viernes, 17 de julio de 2020

El Amor en tiempos de cuarentena



En la imagen aparecen dos personas; de lado izquierdo, una mujer con peinado y atuendo de los años 20´s con un tentáculo morado sobre su ropa, tiene un cubrebocas puesto y de lado derecho está un hombre sujetándola de los brazos intentando besarla, con cubrebocas y un casco de astronauta. El fondo de la imagen parece el espacio; nebulosa azul con estrellas.

Imagen y texto: Mafer Mont y Compañía

El fin de semana pasado leí un post que publicó una amiga mía en un sitio web de una Fundación, sobre si era conveniente usar barbijo al tener relaciones sexuales… lo primero que pasó por mi mente en ese momento fue: “Hacerlo con barbijo, sería como coger con calcetines o ropa interior”. Es decir, acción carente de sentido común, sin embargo, cargado de sentido del humor, para hacer más amena mi cuarentena.

Se dice que el modo de contagio del COVID-19 es por medio de contacto físico entre personas y se transmite a través de partículas diminutas. De cualquier manera, con o sin barbijo, se corre riesgo que alguno de los amantes durante el encuentro pueda portar el virus y contagiar a su compañero.

Por ese motivo, la Secretaría de Salud en Argentina consideró como medida de prevención la práctica del “cibersexo”, debido al cierre de moteles. Cuando un amigo me comentó esto, le dije que me causó extrañeza, pues nunca antes en ningún gobierno de ningún país se había tocado el tema del COVID-19 ni tampoco de medidas sanitarias en cuestiones sexuales.

Después de este comunicado, en diferentes medios de comunicación digitales, han visibilizado la práctica del cibersexo, como si fuera la novedad del siglo. Realmente, todxs en alguna ocasión lo hemos practicado, sin embargo, ¿por qué esperaron hasta la pandemia para hacerlo visible?

Podría decir que el cibersexo existe desde que inició el internet, pues el cibersexo abarca una gama amplia, que va desde texting (mensajes de texto con sentido erótico, emojis, “nudes o packs”, vídeos, étc), hasta incluso, ver porno con herramientas de vídeoconferencia o autoestimulación con lxs compañerxs sexuales.

A veces he jodido con amigas sobre que el mejor método anticonceptivo del siglo XXI (además de la vieja confiable, que es la señora “abstinencia”) es el cibersexo, ya que sólo es diversión, sin importar que los dos cuerpos se encuentren físicamente distanciados, es el medio para llevar a cabo el deseo en común.

Hice referencia a Spinoza, porque realmente es así como podría definir en resumen en lo que consiste el cibersexo. Aunque parece simple y algo popular entre usuarios de internet (millennials y zentennials, principalmente), es un tema algo extenso por abordar y todo lo que implica, pues no sólo tiene relación en el consentimiento mutuo al realizar dicho acto, sino incluso morales y legales.

Esta práctica forma parte del contenido “underground”, del mundo disca, debido a los obstáculos que siguen existiendo en la sociedad (mentales, emocionales, culturales y físicos), para que las personas con discapacidad puedan desarrollarse completamente en cualquier ámbito de su vida (incluso en el terreno de la vida sexual).

Puede ser que me lea muy exagerada o sea muy crudo mi artículo, pero muchas personas con discapacidad no saben lo que es tener contacto físico con otro ser humano, que no sea de tipo asistencial. Siguen considerando nuestros cuerpos (hablo en plural, por pertenecer a este grupo social) como un objeto que puede ser sometido al dolor, sin embargo, se nos niega el acceso al placer.

Aún la cuestión cultural y religiosa tiene bastante peso en este aspecto, porque nos catalogan como “angelitos”, asexuados, niños eternos… como si nuestros cuerpos por el hecho de lucir estética y funcionalmente distintos, no pudieran sentir de la misma manera que los “otros” cuerpos, es decir, los que están dentro de lo normativo, funcional y productivo.

Pero por desgracia, a todo aquel que trate de demostrar lo contrario, es catalogado como “pervertido”. Esto es común entre los dominadores y dominados, ya que para seguir teniendo el control sobre los cuerpos “tullidos”, se inventaron imaginarios y conceptos que cuesta desmitificarlos (o desconstruirlos, como diría Butler).

He tenido conversaciones interesantes y densas por chat o en cafés con amigas que comparten mi situación de “tullida” sobre la manera en la que interactuamos con chicos para cuestiones afectivas, así como también en lo que implica el erotismo, pues no necesariamente para coquetear, cachondear y “sentirnos sexys” un rato debemos tener un novio.

Hay algunas chicas que son más tradicionales en las maneras y los medios, pero todo depende cada persona o su cultura. Una de las cosas que agradezco de haber crecido en un ambiente urbano y con acceso al internet es que a las personas con discapacidad nos han acercado a “lo que sólo podían vivir las personas normales”.

Ligar por internet es tan fácil, que con un simple “like” en una red social o “match” en apps de citas, ambas personas eligen con qué persona desean interactuar. ¡Se siente tan bien tener el poder! Esa es otra cosa más que agrego a mi lista de lo que agradezco al internet, pues los usuarios marcamos las pautas de cómo relacionarnos a través de las hipermediaciones (tal como lo expuso Scolari).

No todo es miel sobre hojuelas, respecto a ligar por internet, ya que también existe el ciberacoso. Recuerdo cierta época de mi vida en la que aprendí más sobre anatomía y el aparato reproductor masculino que en la secundaria. Había cabrones que sólo me saludaban para enviarme foto de sus miembros erectos sin mi consentimiento… Llegué a un punto en el que miré ¡de todos colores y tamaños!

Ambos nos divertíamos, sólo que ellos de manera erótica y yo sentía que la vida me favorecía, pues mis padres no me permitían ir a ver un show de “Strippers” (si nunca se hicieron la idea de verme con novio de manita sudada, menos ver y tocar cuerpos de machos viriles), entonces el show llegaba a mí…

Luego, descubrí que había tipos que su fetiche son las mujeres con discapacidad (más que nosotras en sí, nuestros aparatos ortopédicos, artículos de desplazamiento, deformidades, amputaciones, étc), cuyo concepto de discapacidad me parecía extraño, no obstante, interesante.

En un mundo en el que la mujer con discapacidad no es catalogada como mujer siquiera o ser sexuado, el devotismo nos permitió ser vistas por otros como mujeres (o al menos no vistas como seres de luz) aunque no me gusta que seamos exhibidas como en un aparador.

El devotismo nos da cierto poder, pues tiene tintes dentro de la cultura sodomasoquista del “amo” y “esclavo”, en el que el otro por voluntad propia elige ser sometido por alguna chica con discapacidad. El devottee puede ser el amante ideal para cualquier mujer con discapacidad, ya que buscan complacernos (pero también les provocamos placer, excitación, admiración). Debo confesar que un tiempo si fue traumática esta situación, pues me sentía algo incómoda al responder preguntas sobre mi movilidad, uso de pañal o incluso que me comentaran que mis fotos en mi silla de ruedas les excitaba.

Lo que me causaba inquietud, era que a ellos les atraía aquello que no me gustaba de mí; mi cuerpo amorfo, mi torpe movilidad… ¿Cómo era posible que mis imperfecciones pudieran ser motivo de sus fantasías sexuales? Me costaba comprender que alguien pudiera “prenderle”, lo que no me gustaba mostrar de mí o no había aceptado (mejor dicho, reconocido) de mi cuerpo discapacitado.

Sin embargo, llegué a un punto de mi vida en el que en lugar de enojarme o molestarme cuando un tipo con estos “gustos exóticos”. Ahora lo veo desde otra perspectiva, creo que hasta cierto punto este tipo de experiencias de una u otra manera contribuyeron en mi proceso de adaptación al entorno y reconocerme como mujer sujeto de deseo.

Después, yo misma decidía con quienes joder y quiénes no. Primero jodí virtualmente y más tarde tomé la iniciativa de saber qué sucedía de forma presencial. He notado similitudes y diferencias en la manera de relacionarse de forma virtual y en vivo y a todo color.

Lo que me gusta de lo presencial es el contacto físico cuerpo a cuerpo, aunque emocionalmente he sentido más conexión con las relaciones virtuales (incluso, en la intimidad, es más creativo hacerlo de forma cibernética) pues no necesitas estar junto a una persona para poder sentirla y disfrutar un buen momento juntos, dejando volar la imaginación…

Pienso que el COVID-19 nos hizo descubrir justo eso, que más allá de los cuerpos, lo que más debería importar es la conexión (no me refiero a la web precisamente) que existe al relacionarnos con otros seres humanos y las maneras en las que nos comunicamos.

Dedico este texto a mi tribu “tullida”.

Fuente: Hysteria

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