbra y relega a su antojo a figuras de este nivel. ç
 
Como si no hubiera picado piedra lo suficiente como para ser recibida como se merece en este regreso a su país natal, la bailarina –nacionalizada suiza- ha tenido que aceptar la posición de corifeo que le ofrecieron en la Compañía Nacional de Danza, que dirige Laura Morelos, en donde debutará interpretando los papeles de Odette y Odile en la producción nueva de El lago de los cisnes, que se presenta en la isleta del Bosque de Chapultepec.
 
El espectáculo es una tradición en la ciudad de México. Personas de los estados y del Distrito Federal esperan la temporada, sobre todo porque la representación de este ballet se desarrolla en un escenario natural, convirtiéndose en un evento atractivo e incluso turístico.
 
No es la mejor opción para el debut de Luisa Díaz en la Compañía Nacional de Danza. Se merecía algo mejor. Si ya a Elisa Carrillo se le hizo su ballet, Esmeralda, por qué no hacerlo con Luisa Díaz, quien tiene todos los méritos para merecerlo.
 
El lago de los cisnes en el Bosque de Chapultepec –que estará en temporada hasta el 27 de abril- es un espectáculo realizado con la intención de atraer a un público masivo por medio del despliegue de parafernalia escénica y lumínica, en el cual no es posible apreciar los valores artísticos que esta obra del repertorio tradicional del ballet tiene.
 
Luisa Díaz se enfrenta otra vez a la realidad de la que buscó alejarse cuando decidió salir de México para buscar oportunidades de desarrollo. Sus motivos son, como dije, personales; como sea ya está aquí, en un país que sólo reconoce a sus artistas cuando triunfan y tienen el respaldo de una posición privilegiada en el extranjero, pero que es incapaz de ofrecer una plataforma para que esos artistas vuelvan y engrandezcan con su talento a la nación, en este caso, de la danza mexicana.
 
Luisa           Díaz Revista Antídoto

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