Por: Eduardo Huchín Sosa
Parecería que el ensayo es una buena forma de ejercer la literatura en la vida práctica. Mientras la poesía y la narrativa son géneros a los que vemos aún con romanticismo, se diría con fe, el ensayo nos mantiene saludables. La novela es esa cosa que se construye poco a poco mientras se practica el ensayo cada semana. La misma relación que existe entre el amor y el sexo. El ensayo es la mejor manera de seguir en la mira pública mientras hacemos a escondidas eso otro que consideramos verdadera literatura.
Posiblemente, el ensayo tenga que ver con sobrevivir, con librar los días carentes de historias o poesia, pero en los cuales hay que convencerse de que uno es escritor. Para esos momentos aciagos siempre podremos recurrir a nuestras lecturas, a someter la realidad al análisis, o a cumplir cualquier encargo con eficiencia. Género a contrarreloj-subordinado como ningún otro a un plazo a punto de vencerse-, el ensayo nos inmiscuye de una vez por todas lo que sucede en el mundo, la literatura y con frecuencia nuestras vidas.
Pocas cosas tan complicadas como hablar de un autor y también pocas cosas tan recurrente en la vida de quien escribe.1 Los editores de los suplementos culturales asumen que un ensayista puede ser llamado cada que un escritor hace eso que suelen hacer los escritores: cumplir décadas, sacar un nuevo libro, decir que no escribirán más, ganar el Nobel o en el último de los casos, morirse. Y eso no es lo peor, porque aún de muertos sus obras seguirán reeditándose y cumpliendo años. Cómo llega uno a una mesa redonda, a un dossier, a un reportaje? Es decir, ¿Cómo se mete uno a este negocio?, ¿Qué tipo de infancia forma al futuro comentador de la literatura?2.
El ensayo, hay que decirlo, es un género sin heroísmo. Es decir, en tu currículo nunca aparecerán las amenazas de muerte, porque en cuestión de oficios la amenaza de muerte es lo que separa al escritor de ensayos del periodista. Nadie pide seguridad para un escritor de ensayos porque hasta ahora no conozco al ensayista que viva con el temor de que un ancla le caiga a mitad de una conferencia. No hay peligro, sino apenas miedo de perder algunas cosas prescindibles, como las becas, los amigos o las oportunidades de asistir a más encuentros.
Una paradoja: a pesar de que el ensayo se considera un género narcisista presenta demasiadas desventajas para la vanidad. A menos que te llames George Steiner, nadie te leerá por quien eres sino por el autor de quien hablas. Es aquí cuando hay que bendecir a aquellos tesistas que compran cualquier libro donde aparezca el nombre de " su" autor, pues son como aquellas adolescentes que consumen cualquier chamarra con la firma de Justin Biber. El ensayista es, a veces, como el vendedor de souvenirs que nos aborda a las afueras de un concierto: tazas de Proust, llaveros de Paz, un encendedor para iluminar a Thomas Pynchon. Sus productos dependen en demasía de un nombre famoso para llamar nuestra atención. Los libros de ensayo-salvo por la celebridad que los avale o por algunas palabras clave que los vuelva rentables: hermeneútica, violencia, precio de saldo-carecen de interés comercial, de emociones para el viaje, de entretenimiento para las salas de espera. Son materiales para los obsesos, adiccions extra para quienes, de por sí, se consideran adictos a la literatura.
Por eso, si eres un autor joven, ten la seguridad de que los ensayos no te servirán para alcanzar el estrellato. Una primer novela deslumbra, un libro de poemas otorga renombre o, al menos, un premio con el cual iniciar una carrera; pero los ensayos son aparatos demasiado útiles para ser vistos como algo más que literatura ancilar. Al igual que los inodoros de Duchamp necesitan un marco que los legitime como arte: la trayectoria del autor, por ejemplo. Su principal función, por o menos es en este país, es servir de ars poetica para los escritores serios, esos que ya demostraron su efectividad en la ficción y la poesía. Porque, además ¿que novelista que se respete no siente en algún momento de su vida la necesidad de utilizar el ensayo para establecer su canon personal, revelar su maquinaria creativa, o simplemente para meterse en alguna discusión que lo ponga de nuevo frente a los reflectores?.
El altercado. He ahí una alternativa rentable para los escritores jóvenes, a quienes no les cuesta hablar de libros. Como rockers cada vez más dispuestos al escándalo, el medio literario ha llevado a los nuevos ensayistas a confundir la polémica con una especie de pleito carcelario por correspondencia. Para hacerse un nombre, el ensayista contemporáneo se ha visto obligado a atacar a un puñado de autores reconocidos o pulveriza a las nuevas generaciones, y esperar que alguien de ellos responda. Dado que decapita autores, ayuda a vender libros y consume literatura, el ensayista es al mismo tiempo zeta, dealer y farmacodependiente.
Reconozcamos que, a pesar de este gris panorama, siempre queda abierta la posibilidad de que el ensayista salga del anonimato. Lamentablemente eso sólo acontecerá el día en que algún género de verdad. La novela, por decir algo. Según estimaciones del INEGI, en México un ensayista a secas tiene 40% más de posibilidades de morir sin ser recordado que cualquier otro tipo de escritor (aunque según esas mismas estadísticas, un poeta tiene 56.7 % de probabilidades de no publicar fuera de las ediciones gubernamentales y un narrador aún inédito tiene 78% de posibilidades de ser en realidad un ensayista o un poeta encubierto). Los números parecen decir: no te arriesgues al ensayo que tengas en este momento una novela en el cajón de urgencias de un dictaminador.
Y uno se pregunta ¿por que la fama, y aún peor: el reconocimiento, le están negados a quien escribe ensayo?. En primer lugar, el ensayista no acostumbra esconderse por dos años y después dar a la imprenta una obra maestra. Siempre anda publicando aquí y allá. Habla de libros en periódicos, revistas y la mayoría de las veces escribe a pedidos de un editor.3 Con ese ritmo de escritura, rara vez el ensayosta llega a una obra cumbre y a lo más que aspira es ha conformar el material para una antología póstuma que se respete. El ensayo existe precisamente como un certificado perceptible de salud: una suerte de caminata en lugares públicos que corroborá la vitalidad de quien se ha tardado demasiado redactando su siguiente libro. Si hubiera que inventarse de nuevo, sería difícil que el género ensayistico surgiera en nuestros tiempos de una torre de Perigord.
Conscientes de los anterior: ¿qué interés supone embarcarse en un tipo de literatura que no da lectores, ni groupies, ni riesgos, ni siquiera muchos premios?. Aventuro una respuesta: la valía práctica del ensayo se encuentra a disposición para la estafa. El ensayista es uno de esos impostores que se la pasan engañando universidades, revistas y editoriales, y sale impune de cada uno de esos episodios. La mejor forma de timar al Conacyt es convertir un ensayo en tesis doctoral, o en caso de que se prefiera ganar el premio"José Vasconcelos" siempre está la posibilidad de convertir la tesis en ensayo. ¿Ser publicado en el periódico, aparecer en revistas, justificar la presencia en un Congreso sobre Literatura?. Ensayo, ensayos y más ensayos, traficando a manera de artículos, crítica literaria o ponencia. La maleabilidad de su prosa le otorga el ensayo esa libertad para encajar en una variedad de etiquetas, y dar el paso desenfadado de la revista indexada a la publicación de creación literaria. El ensayo es la moneda de cambio entre la academia, el arte y la lectura de páginas web en horas de trabajo. Nos parece práctico y, cuando viene con la firma del novelista, hasta literario. No concede ningún estatus, pero ayuda a conservar una reputación (en caso que tuviéramos alguna).
Sin embargo, todavía hay una lectura más, una posibilidad para el género, que es donde me gusta incluirme: la del ensayo como fracaso de lectura. Me explico: a cierta edad uno sólo concibe su vida en formatos épicos: la novela, el poema extenso, el tratado filosófico, el menage a trois. Con el tiempo, con los libros, uno descubre que no tiene otra alternativa más que fracasar a través de los apuntes, el verso en la servilleta, el ensayo literario o la monogamia.
Es decir: el ensayo es eso que queda cuando quisimos hacer otra cosa. Como la biografía. Nos quita tiempo para escribir malas novelas, y un mal ensayo nunca es un desperdicio, porque al menos puede conevrtirse en algún texto provechoso, digamos la bibliografía de un estudiante universitario. Precisamente, porque se trata de un descalabro que-en el peor de los casos-terminará siendo más útil , resulta el marco propicio para el autorretrato, eso que los tradicionalistas aún llaman " el estilo" y que en variadas ocasiones no es sino el memorando de que no pudimos llegar a donde nos habíamos propuesto. El estilo, ha dicho Rodrigo Fresán, es el fantasma de las carencias de cada autor, más que de sus virtudes. Y ya que el estilo algo tiene de resignación, el ensayista aspira a que si va a naufragar que por lo menos quede constancia del hundimiento. El ensayo es al mismo tiempo desastre y crónica de la tragedia.
Exceso de equipaje en las Obras Completas de los escritores, los ensayos constituyen la condena de lo nunca concluído. De ahí que uno no quisiera ser sólo ensayista. El escritor mira a la posteridad y no encuentra la catedral a donde los lectores vayan a rendirle culto. Y se entiende: el autor de ensayos es un urbanista que nos ha entregado una ciudad llena de obras negras. ¿Qué canon tomaría en serio a un tipo asi? Máxime si la inmortalidad le da por ignorar todas esas ocasiones en que edificios a medio construir nos han servido para pasar la noche a tanto lector vagabundo, los autores escribimos no pensando en la literatura sino en la historia de la literatura.
El ensayo es una anomalía, una variante de la egolatría que para hablar de sí recurre a escritores mejores. ¿Hay un mejor pretexto que ése? En pocas ocasiones, y he aquí el mejor motivo para escribirlo, malograr la literatura se ha visto simplemente como " hacer literatura".
1.- Escribir sobre scritores es la cosa más complicada del mundo. Los ensayos que hablan de grandes autores son como la ropa diseñada sobre las modelos de Victoria´s secret. Nos garantizan más miradas, pero corremos el peligro de no añadir nada a lo que todo el mundo ya vio. Los cuerpos perfectos como la prosa admirables tienen un problema: son propensos a las obviedades. Sí diseñar para Giselle Bundchen o escribir sobre Tolstoi es fabuloso porque la gente se arremolinará alrededor de las pasarela o la revista, pero ¿ cuántos de esos lectores verán nuestra creatividad separadas de lo que Tolstoi y Bunchen ya son en si?. Son pocos los diseñadores que pueden sobresalir a una constelación de brasileñas, como son pocos los ensayistas que sobreviven a la literatura rusa. Por eso hay que alternar a las supermodelos y los clásicos con la ropa casual para los obesos y las reseñas sobre nuestros contemporáneos.
2.-Tengo una hipótesis basada en mi niñez: el ensayista tiene problemas con la ficción desde los cinco años, quizás seis. Mi mamá me contó una vez que las veces en que intentaba relatarme La Caperucita antes de dormir, yo siempre pedía que me narrara una versión en donde no hubiera leñador y otra en donde Lobo y Abuela fueran la misma persona.
3.- La idea de escribir por encargo no es del todo mala. Como se ha afirmado Francis Ford Coopola: " Me gusta la idea de los encargos y creo que les gusta a los artista. Una cosa es sentarse a averiguar si uno va a volcar el alma en el papel o no; a veces es un alivio que alguien proporcione un concepto sobre el que pueda trabajar
Ponencia leída durante la mesa sobre literatura y ensayo en el Museo Nacional de la Máscara, dentro de las actividades del Festival de las Letras San Luis 2011.
Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979) es autor del libro "¿Escribes o trabajas?" y aparece en las antologías "Inventa la memoria", "Novísimos cuentos de la República Mexicana" y "El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI".
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