Desde su más remoto origen, la humanidad ha estado acompañada de la música, una manifestación cultural que inició con un individuo arcaico produciendo sonidos al golpear rocas o varas entre sí, y que ha evolucionado hasta niveles de altísima complejidad.
A su vez, para poder interpretarse, la música siempre ha requerido no sólo de compositores, de obras musicales y de intérpretes, sino también de herramientas; es decir, de instrumentos musicales, los cuales vuelven audibles todas esas obras mediante fuelles, cámaras de aire, cuerdas y otros mecanismos tecnológicos que, irremediablemente, como un efecto de su uso, deben ser objeto de restauración.
Bajo estas premisas, en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía Manuel del Castillo Negrete (ENCRyM) del INAH se llevó a cabo un conversatorio sobre la restauración de instrumentos musicales y las circunstancias socioculturales que influyen en tal labor.
Moderado por la restauradora Liliana Giorguli Chávez, en el panel participaron el director de la escuela, Gerardo Ramos, y de los profesores Jaime Cama y Charlene Alcántara.
Uno de los primeros puntos que los investigadores pusieron sobre la mesa fue la obligación que todo restaurador tiene de, antes de intervenir un bien cultural, conocer el contexto histórico, social y cultural del mismo.
También se hizo hincapié en la importancia de hablar con las comunidades que poseen instrumentos antiguos sobre la trascendencia de éstos. Por ejemplo, los órganos tubulares, que muchas veces, por desconocimiento, son dese-
chados de los templos por el gran espacio que ocupan o incluso llegan a ser reemplazados por aparatos electrónicos modernos.
Otra recomendación que hicieron a los alumnos que se dieron cita en el conversatorio fue que traten, en lo posible, de conocer cómo sonaba o era tocado un instrumento en su época de creación.
Los instrumentos, como los órganos tubulares de los siglos XVII y XVIII, fueron hechos para tener una sonoridad y afinaciones específicas, pues debían tocar música muy particular”, apuntó Gerardo Ramos, quien en 2013 participó en la restauración del órgano tubular del Templo de Santa Prisca, en Taxco.
La importancia de conocer los contextos de cada objeto, coincidieron Ramos y Alcántara, reside también en el hecho de que “los sonidos originales nunca se recuperan al cien por ciento”; ya que no sólo los materiales envejecen naturalmente, sino que las técnicas de ejecución de una obra musical cambian o pueden desaparecer con el paso del tiempo.
Como especialistas debemos saber cuándo un instrumento requiere una reparación; es decir, habilitar el bien para que funcione y produzca música y, cuándo necesita una restauración, que puede tener distintos niveles estéticos y sonoros”, señaló Alcántara.
La investigadora, profesora titular del seminario-taller optativo de Conservación y Restauración de Instrumentos Musicales de la ENCRyM, dijo que lo anterior implica valorar, desde la perspectiva del restaurador, pero también en razón de la voluntad de las comunidades que a menudo utilizan los instrumentos, si se desea conservar la mayor cantidad de elementos de origen o si se quiere garantizar que el objeto funcione correctamente a largo plazo.
Los académicos coincidieron con el profesor Cama en que los instrumentos musicales reúnen al menos tres estéticas: una de orden tecnológico, otra musical, que se relaciona con las obras que se crean para ese instrumento, y una más de carácter emocional, lo que la música produce en sus oyentes.
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