sábado, 16 de mayo de 2020

Veinticinco años sin Lola Flores, la indómita «artista de artistas»


La Faraona en escena, una pantera negra ante el mundo y Oleole para sus nietos… «la artista de artistas» Lola Flores, de la que se cumplen mañana 25 años de su muerte, era muchas mujeres pero todas transgresoras y carismáticas, dueña de un temperamento hiperbólico que la hizo ultra famosa en un mundo que no la olvida.

Siempre pensó que haría historia pero quién le iba a decir a la jerezana que habría cumplido los 97 el pasado 21 de enero que iba a ser «trending topic» en las redes sociales porque una serie se refería a ella como «la Rosalía de los 60» y porque la catalana la iba a homenajear en el primer confinamiento que vive el mundo por un virus con una versión de su tema «A tu vera».

Rapera con «Que cómo me la maravillaría yo»; pionera del crowfunding con aquello de «si cada español me diera una peseta»; creadora de ritmos nuevos junto al inventor de la rumba catalana, su marido, Antonio González «El Pescaílla»; pionera de la telerrealidad con su familia y actriz con el récord del mayor contrato firmado en la historia de España…

Era «un icono de su tiempo y radicalmente moderna», asegura a Efe el presidente de la Sgae, Antonio Onetti, guionista de la película que dirigió en 2007 Miguel Hermoso, «Lola», siempre «sembrada», con frases que han quedado en el imaginario colectivo como «si me queréis, irse», con la que suplicaba a la gente que abandonaran la iglesia en la que iba a casarse su hija Lolita.

«Era una fuerza de la naturaleza, un talento desproporcionado, dispuesta a romper todos los moldes y una adelantada a su tiempo que no podía ser sometida a nada; feminista donde las hubiera. Para ella no había muros. Miraba de tú a tú. Decía lo que le daba la gana y se quedaba tan pancha», añade Onetti.

Este «torbellino de colores», como la describió José María Pemán, «la armaba» donde fuera y ese genio la precedía, como ocurrió cuando actuó en 1979 en el Madison Square Garden de Nueva York, donde a los cinco minutos de empezar ya estaba el público en pie escuchando «La Zarzamora», una hazaña que dio lugar al célebre comentario del New York Times, de «no canta, no baila, no se la pierdan».

La reina del temperamento, la de la bata de cola, era hija del tabernero Pedro Flores y de la costurera Rosario Ruiz, y con 10 años ya bailaba encima de las mesas y escuchaba y aprendía flamenco en los tabancos.

Como recordaban sus nietas Elena y Alba en el programa «Imprescindibles» de TVE, Lola Flores supuso muy diferentes cosas en diferentes épocas pero cuando era joven su objetivo era «sobrevivir».

El cantaor Manolo Caracol «la descubrió» cuando era una niña de 13 años, aunque a quien entonces se hacía llamar Imperio de Jerez por la admiración que sentía por Pastora Imperio le gustaba decir que fue ella quien, en 1944, contrató al «divo», «por 550 pesetas», para su espectáculo «Zambra».

Flores, «el arte andando», según Enrique Morente, le dio a Caracol «la chispa» que le faltaba y aquel volcán de pasión y energía funcionó varios años alcanzando una popularidad nunca vista.

«Si hubiera seguido con Caracol habría terminado muy mal, como él. Yo estaba con una venda, ‘enamoraíta perdía’ de él. Hasta que me di cuenta me lo hizo pasar muy mal», revelaba la artista en «El perro verde» de Jesús Quintero.

Gary Cooper y Aristóteles Onassis la «ronearon» pero sus flirteos se acabaron cuando apareció El Pescaílla, con el que se tuvo que casar a las 06:00 de la mañana para evitar «alborotos» porque él, gitano, tenía una hija con otra mujer. Fueron padres de Lolita (1958), Antonio (1961) y Rosario (1963), los tres artistas.

Con su marido consiguió una química en el escenario muy especial, y ahí exploraron en ritmos únicos, con un sello inimitable como su versión de «Que me coma el tigre»

Descubrió su estilo casi desde su debut con 16 años en el Teatro Villamarta de Jerez, y en una época de moño y peineta ella era la folclórica 2.0, con su pelo suelto y moviendo los brazos y las manos como nadie antes.

La Faraona, el apodo que le puso Agustín Lara en México, solo tenía un cuarto de sangre gitana pero era caló «de sentimiento y entendimiento» y a partir de ahí rompió la norma: «por qué tengo que hacer lo que marca mi nacimiento y no lo que yo quiera», se preguntaba Flores, dueña de un espectacular físico que nunca «tocó».

«El brillo de los ojos no se opera», presumía ella.

Firmó en 1951 un contrato con el productor Cesáreo González que ocupó todas las portadas de los periódicos porque le pagaban la astronómica cifra de 6 millones de pesetas por 18 películas que rodaría en España y América, según recordaba ella en el programa de TVE «Cantares».

Para Joan Manuel Serrat, Lola conquistó su lugar en el firmamento a pulso, moderna y valiente: «Siempre se le recriminaron sus veleidades con el antiguo régimen pero una noche tuve problemas con alguna gente con la que no coincidía y ella me defendió jugándose su prestigio», recordaba el cantante que fue «el hombre más feliz» cuando le cantó el «Pena, penita, pena» en el homenaje que se le hizo en 1994 en Antena 3.

Era indómita y no tenía filtro. «Perdón se me ha caído un pendiente», dijo en directo en «Esta noche fiesta», de TVE, y paró la actuación hasta que no se aseguró de que la joya estaba localizada.

La «ong» de su saga ayudó económicamente a todos los suyos y eso, justificaba, le «impidió» hacer la declaración de la renta entre 1982 y 1985, un fraude de 45 millones de pesetas, según el fiscal, por el que en 1991 fue condenada a 16 meses de prisión -no los cumplió al salir en libertad condicional- y a una multa de 28 millones de pesetas.

«Jamás he querido defraudar y si no hice la declaración es porque no pude pero no hice trampas. Me han cogido de chivo expiatorio», argumentaba en 1988 ante Jesús Quintero.

Y ahí vino aquella famosa frase de «si una peseta diera cada español…» podría liquidar su deuda, y hubo quien se las tiraba a su paso. «De Lola de España a ídolo caído», publicaba la prensa de entonces.

«Me gustaría morirme en el teatro, trabajando», decía a Quintero en su programa, en el que también reveló que había luchado mucho al lado de su hijo para que éste abandonara las drogas.

Le habían diagnosticado en 1972 cáncer de pecho, la enfermedad que 23 años después le provocó la muerte. Por su capilla ardiente, en el Centro Cultural de la Villa, pasaron en 19 horas 150.000 personas antes de trasladar sus restos al cementerio de La Almudena, donde reposa junto a su marido y a su hijo, que murió 14 días después que ella accidentalmente.

Como decía su amigo Juan Díaz «el Golosina», «Lola era el pueblo» y aquel día se volcó con «ese mito universal» que solo ansiaba, decía, «salud y libertad».

Fuente: EFE

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