Por: Rosario Manzanos
Bailarina apasionada y disciplinada desde 1936, introductora e impulsora de la técnica Graham en México, pionera de la danza contemporánea, creadora de “grandes” coreografías desde 1946 y fundadora de academias y compañías, Guillermina Bravo (1920-2013) fue “una rebelde consigo misma”.
La obra de la artista veracruzana, que nació un día como hoy, hace cien años, fue “un ejemplo de su atrevimiento a romper con normas que ella misma había impuesto, a explorar siempre y trabajar de maneras diferentes”, afirma la investigadora Margarita Tortajada.
Fue transformándose a lo largo de su vida, no se casó con un estilo, con una línea ni con una tendencia, sino que buscó nuevos caminos. No se consideraba una artista en sí misma, decía que era un colectivo, que se diluía en sus obras y en sus bailarines”, comenta en entrevista.
La especialista en danza detalla que el Ballet simbólico 30-30, de Nellie y Gloria Campobello, fue una de las primeras piezas que Bravo interpretó como alumna en la Escuela Nacional de Danza en 1936. Y, cuatro años después, dio vida a Procesional, de Waldeen von Falkenstein, con el Ballet de Bellas Artes.
Y agrega que, como coreógrafa, se estrenó con Danza de amor, en 1946, con música de Ludwig van Beethoven, para el Ballet Waldeen; y la última pieza que creó fue Entre dioses y hombres o Código Borgia, en 1991. Es autora de unas 80 obras.
Tortajada comparte la división que propone el escritor y crítico de danza Alberto Dallal sobre las etapas creativas de Bravo: la Nacionalista o realista (1946-1957), la No realista (1958-1963), la de Exploración del coro (1964-1967), la de Exploración del espacio escénico (1967-1971), la de Integración de las dos corrientes anteriores (1972), la de Creación de solos (1973-1982), la de Exploración del amor y la muerte (1977-1982) y la del Regreso a las raíces y análisis de la identidad (1983-1991).
Esto habla de sus preocupaciones temáticas. Recreó el amor, la muerte, la violencia, la desigualdad, el erotismo, el deseo; aunque a veces de una manera abstracta, una danza ‘pura’ que no hace referencia a temas concretos”, señala.
Aclara que la fundadora del Ballet Waldeen, la Academia de la Danza Mexicana y el Ballet Nacional de México, su obra máxima, fue una de las más grandes impulsoras de la ruptura con esa danza moderna nacionalista que practicó en sus inicios.
Ella empezó la danza contemporánea, que ya no es descriptiva, ya no cuenta historias basadas en la literatura, sino que trabaja con los elementos del cuerpo; lo que le importa es el tiempo, el espacio, el peso, la energía”.
Dice que Guillermina incluso inspiró a los jóvenes coreógrafos a romper con la técnica Graham y con el mismo Ballet Nacional. “La toman como referente y rompen, y empieza la danza posmoderna en el país. Forman y consolidan el movimiento de danza independiente. Ya no quieren compañías pesadas, con muchos bailarines y repertorios fijos, sino algo más dinámico”, indica.
Una de ellas es la coreógrafa Cecilia Lugo, quien, sin haber sido su alumna, la reconoce como “ejemplo e inspiración”. Cuenta que, a raíz de que el INBA le encargó una pieza en honor de Bravo, para festejar sus 75 años, investigó su vida y se dio cuenta que compartían muchas cosas.
Ella creció donde yo nací y crecí, en Tampico (Tamaulipas), tenemos el mismo signo zodiacal, Escorpión, y trabajamos con disciplina y pasión”, dice la autora de Nicolasa, la coreografía en la que recrea las metáforas de poder entre tres grandes de la danza, Bravo, Waldeen y Ana Mérida.
La danza de este país está marcada por la fuerza de las mujeres. La música es el Danzón No. 2, de Arturo Márquez. La obra tiene 25 años en mi repertorio, siempre me la piden y está muy vigente”, añade la directora de Contempodanza, quien la escenificará los próximos cuatro domingos en el foro Ernesto Gómez Cruz.
Hoy, tanto la Universidad Autónoma Metropolitana como la UNAM le rinden un homenaje virtual a Guillermina Bravo, La Bruja, que incluye diversos conversatorios, mesas de análisis y presentación de coreografías.
GUILLERMINA BRAVO
A cien años de su nacimiento y siete de su muerte, Guillermina Bravo y sus creaciones no han sido aquilatadas en la dimensión que la artista veracruzana merece. Sus aportaciones a la cultura y al arte nacional se sugieren anacrónicas por nuevas generaciones de bailarines y creadores que, en muchos casos, a duras penas tienen referencias sobre ella.
Pero a pesar de que sus obras no quedaron debidamente resguardadas, la importancia del pensamiento crítico de la artista veracruzana y su legado escénico y técnico, son inconmensurables.
Durante múltiples entrevistas que le realicé y conversaciones informales que sostuvimos, La Bruja –como se le conoce en el medio— se mostró estudiosa obsesiva de las diversas teorías del arte y analizó a profundidad la complejidad del momento histórico que le tocó vivir. Fue, sin dudarlo, una mujer muy adelantada a su tiempo.
Bravo estaba convencida en que la formación, ejecución y entrenamiento no podían provenir sólo de un motivo lírico. Para ella era crucial definir la técnica que permitiese transformar al cuerpo de lo ordinario a lo extraordinario.
De igual manera, tenía claridad en que los temas a llevar al foro no existían sin tener su forma específica. Defendía con ello, que la danza es siempre un mismo suceso: forma y contenido paridos juntos e inseparables. Es decir, sus coreografías fueron “una unidad de pensamiento y movimiento físico”.
Consecuente, una vez que sentía que una obra estaba agotada la sacaba, sin más, del repertorio. Citaba a Octavio Paz, estableciendo que era más importante el propio libro que quien lo escribía.
En la época en que he vivido la danza contemporánea –me dijo durante una entrevista poco tiempo antes de morir– ha sido por grupos. Cuando ese grupo se va, la obra se va con él. Si tú repones esa obra con otros bailarines, fríamente, fuera de ti, sin estar inmerso en lo que estás haciendo, te sale una obra sin gran valor, es otra cosa, algo con lo que no te identificas.
Cada pieza tiene sus tiempos y sus elencos. Los bailarines se van, porque cambian de grupo o se jubilan o se dedican a otra cosa o se hartan de ser pobres, muchas cosas. Entonces vienen otros con los que hay que hacer otras obras. Porque son otros cuerpos, otra energía, otra formación”.
En aquella conversación, Bravo habló mal y bien de muchos coreógrafos mexicanos. Dijo pestes de las autoridades culturales. Divertida, encantadora, gustaba de crear escaramuzas para discutir ideas y conceptos. Fue una mujer genial.
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