Por: Reyes Martínez Torrijos
La poeta y narradora Myriam Moscona está interesada en explorar las fronteras entre “la vigilia y el sueño, las lenguas, los vivos y los muertos”. Así lo dijo en entrevista sobre su novela más reciente, León de lidia.
Agregó que en su obra se ha enfocado en reflexionar en “qué medida nuestros muertos más queridos están en constante conversación con nosotros, cómo se manifiestan a través de nuestras voces, vidas y especulaciones, y qué tenemos sino nuestra memoria y sueños para conversar con ellos.
Destacó que “la literatura tiene instrumentos maravillosos que no poseen otras disciplinas artísticas”.
La novelista de origen búlgaro sefardí refirió que tardó 10 años para escribir este libro, publicado en Tusquets Editores.
“Está construido a partir de narraciones breves, pero interconectadas”, como se revela al final de la lectura: a la manera de una colcha hecha de varios cuadros independientes que al unirse son una sola pieza. “Esa sería la imagen más cercana al texto”.
Moscona (CDMX, 1955) recordó que “Tela de sevoya fue escrito en tiempo presente. Todo lo que pasa está pasando, y León de lidia fue escrito originalmente en presente. Fue interesante la conversión, esa rescritura hacia el pasado. Fue muy reveladora de muchas cosas, empezando por los tropiezos sonoros de nuestra lengua al hablar del pasado, siempre son palabras agudas: ‘comió’, ‘subió’, ‘bajó’, o bien, ‘estaba’, ‘comía’, ‘caminaba’”.
La trascendencia de la madalena
Sostuvo que la naturaleza de la memoria la atrajo desde que comenzó a escribir. “Nuestra forma de recordar y de olvidar; la memoria involuntaria tan explorada en Proust, que desata el contacto sensorial de ir remojando la famosa madalena en una tisana.
“Por algo es tan emblemática tantos años después, porque Proust revela de una manera, al mismo tiempo sencilla y compleja, la recuperación involuntaria de un recuerdo, producida por contacto sensorial. Es increíble. El fenómeno me interesa en sí mismo.”
Detalló que las pequeñas historias en el libro “están expresadas en diferentes capas de tiempo. El tiempo que prevalece es el más abstracto de todos, el tiempo interior. Donde caben todos los tiempos; incluso, el que no ha pasado”.
La autora añadió que León de lidia “es una novela de memorias escrita en primera persona, que genera en el lector la idea de que el narrador y el autor son la misma persona siempre, pero jamás se da el nombre de la narradora, como tampoco en Tela de sevoya. La primera persona tiene limitaciones, tiene dificultades y un encanto muy seductor”.
Relató que la memoria no es tanto el tema del libro, pues “también hay muchas otras cosas que no fueron vividas, sino imaginadas, o en las que está trenzada la imaginación. Hay memoria inventada, aunque parezca un término contradictorio, pero existe eso”.
Puso de ejemplo la existencia concreta de Tante Blanche, sobre quien construyó un personaje de ficción. “Se le llama en el libro ‘la madame Bovary de Bulgaria’: una mujer que va a contracorriente, es juzgada por su entorno, es silenciosa y lectora. Seguramente le dolía esa condición solitaria de ser tan única, pero al final hizo lo que le dio la gana en el siglo XIX”.
La ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 2012 añadió: “¿A quién le importa mi vida? ¿A quién carajos le importa la vida de un escritor? No tiene la menor importancia lo que a mí me ha pasado, sino que en mi relato estoy hablando de ti, aunque no hayas tenido nada que ver con Bulgaria, que puedas reconocer, más allá de tu identidad, algo tan complejo y diverso como la condición humana.
“Lo que rifa son las emociones que se desprenden de estas historias, con minúscula y con mayúscula; es decir, cuenta sobre la Shoa (persecución y aniquilación de judíos por el gobierno nazi), y la tremenda expulsión de la comunidad judía de España. Digo tremenda porque soy un admiradora absoluta de Francisco de Quevedo y me mueve mucho encontrarme un texto tan terrible, que se comparte en el libro, escrito de su puño y letra.
“Disfruté mucho escribir ese fragmento sobre Thomas Mann y La montaña mágica o sobre el primer consultorio que tuvo Sigmund Freud durante el esplendor y la decadencia del imperio austrohúngaro”, ubicado en el edifico construido en el sitio donde antes un teatro se quemó con el público dentro.
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