Por: Erika P. Bucio
Hacía falta un trombonista en la banda de su padre, el oaxaqueño don Rodolfo Díaz, quien le dijo: "aquí está un trombón de vara, vas a tocar".
"¿Y quién me va a enseñar?", replicó Faustino Díaz, con apenas 14 años de edad.
Don Rodolfo sacó un papel viejo donde un trombonista le había dejado escritas todas las posiciones de las notas musicales. Y ahí empezó todo.
Faustino había nacido con la música. La Dinastía Díaz, de San Lorenzo Cacaotepec, tiene fama en el Valle de Etla. Son músicos desde hace un siglo.
De tan respetados, hay pueblos en donde la gente se niega a cooperar para la fiesta si los Díaz no son contratados.
"Para ser un buen músico, necesitas tener un poquito de talento. ¿Por qué a éste se lo dieron y a éste no?, eso no lo sé", dice Faustino, mientras toma un descanso, sentado en el jardín de la Escuela Nacional de Música y rodeado de trombonistas que asisten a la Semana Nacional del Trombón.
Cuando don Rodolfo iba a una tocada y pasaba con su camioneta frente a la escuela de Faustino, lo veía saltándose la reja para acompañarlo. Desde los 5 años lo seguía a todos lados.
"Y cómo me iba a enojar...", dice muerto de risa.
Eran horas y horas caminando bajo el sol en procesiones. O tocando noches enteras en los pueblos. Todo eso lo hizo y lo sigue haciendo Faustino cuando regresa a Oaxaca.
"¿Cómo me voy a quedar en mi casa a descansar si hay trabajo?", explica.
Faustino es el primer músico de conservatorio de su familia. Su padre lo convenció de irse a estudiar un año. Y después, si quería, podía regresarse a Oaxaca. En su casa hubo lágrimas por su partida, pero no lo supo. Tenía 15 años.
Llegó primero a Chimalhuacán. Y de ahí todos los días hasta Polanco, al Conservatorio Nacional de Música. Casi no había oaxaqueños entonces. Ahora dicen que en el Conservatorio si alguien avienta una piedra seguro mata a un oaxaqueño.
Faustino regresó a su estado al cabo del primer año, pero su padre lo convenció de quedarse otro más. Para el tercer año, Faustino ya no volvió. Y para el cuarto, ya era trombón principal de la Orquesta Filarmónica de la UNAM.
Pero después de casi cinco años en la orquesta, estaba aburrido.
Vino entonces la sacudida. Fue el día en que le regalaron un disco pirata del holandés Jörgen van Rijen, trombón principal de la Royal Concertgebouw Orchestra de Amsterdam. Llegó a su casa y lo escuchó.
"En ese momento supe que no era nada como trombonista. Me dolió muchísimo la verdad", recuerda.
Sintiéndose un usurpador, Faustino empezó a buscar a Van Rijen. Le escribió un correo electrónico pidiéndole que fuese su maestro. Pero él no daba clases particulares. No tenía tiempo. Si quería ser su alumno tendría que ganarse un lugar en el Conservatorio de Rotterdam. Faustino no sabía ni a dónde ni cómo iba a llegar, pero fue.
Eran sólo dos plazas para 26 trombonistas venidos de todo el mundo. Faustino tenía sólo 10 minutos, el tiempo justo de la audición, para demostrar que era bueno. Ganaron un griego y él.
* * * * *
Con la Misa Solemne de Beethoven dijo adiós a la Ofunam. Después de aquel último concierto bajó a la administración para renunciar. Creyeron que era una broma. Ni el director artístico, el chino Zuohuang Chen, pudo convencerlo de quedarse.
"Ése es el punto más difícil para los músicos mexicanos: desprendernos para ir a mejorar y regresar. Ya tienen una plaza en una orquesta y lo que menos les interesa es irse a Europa a padecer", reflexiona.
En Holanda, su vida era sólo el trombón. Quien lo conoce asegura que además de talentoso es un ejemplo de disciplina y es decidido.
Pero a la mitad del camino, en Rotterdam, Faustino se quedó sin dinero. Y, otra vez, a trabajar para ahorrar. Lo de siempre.
"Por eso a mí las cosas me han llegado un poco más tarde", refiere.
¿Huesos? Hizo muchos. Algunos tediosos y frustrantes, pero nada como soportar a un mal director.
"Prefiero irme a tocar a una procesión con mi papá horas bajo el sol, es mucho más divertido, el tiempo corre", dice Faustino, quien viste unas playera azul estampada con el lema Buenos Díaz.
Su primera aventura europea terminaba. Ya no estaba dispuesto a volver a ahorrar cinco años para gastárselos en un año. Y regresó al DF, a tocar en una orquesta. Fue el tiempo en que la Filarmónica de la Ciudad de México se quedó sin titular. Ganó la audición como trombón principal.
"Fue un buen periodo, había una comisión (de músicos) y programábamos a los solistas y a los directores", narra.
Faustino estaba a punto de cumplir 30 años. Llevaba la mitad de su vida lejos de casa. Empezaba a pensar en una vida más tranquila. Era la hora de volver a Oaxaca.
Pero antes quemaría un último cartucho. Iría a prepararse con el francés Jacques Mauger, maestro en el Conservatorio de París, para el Concurso Internacional Città de Porcia 2011, en Italia, para menores de 30. Un certamen que se organiza cada cuatro años.
Quizá no ganaría, pero tampoco haría el ridículo. Fue a la agencia de viajes y se compró un paquete de una semana. Ese viaje sería su regalo de 30 años. Si lo echaban en la primera ronda, aprovecharía para conocer Italia. Siempre quiso ir a Sicilia.
Después de la primera ronda, volvió a su hotel. Estaba satisfecho. Empacó sus cosas y se fue a pasear a Venecia. Volvió al día siguiente a Pordedone, sede del concurso, para ver los resultados. El nombre de Ricardo Faustino Díaz Méndez, nacido el 3 de abril de 1982 en San Lorenzo Cacaotepec, aparecía entre los seleccionados para la segunda ronda. Su viaje a Milán estaba cancelado.
"Me fui corriendo al hotel, saqué mi trombón, saqué mi música y me puse a tocar. Ya estaba ahí", rememora.
Pasaron a la semifinal 12 trombonistas. Otra vez aparecía su nombre en la lista. Debía preparar un recital completo de 50 minutos. Su asiento a Roma también se quedó vacío. Así alcanzó la final. Los organizadores del concurso le dijeron que se harían cargo de los gastos de sus vacaciones fallidas por Italia.
Él no se la creía. Competía contra músicos que desde los 15 años participan en concursos.
"Ya sabes cómo somos los mexicanos, de repente pensamos que no merecemos nada. Era como estar a punto de tirar un penal, la maldición de los mexicanos. Estar frente a la portería y pensar: 'ya valió madre... pero pérate, siquiera tíralo'", dice Faustino, hincha del Cruz Azul.
Y no ganó.
Por fin parecía que regresaba a Oaxaca. Pero la mano del destino jugó otra vez. En la cena para los finalistas en un lujoso hotel de Pordedone, mientras Faustino brindaba y se fotografiaba con los ganadores, se le acercó el presidente del Grupo Buffet, el mayor fabricante de instrumentos del mundo, Werner Duwe.
"Para mí eras el mejor desde la primera ronda", le dijo, invitándolo a ser embajador de la marca. Faustino declinó. Eso implicaba mudarse a París para seguir una carrera como solista. Él quería volver a Oaxaca.
Más tarde, el presidente del jurado, el uruguayo-alemán Enrique Crespo, vino a felicitarlo y lo invitó a tocar nada menos que con German Brass, el mejor grupo de metales del mundo. Incluso le ofreció su casa en Stuttgart. Pero por segunda vez esa noche, Faustino dijo no.
Cuando se quedó a solas, miró al cielo, buscando a Dios. "Si de verdad quieres que me venga a Europa -pensó-, ponme la tercera propuesta sobre la mesa". Cinco minutos después, apareció Jacques Mauger, otro miembro del jurado. "Tienes que hacer el concurso de Jeju y vas a ganar", le dijo. Él aceptó. Se mudó a Lausana, Suiza, e ingresó a la maestría en el Conservatorio.
* * * * *
La predicción de su maestro se cumplió año y medio después. Faustino ganó el Concurso Internacional de Trombón de Jeju, Corea del Sur, en 2013. El primer latinoamericano en lograrlo. "El pinche mexicano ganó", escribió en su Facebook, donde se presenta como productor y arreglista de Dinastía Díaz.
"Cuando se propone algo lo consigue", dice Mauger, minutos antes de tocar el Fandango de Turrin con Faustino en la trompeta, en la clausura de la Semana Nacional del Trombón en el Auditorio Blas Galindo.
Cuenta a Faustino entre sus cinco estudiantes más destacados. Tiene discípulos en la Ópera de París y en orquestas de Estados Unidos. Cuando llegó con él, le preguntó: "¿Qué quieres hacer? Porque tienes posibilidades más allá de tocar en una orquesta". La respuesta fue: "una carrera como solista".
Pero más allá de su gran talento para los metales -toca tuba, trombón y trompeta- Faustino Díaz posee una manera relajada de tocar.
"Tiene una gran fuerza mental y eso es muy importante en un músico", afirma Mauger.
Hace apenas dos meses, logró una plaza en la Ópera de Zürich, Suiza. Un puesto muy codiciado. Jeju fue el picaporte. Hubo cuatro rondas eliminatorias. La última, frente a la orquesta: 80 músicos a quienes convencer. Dos veces le pidieron que tocara el Bolero de Ravel. Una pieza complicadísima para cualquier trombonista, pero no para Faustino.
"Siempre que me la piden, sé que estoy dentro", presume.
Es su talismán.
Ningún oaxaqueño había llegado tan lejos.
"Ningún mexicano", reafirma él. "Es titánico".
En dos meses terminará la maestría. En el verano volverá para casarse con su novia, flautista oaxaqueña. La vuelta al hogar, por el momento, tendrá otra vez que esperar.
"Nada me hace tan feliz, ni siquiera la música, como estar con mi papá y mi mamá", añade, "es una bendición hacer música con tu propia familia".
"¿Y quién me va a enseñar?", replicó Faustino Díaz, con apenas 14 años de edad.
Don Rodolfo sacó un papel viejo donde un trombonista le había dejado escritas todas las posiciones de las notas musicales. Y ahí empezó todo.
Faustino había nacido con la música. La Dinastía Díaz, de San Lorenzo Cacaotepec, tiene fama en el Valle de Etla. Son músicos desde hace un siglo.
De tan respetados, hay pueblos en donde la gente se niega a cooperar para la fiesta si los Díaz no son contratados.
"Para ser un buen músico, necesitas tener un poquito de talento. ¿Por qué a éste se lo dieron y a éste no?, eso no lo sé", dice Faustino, mientras toma un descanso, sentado en el jardín de la Escuela Nacional de Música y rodeado de trombonistas que asisten a la Semana Nacional del Trombón.
Cuando don Rodolfo iba a una tocada y pasaba con su camioneta frente a la escuela de Faustino, lo veía saltándose la reja para acompañarlo. Desde los 5 años lo seguía a todos lados.
"Y cómo me iba a enojar...", dice muerto de risa.
Eran horas y horas caminando bajo el sol en procesiones. O tocando noches enteras en los pueblos. Todo eso lo hizo y lo sigue haciendo Faustino cuando regresa a Oaxaca.
"¿Cómo me voy a quedar en mi casa a descansar si hay trabajo?", explica.
Faustino es el primer músico de conservatorio de su familia. Su padre lo convenció de irse a estudiar un año. Y después, si quería, podía regresarse a Oaxaca. En su casa hubo lágrimas por su partida, pero no lo supo. Tenía 15 años.
Llegó primero a Chimalhuacán. Y de ahí todos los días hasta Polanco, al Conservatorio Nacional de Música. Casi no había oaxaqueños entonces. Ahora dicen que en el Conservatorio si alguien avienta una piedra seguro mata a un oaxaqueño.
Faustino regresó a su estado al cabo del primer año, pero su padre lo convenció de quedarse otro más. Para el tercer año, Faustino ya no volvió. Y para el cuarto, ya era trombón principal de la Orquesta Filarmónica de la UNAM.
Pero después de casi cinco años en la orquesta, estaba aburrido.
Vino entonces la sacudida. Fue el día en que le regalaron un disco pirata del holandés Jörgen van Rijen, trombón principal de la Royal Concertgebouw Orchestra de Amsterdam. Llegó a su casa y lo escuchó.
"En ese momento supe que no era nada como trombonista. Me dolió muchísimo la verdad", recuerda.
Sintiéndose un usurpador, Faustino empezó a buscar a Van Rijen. Le escribió un correo electrónico pidiéndole que fuese su maestro. Pero él no daba clases particulares. No tenía tiempo. Si quería ser su alumno tendría que ganarse un lugar en el Conservatorio de Rotterdam. Faustino no sabía ni a dónde ni cómo iba a llegar, pero fue.
Eran sólo dos plazas para 26 trombonistas venidos de todo el mundo. Faustino tenía sólo 10 minutos, el tiempo justo de la audición, para demostrar que era bueno. Ganaron un griego y él.
* * * * *
Con la Misa Solemne de Beethoven dijo adiós a la Ofunam. Después de aquel último concierto bajó a la administración para renunciar. Creyeron que era una broma. Ni el director artístico, el chino Zuohuang Chen, pudo convencerlo de quedarse.
"Ése es el punto más difícil para los músicos mexicanos: desprendernos para ir a mejorar y regresar. Ya tienen una plaza en una orquesta y lo que menos les interesa es irse a Europa a padecer", reflexiona.
En Holanda, su vida era sólo el trombón. Quien lo conoce asegura que además de talentoso es un ejemplo de disciplina y es decidido.
Pero a la mitad del camino, en Rotterdam, Faustino se quedó sin dinero. Y, otra vez, a trabajar para ahorrar. Lo de siempre.
"Por eso a mí las cosas me han llegado un poco más tarde", refiere.
¿Huesos? Hizo muchos. Algunos tediosos y frustrantes, pero nada como soportar a un mal director.
"Prefiero irme a tocar a una procesión con mi papá horas bajo el sol, es mucho más divertido, el tiempo corre", dice Faustino, quien viste unas playera azul estampada con el lema Buenos Díaz.
Su primera aventura europea terminaba. Ya no estaba dispuesto a volver a ahorrar cinco años para gastárselos en un año. Y regresó al DF, a tocar en una orquesta. Fue el tiempo en que la Filarmónica de la Ciudad de México se quedó sin titular. Ganó la audición como trombón principal.
"Fue un buen periodo, había una comisión (de músicos) y programábamos a los solistas y a los directores", narra.
Faustino estaba a punto de cumplir 30 años. Llevaba la mitad de su vida lejos de casa. Empezaba a pensar en una vida más tranquila. Era la hora de volver a Oaxaca.
Pero antes quemaría un último cartucho. Iría a prepararse con el francés Jacques Mauger, maestro en el Conservatorio de París, para el Concurso Internacional Città de Porcia 2011, en Italia, para menores de 30. Un certamen que se organiza cada cuatro años.
Quizá no ganaría, pero tampoco haría el ridículo. Fue a la agencia de viajes y se compró un paquete de una semana. Ese viaje sería su regalo de 30 años. Si lo echaban en la primera ronda, aprovecharía para conocer Italia. Siempre quiso ir a Sicilia.
Después de la primera ronda, volvió a su hotel. Estaba satisfecho. Empacó sus cosas y se fue a pasear a Venecia. Volvió al día siguiente a Pordedone, sede del concurso, para ver los resultados. El nombre de Ricardo Faustino Díaz Méndez, nacido el 3 de abril de 1982 en San Lorenzo Cacaotepec, aparecía entre los seleccionados para la segunda ronda. Su viaje a Milán estaba cancelado.
"Me fui corriendo al hotel, saqué mi trombón, saqué mi música y me puse a tocar. Ya estaba ahí", rememora.
Pasaron a la semifinal 12 trombonistas. Otra vez aparecía su nombre en la lista. Debía preparar un recital completo de 50 minutos. Su asiento a Roma también se quedó vacío. Así alcanzó la final. Los organizadores del concurso le dijeron que se harían cargo de los gastos de sus vacaciones fallidas por Italia.
Él no se la creía. Competía contra músicos que desde los 15 años participan en concursos.
"Ya sabes cómo somos los mexicanos, de repente pensamos que no merecemos nada. Era como estar a punto de tirar un penal, la maldición de los mexicanos. Estar frente a la portería y pensar: 'ya valió madre... pero pérate, siquiera tíralo'", dice Faustino, hincha del Cruz Azul.
Y no ganó.
Por fin parecía que regresaba a Oaxaca. Pero la mano del destino jugó otra vez. En la cena para los finalistas en un lujoso hotel de Pordedone, mientras Faustino brindaba y se fotografiaba con los ganadores, se le acercó el presidente del Grupo Buffet, el mayor fabricante de instrumentos del mundo, Werner Duwe.
"Para mí eras el mejor desde la primera ronda", le dijo, invitándolo a ser embajador de la marca. Faustino declinó. Eso implicaba mudarse a París para seguir una carrera como solista. Él quería volver a Oaxaca.
Más tarde, el presidente del jurado, el uruguayo-alemán Enrique Crespo, vino a felicitarlo y lo invitó a tocar nada menos que con German Brass, el mejor grupo de metales del mundo. Incluso le ofreció su casa en Stuttgart. Pero por segunda vez esa noche, Faustino dijo no.
Cuando se quedó a solas, miró al cielo, buscando a Dios. "Si de verdad quieres que me venga a Europa -pensó-, ponme la tercera propuesta sobre la mesa". Cinco minutos después, apareció Jacques Mauger, otro miembro del jurado. "Tienes que hacer el concurso de Jeju y vas a ganar", le dijo. Él aceptó. Se mudó a Lausana, Suiza, e ingresó a la maestría en el Conservatorio.
* * * * *
La predicción de su maestro se cumplió año y medio después. Faustino ganó el Concurso Internacional de Trombón de Jeju, Corea del Sur, en 2013. El primer latinoamericano en lograrlo. "El pinche mexicano ganó", escribió en su Facebook, donde se presenta como productor y arreglista de Dinastía Díaz.
"Cuando se propone algo lo consigue", dice Mauger, minutos antes de tocar el Fandango de Turrin con Faustino en la trompeta, en la clausura de la Semana Nacional del Trombón en el Auditorio Blas Galindo.
Cuenta a Faustino entre sus cinco estudiantes más destacados. Tiene discípulos en la Ópera de París y en orquestas de Estados Unidos. Cuando llegó con él, le preguntó: "¿Qué quieres hacer? Porque tienes posibilidades más allá de tocar en una orquesta". La respuesta fue: "una carrera como solista".
Pero más allá de su gran talento para los metales -toca tuba, trombón y trompeta- Faustino Díaz posee una manera relajada de tocar.
"Tiene una gran fuerza mental y eso es muy importante en un músico", afirma Mauger.
Hace apenas dos meses, logró una plaza en la Ópera de Zürich, Suiza. Un puesto muy codiciado. Jeju fue el picaporte. Hubo cuatro rondas eliminatorias. La última, frente a la orquesta: 80 músicos a quienes convencer. Dos veces le pidieron que tocara el Bolero de Ravel. Una pieza complicadísima para cualquier trombonista, pero no para Faustino.
"Siempre que me la piden, sé que estoy dentro", presume.
Es su talismán.
Ningún oaxaqueño había llegado tan lejos.
"Ningún mexicano", reafirma él. "Es titánico".
En dos meses terminará la maestría. En el verano volverá para casarse con su novia, flautista oaxaqueña. La vuelta al hogar, por el momento, tendrá otra vez que esperar.
"Nada me hace tan feliz, ni siquiera la música, como estar con mi papá y mi mamá", añade, "es una bendición hacer música con tu propia familia".
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