viernes, 12 de marzo de 2021

Naief Yehya aborda el mundo de los drones, la guerra y las tecnologías


Por: Juan Carlos Talavera

Aún estamos lejos de la pesadilla de robots autónomos patrullando los cielos y decidiendo por sí mismos quién vive o quién muere, como en los relatos de ciencia ficción. No obstante, en varias regiones de Yemen, Irak, Siria, Afganistán y Somalia la amenaza de los drones es un pavor real”, afirma el escritor y ensayista Naief Yehya (Ciudad de México, 1963), quien aborda el mundo de los drones, la guerra y las tecnologías inteligentes en Mundo dron (Editorial Debate).

Su ensayo parte de la narrativa de cintas de ciencia ficción como Mad Max, Alien, Blade Runner y Terminator, donde prevalece la idea de la máquina asesina, una máquina que se sale de control o que es utilizada para eliminar a seres humanos, explica el también autor de La verdad de la vida en Marte y Pornocultura.

En Blade Runner, por ejemplo, el replicante es una máquina que se convierte en un esclavo cuando tiene conciencia y se vuelve peligroso para el creador, mientras que en Terminator la máquina del futuro manda drones al presente para matar al futuro redentor de la humanidad y es el mejor ejemplo de un dron, como un asesino a control remoto que intenta eliminar a John Connor.

"Y en Alien están esos androides como accesorios que en cada cinta se van a volver más importantes, aunado a que el xenomorfo, en sí es un engendro maquinal, una máquina de matar, hecha con ingeniería genética”.

El hecho, advierte Naief Yehya, es que todas estas cintas nos dan las imágenes de lo que no debemos hacer cuando se diseñan armas para combatir a nuestros semejantes, y pareciera que la humanidad está haciendo todo lo contrario. Estamos dando los primeros pasos en ese camino al darle a un avión muy rudimentario la posibilidad de ejecutar gente a distancia, con la intervención de un piloto, por ahora, pero con la posibilidad de que estas máquinas sean autónomas.

¿Cuál es su mayor preocupación? “Me preocupa el dron porque es una máquina operada a control remoto en la cual buena parte de sus funciones son llevadas a cabo por algoritmos. Es un modelo que seguirán otras tecnologías para ir deshumanizando cada vez más diferentes aspectos del quehacer humano y el ejemplo más extremo y radical es el dron bélico, porque es una máquina cuyo objetivo es cazar humanos.

"Además, el dron no es un arma de guerra como un tanque, diseñado para un campo de batalla en el que hay dos ejércitos, sino algo que está diseñado para volar silenciosamente en busca de presas y aniquilarlas, éste es el dron bélico”, explicó.

Y aunque advirtió que “el dron como tal es mucho más extenso y puede tener funciones benéficas de rescate, para proveer recursos, distribuir alimentos, medicinas, materiales o como vehículo de transporte. Los drones pueden ser maravillosos, pero el problema es que la forma en que más los vemos no son como juguetes, sino como armas”.

¿Qué contradicciones observa en torno al tema del dron? “La fascinación del dron, entre otras, es esta posibilidad de darnos una perspectiva aérea de todo, una visión global, divina, como el ojo de dios, con esa ilusión de poderlo ver todo y controlarlo y manipularlo todo”.

Esa ilusión, aseguró, es interesante pero falsa, pues a pesar de que el dron da la ilusión de verlo todo, sólo aporta una perspectiva bastante prejuiciada, ya que es una visión que omite muchos, pese a recopilar información de radio, audio y de computadora, construye una imagen distorsionada de lo hay abajo.

¿Qué observa en el contexto bélico? “En ese contexto aporta una visión bastante electrizante y aterradora, pero en el contexto urbano también, porque tenemos esos drones volando encima de nosotros, aprendiendo y completando una imagen de espionaje que ya tienen a través de nuestros teléfonos inteligentes y cámaras de video en las calles, las cuales registran continuamente nuestro movimiento. Al final, ese collage conforma una imagen de lo que somos y va creando modelos de consumo, de disciplina y de control. Por eso me parecía que el dron nos da una buena metáfora de cómo está operando este capitalismo de vigilancia que vivimos”.

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