sábado, 30 de junio de 2018

Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl : entre la memoria y la modernidad



Por: Judith Amador Tello

Tlatelolco ha sido el espacio de acontecimientos históricos fundamentales en el desarrollo histórico de México: Último bastión de la resistencia mexica contra la invasión española; cuna de uno de los primeros proyectos urbanísticos multifamiliares -creado por el arquitecto Mario Pani-, y testigo de la masacre del 2 de octubre de 1968 y el terremoto de 1985 que dejó muerte y destrucción.

Pero no es testigo “mudo”; las huellas de la historia afloran constantemente. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) destaca en un comunicado del pasado 19 de junio que, “bajo el asfaltado de la contemporánea Ciudad de México”, se han encontrado los vestigios de lo que fue el Tlatelolco prehispánico, cuyo proyecto de investigación se retomó hace 20 años y se han registrado desde entonces 35 edificaciones.

La más importante de ellas es el Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, dios del viento, un monumento circular de once metros de diámetro y 1.20 de altura, y con más de 650 años de antigüedad. Sepultado a tres metros de profundidad bajo el nivel de la calle, en los terrenos del antiguo supermercado El Sardinero, su descubrimiento fue dado a conocer el 30 de noviembre de 2016, por el INAH.

Se le describió entonces como una construcción con particularidades que la distinguen del resto de los monumentos prehispánicos de la Plaza de las Tres Culturas, localizadas detrás del antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores (hoy Centro Cultural Universitario Tlatelolco). Presenta tres fases constructivas, aunque de la tercera, hecha hacia 1427 d.C. sólo quedan restos pues de acuerdo con Eduardo Luna Vargas, supervisor del proyecto de salvamento, pudo haber sido afectada “por la construcción de una cementera y el supermercado El Sardinero.

La demolición del antiguo Sardinero, que dejó de operar hace décadas y se encontraba cerrado, obedeció al proyecto de construcción del centro comercial Plaza Tlatelolco para el cual se invirtieron más de 300 millones de pesos. Y cuenta con una tienda Bodega Aurrera, de la transnacional Walmart, salas cinematográficas del consorcio Cinépolis y un gimnasio de la cadena Smart Fit, entre otros establecimientos comerciales (https://inmobiliare.com/plaza-tlatelolco/).

La misma historia

Contrario a lo que se podría haber supuesto, el hallazgo del Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl no detuvo el proyecto del centro comercial. El INAH restauró el templo y su entorno y ahora puede visitarse en el subterráneo de la nueva construcción, previa cita llamando a los teléfonos 5583 6295, 5782 2240 y 7290, o escribiendo al correo electrónico:

Para ello se creó una ventana arqueológica. Al dar a conocer su apertura, algunos medios de comunicación destacaron que el templo se encuentra debajo de un centro comercial, cuando en realidad éste se le sobrepuso.

Según la información del INAH, fue “la sensibilidad de los inversionistas” lo que permitió la liberación de los restos del antiguo templo. Y es que hay que recordar que los monumentos arqueológicos son propiedad de la nación, pero la inmensa mayoría se encuentran en terrenos de propiedad privada.

Durante la inauguración de la “ventana arqueológica”, el director del INAH, Diego Prieto, dejó en claro en su discurso que las funciones de investigación, conservación y difusión del patrimonio del instituto no se opondrán a las inversiones:

“… el INAH y el patrimonio arqueológico no se oponen, no detienen el desarrollo de las ciudades ni la economía de nuestro país… No podemos contraponer equivocadamente modernidad y memoria, innovación versus tradición. Es por ello que requerimos la comprensión de la sociedad, de la que también forman parte los empresarios.”

La historia se repite. En 1944 el arqueólogo Pablo Martínez del Río inició la exploración e investigación en Tlatelolco. Le siguió Francisco González Rul, que después sería destituido, y quien relató que el conjunto habitacional Nonoalco-Tlatelolco, “no tomaba en cuenta el valor de la iglesia, el convento (antiguo Colegio de Santa Cruz), la plaza ni menos aún la zona arqueológica”.

González Rul (citado en el texto “Tlatelolco a través de sus objetos: entre la modernidad y el patrimonio cultural”, del antropólogo Miguel Ángel Márez Tapia) narró que pese al valor histórico documental y arquitectónico de los restos prehispánicos de la antigua ciudad Tlatelolca, se pretendió destruir aquellos que sobresalieran de un área de 32.50 metros, con lo cual “todos los basamentos importantes, como el templo calendárico, se encontraban destinados a la demolición”.

El investigador cita también uno de los argumentos del arquitecto Pani:

“¡había tantas y tantas pirámides en México, que destruir o tapar las de Tlatelolco en nada perjudicaba.”

Lamenta que para la construcción de la unidad habitacional se afectó la zona prehispánica y varios edificios históricos como el Tecpan y la Aduana del Pulque ubicada en Peralvillo, a la que se derrumbó una parte con la apertura del Paseo de la Reforma en su tramo norte.

“Paradójicamente, luego de la destrucción parcial de esos recintos históricos Tlatelolco fue designado centro de irradiación cultural por el presidente López Mateos…”

López Mateos argumentó que se construirían varios espacios culturales, como un museo a Cuauhtémoc, que jamás se realizó. Las autoridades actuales del INAH esgrimen el progreso económico.

Fuente: Proceso

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