lunes, 30 de junio de 2014

LA LUCIDEZ DEL DESASTRE EN LA POESÍA DE JOSÉ EMILIO PACHECO

 
Foto cortesía de Ángeles y Roberto Sánchez. De izquierda a derecha: Jorge Bustamante, Gaspar Aguilera, Víctor Pineda y Roberto Sánchez detrás del entrañable José Emilio
 
Por:  Gaspar Aguilera Díaz
 
A la obra poética de autores como Efraín Huerta, Jaime Sabines, Bonifáz Nuño, Alí Chumaccero, Juan Bañuelos, Enrique Lizalde y Octavio Paz por cualidades indiscutibles, debe agregarse la de José Emilio Pacheco (1939-2014).
 
Alta traición, antología editada en España por Alianza Editorial, intenta resumir una poética marcada por la premonición del desastre y la presencia de un lenguaje que todo lo nombra, lo revela con una lucidez fortísima y que logra hacer evidentes las expresiones, los gestos de un rostro marcado por el paso del tiempo y sus aliados o enemigos: el recuerdo, el silencio, el fuego, la devastación y la muerte.
 
A la admirable labor de Pacheco en el rescate y divulgación de nuestra falible memoria histórica y política; de recuperación y estudio de lo más importante de la literatura mexicana, se agrega a la de una creación poética sin concesiones que en su conjunto forma  una obra necesaria y definitivamente trascendente.
 
En el sentido más universal e íntegro que Alfonso Reyes exigía del escritor moderno, José Emilio Pacheco ha incursionado con acierto en la mayoría de los géneros literarios, en la novela experimental con Morirás lejos, de narrativa, El viento distante y El principio del placer, en los que una realidad trágica se entrelaza con el humor y la idiosincrasia mítica de los personajes.
 
De igual importancia es su recopilación y traducción de la poesía escrita en otras lenguas como en Aproximaciones, así como su versión crítica de nuestra vida pública, en la que con maestría, erudición y sencillez, diluye las líneas divisorias entre periodismo y literatura –me refiero a su columna  Inventario-, sustentando todo su trabajo en una rigurosa disciplina de la que pocos escritores pueden hacer alarde en el “vedetariado de nuestras letras”.
 
Esta antología se inicia con poemas de su primer libro Los elementos de la noche (1958-1962), en los que ya se anuncian el carácter y los rasgos definitorios de su poesía: un lenguaje preciso con una capacidad de sugerencia ejemplar en la revelación de la fugacidad inaprensible del tiempo y una habilidad estilística en el dibujo irónico, sutil y misterioso de paisajes o estados anímicos desoladores:
 
Sitiado entre dos noches
el día alza su espada de claridad;
mar de luz que se levanta afilándose,
selva que aísla al reloj al minuto.
 
La imagen de la siniestra realidad del mundo actual empieza a tomar cuerpo, mediante la palabra que registra con lucidez y contundencia el desastre:
 
Mira en tu derredor, el mundo en ruina
sangre y odio la historia. Nos procrearon
para el dolor, el hambre y el desastre
y la opresión, el llanto y el destierro.
 
     El fuego deja de ser metáfora para convertirse en lo que nombra la extinción inevitable en El reposo del fuego (1963-1964):
 
Fuego de aire y soledad del fuego
al incendiar el aire que es fuego
Fuego es el mundo que se extingue y prende
para durar (fue siempre) eternamente.
 
   En el segundo libro de Pacheco hay una comunión, una cópula sobrecogedora del amor y la muerte –tan próxima a Bataille- impregnada del patetismo de la muerte:
 
La caricia que siente el enterrado
cuando el suelo mortal lo desfigura
se ensambla y contrapone juego de luz y sombra, a imágenes
memorables:
Y  fue el olor del mar, una paloma
como un arco de sal
ardió el aire
Cada poema
epitafio del fuego
cárcel,
llama,
hasta caer en el silencio en llamas.
 
A la advertencia del incendio se unen los rasgos de su permanente crítica a la modernidad pasajera y desechable como los productos de consumo que inundan las grandes ciudades:
 
Tanta grandeza avasallada
cargan los coches contra seres y ciudades,
centurias y falanges y legiones,
proyectiles y féretros; chatarras,
ruinas en la ruindad de la basura,
desechos en las calles sin memoria:
plásticos y botellas y hojalata.
Círculo del consumo: la abundancia
se mide en el raudal de sus escombros
(Pero hay hierbas, semillas, en el mármol).
 
En el libro que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1969, No me preguntes cómo pasa el tiempo (1964-1968), un desgarramiento atraviesa verbalmente cada página, partiendo de epígrafes de los poetas modernistas Ramón López Velarde y Amado Nervo, hasta llegar a los poemas ingeniosos y breves, en los que el humor corrosivo y el sarcasmo van conformando un bestiario interminable en el que aparecen las descripciones de cerdos, mosquitos, escorpiones, etc.
 
   De Irás y no volverás  (1969-1972) se reproduce una muestra de esa otra línea en la poesía de Pacheco que es la reconstrucción de personajes célebres y que gracias a la ubicuidad del poeta los sentimos demasiado cercanos: Fray Antonio de Guevara, César Vallejo, Luis Cernuda, Carlos V, José Luis Cuevas, entre otros.
 
Por otra parte,  la imposibilidad del amor absoluto se evidencia con plenitud:
 
Y ahora una digresión. Consideremos
esa variante del amor que nunca
puede llamarse amor.
Son aislados instantes sin futuro.
E involuntariamente ocupas tu fiel nicho
en un célibe harén de sombra y humo.
Intocable,
incorruptible al yugo del amor.
Viva en lo que llamó De Rougemont
la posesión por pérdida.
 
y  una lapidaria y demoledora lección, siempre necesaria en el circo de la literatura:
Contra los recitales
 
Si leo mis poemas en público
le quito su único sentido a la poesía:
Hacer que mis palabras sean tu voz
por un instante al menos.
 
Conferencia
 
Halagué a mi auditorio, refresqué
su bastimento de lugares comunes,
de idas adecuadas a los tiempos que corren.
Pude hacerlo reír una o dos veces
y terminé cuando empezaba el tedio.
En recompensa me aplaudieron
¿en dónde voy a ocultarme a devorar mi vergüenza?
 
  El desarraigo, el eterno extranjero, aparece en el libro Islas a la deriva (1973-1975):
Soy extranjero
en esta tierra
                En todas
seré extranjero
                   Al regresar
mi patria
habrá cambiado
y no estaré ni estuve.
Mi única tierra es una calle ajena
de hojas aún verdes
que el otoño entrega
al hondo invierno
y a su helada lumbre.
 
 El juego erótico que se compara y ejecuta con pasión simultánea a la de las moscas:
Mientras  yo sobre ti,
tú sobre mí,
los dos al lado,
dos alados insectos se perciben.
 
En el poema “Ratusnovergicus”, mediante un lenguaje cargado de suspenso, el lector siente repulsión y asco de un mundo nada utópico en el que ratas serán las nativas y nosotros los indeseables “Indeseables inmigrantes”, en una visión siniestra y perturbadora.
 Cierra esa sección el poema más extenso: “Juego de Niños”, dedicado a Alba y Vicente Rojo publicado con ilustraciones de este último como plaquet, y que contiene una intensa descripción infantil iniciada en el vientre materno, hasta llegar al epílogo de un futuro incierto y múltiple.
 
Concluye la antología con textos seleccionados del libro Los trabajos del mar  (1983), en los que el mar devasta y permanece en un ciclo que se renueva implacable y siempre ajeno a nosotros:
 
Si alguna vez
encontraras sosiego perderías
tu condición de mar
               Si te calmas
dejará de fluir el tiempo.
 
La muerte, inmanente en “Prosa de la calavera”, recuenta y enumera nuestro origen de polvo:
 
A menos que me aniquiles con tu carroña,
aceleres por medios técnicos o por lo
imprevisible el proceso que tarde o temprano
conduce a nuestra última patria: la ceniza
de que tú y yo estamos hechos.
 
 
 
La poesía de José Emilio Pacheco nos convierte en testigos oculares, en espectadores asombrados ante una realidad en proceso de extinción, y el poeta inicia el diálogo, la impugnación y las preguntas innumerables que develan los fragmentos de un mundo con la certeza de que –como sostenía D.H. Lawrence– “La palabra y el hecho son dos formas de conciencia”, con una convicción pasional respecto a la literatura y la creación en su sentido.
 
En el 2008, la editorial española Visor, publicó la antología del propio José Emilio Pacheco, en Resumidas Cuentas, de Hernán Sánchez.
 
Intelectual íntegro, alejado radicalmente de toda cercanía con el príncipe, José Emilio Pacheco siempre estuvo en contra de actitudes como las que Joseph Conrad rechazó toda su vida, según lo cuenta André Gide: “...odiaba todo lo que en el hombre había de hipócrita, turbio o vil”.
 
 Asimismo, reconoció el fracaso por intentar lo imposible, es decir, por resumir la decadencia y la esperanza de nuestra época,  la finitud y poderío de la lengua de las cosas.
 
Es lamentable que ya no se encuentre entre nosotros un personaje necesario en esta época de creciente intolerancia e inequidad.
 
Morelia Mich. / Verano de 2014
 
 
 

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