Por: Octavio Gómez Milian
La autora malagueña Laura Carneros publica Proletaria consentida, una novela de aprendizaje, pero sin moraleja final o redención a la vista, que provoca seísmos en cada una de las situaciones que relata. Cuando el camino hacia la madurez es una revuelta perdida antes de librarse la batalla.
La existencia es una novela que nunca termina de escribirse del todo. Uno elige qué día coincide con el punto final, sabiendo que, en realidad, no es más que un punto y aparte. Así cuando nos acercamos a la primera novela de Laura Carneros nos encerramos con ella en una composición laberíntica de su existencia, buscando, en un juego de espejos, la manera de identificarnos con los jirones de sus vivencias, compartir sus dudas y miedos.
Existe una generación, como existió otra antes y vendrán muchas después, todas nos entregarán novelas de aprendizaje que son como un manual de instrucciones para un juego que no responde a ninguna regla. Como mucho saber que la vida tiene un final y no podemos estar eternamente dando vueltas alrededor del tablero. En Proletaria consentida encontramos una mezcla de humor y amargura, de temor y arrojo.
La autora, a través de los distintos relatos que componen el libro, realiza una deliberada traición a sus familiares y amigos exponiendo, a través de su visión y vivencias, la realidad que la rodea. Experiencias reales, concretas, seísmos incontrolados que devoran una vida a lo largo de ocho años y convierten Proletaria consentida en un texto que no busca la moraleja fácil, más bien al elemento humorístico que disminuye la presión social y surgen nombres como Amélie Nothomb o Aloma Rodríguez en ese tratamiento de lo cotidiano.
Dicen que los consejos son la parte más importantes de la madurez y hacer oídos sordos a ellos una demostración de que uno sigue negándose a ser adulto. ¿Qué nos queda en estos tiempos, además de las plataformas audiovisuales, las redes sociales y la literatura? Un poco de picardía, una breve revuelta que comienza en cada mínima acción contra el sistema. Siempre con una sonrisa, un plan B encubierto.
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