Por: Alejandro Schwartz Hernández
Recién que comencé a hacer danza me encontré con que se le definía como un arte que sucedía solamente en el tiempo, sin dejar rastro material alguno una vez que había sucedido. Con el tiempo fui descubriendo que esa era la razón que, para bien o para mal, animaba el esfuerzo de muchos bailarines que trabajaban arduamente para conseguir que su cuerpo (y su movimiento) impactara la memoria de quienes habían presenciado su actuación. De ahí mi convencimiento de trabajar para conseguir un rinconcito en la memoria de quienes presenciaran mis esfuerzos.
El maestro Joaquín Banegas ingresó a la danza y se desarrolló en el campo del ballet en Cuba. Su nombre comenzó a circular junto con el prestigio que iba acumulando el Ballet Nacional de Cuba. En diversas ocasiones a lo largo del tiempo me maravillé con las actuaciones en los escenarios de esta agrupación artística. Poco a poco se comenzó a imprimir en mi mente el convencimiento de que los resultados que observaba en la escena se debían a la mano de sus maestros.
Unos años después me enteré de los frutos que rendía el acuerdo internacional de asesoría de los maestros cubanos con la Compañía Nacional de Danza y la Escuela Nacional de Danza Clásica del INBAL. Presencié la transformación de nuestra Compañía gracias a la férrea disciplina impuesta por los docentes caribeños. Se incluyó en el repertorio una cantidad de coreografías producidas por artistas de esa isla. El nombre del maestro Banegas brilló como promotor de esos esfuerzos.
Al paso del tiempo supe que el maestro Jorge Domínguez, apoyado por un proyecto oficial de Descentralización, había fundado un grupo en el puerto de Veracruz y había entregado su entrenamiento de ballet a Joaquín Banegas. Mucho se avanzó bajo su visión que, por supuesto, entró en combate con la concepción de la danza que tenían los jarochos.
A principios de este milenio y a mi regreso del Distrito Federal, me encontré con la muy agradable sorpresa de que el maestro ahora impartía clases en la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana. Su voz resonaba (a veces ininteligible, sí) en las paredes de la Sala 2 de esa escuela. Como por fin logré conocerlo en persona me decidí a tomar sus clases. Estas no eran simples clases de un adiestrador de ballet: eran verdaderas cátedras de vida llenas de referencias artísticas, musicales, culturales y, lo más importante, éticas en un campo tan necesitado de todo esto.
Afortunadamente mi reconocimiento de eso provocó un acercamiento amistoso que me llevó a averiguar cada vez más de la multiplicidad de experiencias y conocimientos que el maestro atesoraba. Compartimos escenarios y cabinas, charlas y paseos y, porqué no decirlo, mesas con cervezas que nos unieron cada vez más.
Dados mis antecedentes políticos y los de él (al provenir de un país que había pasado por un proceso revolucionario) realizamos, junto con algunos alumnos de la Facultad, quizá una de las últimas acciones encaminadas a modificar las erradas decisiones de las autoridades universitarias.
Al paso del tiempo fuimos perdiendo esa batalla; se fueron imponiendo dictados de índole burocrática sin que nadie, en esos niveles, acertara a entender la enorme importancia de su presencia en nuestra universidad. Finalmente, a la manera del Ché Guevara, nos comunicó que “otras tierras reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos” y partió para alcanzar a su compañera (en el arte y en la vida) en otra isla caribeña.
Algunos encuentros volví a disfrutar con él cuando me encargaba del Centro Veracruzano de las Artes (CEVART) y él llegaba a impartir cursos durante el Seminario de Invierno que promovía la Escuela Cubana de Ballet de Veracruz. Sus enseñanzas y sus actitudes se reflejaban en el avance de los alumnos que tenían el privilegio de asistir a sus clases.
Al paso del tiempo dejé de verlo y apenas recibí la noticia de su fallecimiento. Su figura, su voz y su cuerpo desaparecieron de este mundo y sólo nos queda lo que la danza nos hereda: la efímera emoción que generan los cuerpos en movimiento de quienes (tercos, decididos) continúan animando un arte que sólo existe cuando impacta nuestra sensibilidad como espectadores.
El maestro Joaquín Banegas no ha muerto. Seguirá vivo mientras existamos gente que escoja el duro camino de la danza para hacer de él su razón de vivir.
¡Salud maestro, por siempre!
Texto leído el viernes 30 de junio de 2023 en Corpo-espacio danza durante la función de Homenaje Póstumo al maitre Joaquín Banegas Cardero promovida por Artistas Escénicos de Xalapa y Corpodanza Compañía Contemporánea.
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