Por: Rosario Manzanos
En el foro parecía flotar, era un animal escénico que con gran naturalidad se transformaba en todo tipo de personajes. Para muchos el mejor bailarín de la primera etapa del Ballet Nacional de México, Luis Fandiño (1931-2021), murió el sábado a los noventa años después de una cirugía de columna que no logró superar.
El artista fue referente siempre: masculino, rebelde, ágil y con una condición física incomparable. Tenía hambre de nuevas formas de expresión, sus planteamientos artísticos y técnicos fueron adelantados a su época de coreógrafo en el Ballet Nacional de México de Guillermina Bravo.
Sin dudarlo su presencia en el foro era insuperable: impresionaba y conmovía.
También era ejemplo a seguir. Fue una de esas grandes estrellas que motivó a muchos jóvenes a optar por la danza. Su madurez como gran performer fue larga (1964-1975). Y fue sobre todo en el Ballet Nacional de México –sin entrenarse con la técnica Graham–que enloquecía públicos.
Temperamento y una danza energética y masculina lo hacían ser la síntesis de la interpretación, virtuosísmo y proyección escénica. Mezcla que en muy pocas ocasiones sucede y que sólo aquellos con talento, disciplina y un absoluto dominio de su cuerpo logran.
Huérfanos se quedan cientos de estudiantes de danza contemporánea que ya no encontrarán en el también vital maestro de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea del INBA quien les enseñe no sólo técnica, sino la forma precisa de habitar el estrecho nicho de los que van más allá de la ejecución y se convierten en dueños del foro.
Porque Fandiño fue un autodidacta que aprendió a autoformarse y crear una estructura propia que le permitía no sólo ser un incomparable intérprete sino a ser capaz además de enseñar de manera situacional y circunstancial a sus alumnos. Su búsqueda incidía en hacerlos bailar y no sólo seguir la estructura de una clase. Para ello se valía del análisis de los cuerpos de sus pupilos y buscaba para ellos los mejores elementos de desarrollo anatómico y funcional.
Al mismo tiempo, se negaba a seguir la burocracia de los centros de enseñanza oficiales, que le exigían torpemente que se ciñera a programas de estudio que funcionan más en el papel que en la realidad.
Volaba muy alto en todos sentidos y tal vez por eso no logró ser valorado en la dimensión que merecía. Artistas de su magnitud son filones de oro difíciles de ver dentro de la burocracia. Para aquellos que lo vimos bailar y dar clase, la experiencia fue un parteaguas, simplemente inolvidable.
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