Por: Alberto Dallal*
NADA MEJOR QUE LAS DESCRIPTIVAS palabras de la crítica Rosario Manzanos al darnos la noticia: “Murió ese animal escénico Luis Fandiño, quien con notable naturalidad se transformaba en todo tipo de personajes […] El artista fue siempre referente masculino y rebelde. Ágil y con una condición física incomparable […] tenía hambre de nuevas formas de expresión.” En efecto, Fandiño es el precursor en México de las más serenas y aún así expresivas formas de ofrecimiento escénico de los cuerpos en la danza contemporánea. Siempre tranquilo, seguro de su danza, exigente consigo mismo y con los demás, dueño de ojos brillantes y de una voz descriptiva, Fandiño fue pionero, mediante obras y enseñanzas originales, de una propuesta dancística completa, racional y por eso deleitable e intensa, a partir de la década de 1960. Aun sin saberlo, Fandiño expuso y auspició la producción y ampliación de una danza más descriptiva, profesional, natural y sosegada (y por eso más deleitable y detectable históricamente), en un periodo de plena vanguardia y desarrollo de la danza contemporánea en el país.
Luis Fandiño Gómez Lamadrid nació en la Ciudad de México el 22 de marzo de 1931. Murió en la misma ciudad el 19 de diciembre de 2021. En 1951 ingresó en la Academia de la Danza Mexicana, institución en la que recibió instrucción de, entre otros, Xavier Francis, Guillermo Keys Arenas, Elena Noriega, Antonio de Torre. Tras detectarlo como sagaz alumno, Keys Arenas lo invitó a participar en su obra El chueco. Después de esta experiencia participó en varias obras durante las temporadas organizadas por los artistas miembros de la Academia.
En 1953, junto con otros artistas pero principalmente con Xavier Francis y Bodyl Genkel, participó en la fundación del Nuevo Teatro de Danza, agrupación de vanguardia en ese momento. Como parte de esta compañía fue bailarín y posteriormente maestro.
Entre 1960 y 1975 fue bailarín y coreógrafo del Ballet Nacional de México: su primera coreografía fue Ronda (1965) y como bailarín participó en las principales obras de ese periodo. Allí montó su Dulcinea (1966), Tenía que ocurrir (1966), Caleidoscopio (estrenada en 1967 con el nombre de Impresiones), Homenaje o Cantata a Hidalgo (en colaboración con Carlos Gaona y Federico Castro), Acertijo (1969), Metrópoli (1969) y Serpentina (1970). En este lapso-momento de la danza mexicana Fandiño se mostró como un coreógrafo de exposiciones directas, naturales de cuerpo y movimiento, como salvaguarda y defensor de la pureza de elementos y actitudes en el ejercicio coreográfico. Este artista fue siempre creador de una extraordinaria línea de exposición “limpia” que excluyera “figuras”, vericuetos, complicaciones en la creación y en la interpretación. Su danza siempre fue nítida, tan pura como su concepto en torno a ella.
En efecto, los movimientos en las piezas de Fandiño se ofrecen con naturalidad y fluyen, exponen, descubren, revelan, “llegan a ser” gracias a la fluidez deslizante con la que los elementos (cuerpos, diseños, formas, interjuego de espacios y contenidos) se unen y separan, se hacen cabalmente danza, la danza que fluye mediante un dominio y una vuelta a la naturalidad de los cuerpos.
Resulta difícil, en las coreografías de Fandiño, que el espectador se aparte de la danza pura para atender a una anécdota o a un planteamiento dramático o a un interés no dancístico. Los elementos de la danza son los avocados, en sus piezas, a expresar todo lo expresable dentro de los límites de la obra. Al dejar el Ballet Nacional de México, tras muchos años de trabajo productivo, Fandiño abandonó su carrera de bailarín para concentrarse en ser maestro exigente y ejemplar.
En 1976 Fandiño es coordinador, maestro y coreógrafo del Ballet Contemporáneo y director del Instituto de Danza de la Universidad Veracruzana, en Xalapa, en donde monta Diálogo (1976). En 1979 asume la dirección del grupo Alternativa en la Ciudad de México, en donde monta Canto primero (1979), Suceso crónica (1981), Anécdota (1981), Memorias (boceto de una mujer ausente) (1982), Canto tercero (1983) y otras obras notables. A partir de 1983 trabaja en la Escuela Nacional de Danza Contemporánea, en donde monta Por Vivaldi (1993), Historia con mujeres (1993), Puertas y susurros (1994), Ritos (1995) y otras coreografías notables.
En abril de 1984 la cronista Dionisia Urtubees afirmaba: “Aunque las obras de Luis Fandiño pueden definirse como abstractas son tremendamente humanas. El ser humano, sus pasiones, reacciones y relaciones siempre le han inquietado […] observa a los seres que se encuentran en las calles, en los cines y rincones.” Aseguró Fandiño en entrevista: “En mis obras la estructura surge sin pensarla. Sin planearla. Aunque, como dicen, seguramente la posee ya, antes, el coreógrafo en el interior. Y sale. Porque si no existiera no saldría nunca, nada. De lo que estoy seguro es de que resulta indispensable que tenga yo una imagen. Surge la imagen para transformarla en movimiento.” Declaraciones de un ideario certero y trascendente.
En 1986 Fandiño recibió un homenaje en el entonces Teatro de la Danza con una función en la que participaron Danza Libre Universitaria y Utopía. En 2001 recibió un magno homenaje en el Teatro Raúl Flores Canelo del Centro Nacional de las Artes, en la Ciudad de México. En esa ocasión se presentó el libro de Margarita Tortajada Luis Fandiño, la danza generosa y perfecta (CENIDI-DANZA); participaron Guillermina Bravo, Alberto Dallal, Jorge Domínguez y Lucina Jiménez, entre otros.
Tanto como coreógrafo (recuérdese su montaje en el que el artista en pleno escenario dirige su Serpentina, “viaje a la semilla”, es decir, su vuelta al momento del propio nacimiento) como bailarín (recuérdese la Danza para un bailarín que se convierte en águila, coreografía de Guillermina Bravo diseñada y montada en su honor), Luis Fandiño puede señalarse como extraordinario creador de, en y para la danza mexicana. Perenemente.
*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
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