El objetivo es “formar a jóvenes locales de 14 a 24 años en procesos musicales, darles una experiencia orquestal e integrarlos al Cartagena Festival de Música.
Por: Itzel Zúñiga en Cartagena de Indias
En un salón de la Universidad de Cartagena suena el “Danzón No. 2”, de Arturo Márquez. El sonido emana de una veintena de adolescentes y jóvenes de la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica de Cartagena (OSC), un proyecto de transformación social a través de la música.
Afuera tres ex compañeros esperan que finalice el ensayo para saludar. Ahora estudian becados una formación dual -de música y otra profesión de su elección- en la Northwestern State University, en Luisiana.
Uno de ellos, Jesús Calderón (19 años, chelo) asegura: “la orquesta me ayudó a progresar, me abrió puertas”. Primero para derribar el mito familiar de que “el músico no tiene futuro”, luego para estudiar negocios de la música e ingeniería en sistemas, en Estados Unidos.
De otro modo habría sido un hecho económicamente imposible, coincide Valentina Restrepo (19, oboe), quien destaca que la OSC ha sido un vehículo de valoración y conocimiento artístico para la comunidad que ha empezado desde casa.
El proyecto surgió en 2016 por iniciativa de la Fundación Salvi, brazo filantrópico de la empresa internacional Salvi & Harps, fabricantes y restauradores de arpas. También fundadora del Cartagena Festival de Música.
Su objetivo es “formar a jóvenes locales de 14 a 24 años en procesos musicales, darles una experiencia orquestal e integrarlos al festival”, realizado en enero y donde se presentan cada año, dice María Gabriela Fals, coordinadora de la OSC.
El ensamble se nutre anualmente de una convocatoria abierta para estudiantes cartageneros con bases musicales “de más de 30 diferentes barrios, los más feos o los más lindos”, explica Santiago Roira (19, chelo).
Esa es la intención, explica su creadora Julia Salvi: “de otra manera (ellos y ellas) nunca se hubieran encontrado. Creo que la integración de una ciudad se hace a través de conocerse como ciudadanos”.
BAJO LA BATUTA DE UNA MUJER
El pasado 13 de enero la orquesta clausuró el XVIII Cartagena Festival de Música con un recital en el auditorio Getsemaní. Sus 42 integrantes -20 hombres y 22 mujeres- compartieron escenario con la soprano Julieth Lozano y el barítono Maurizio Leoni.
Interpretaron obras de Gustav Holst, Gioachino Rossini, Howard Shore, Wolfgang Amadeus Mozart y otros compositores europeos o norteamericanos, pero también de los colombianos Lucho Bermúdez y Alex Tobar.
“Buscamos que siempre haya repertorio nacional porque es importante que ellos no se olviden de sus raíces y de dónde son”, dice su directora titular, Paola Ávila, quien destaca el gusto de los estudiantes por “Huapango”, de José Pablo Moncayo, y “Danzón No. 2”, incluido en la clausura.
El resto del año cumplen un programa de conciertos gratuitos, residencias y clases magistrales e instrumentales con maestros renombrados de Colombia u otros países.
El apoyo -proveniente del Ministerio de Cultura, el Instituto de Patrimonio y Cultura, y la Alcaldía de Cartagena- también se traduce en ayuda para transporte, alimentación, instrumentos e insumos.
“Les damos herramientas que les ayuden a crecer, un sentido de liderazgo dentro de su sociedad, una ciudad convulsionada y en algunos casos violenta”, dice Julia Salvi.
Deiver Álvarez (17, contrabajo), habitante del barrio El Pozo, uno de los más pobres y germen de pandilleros, lo constata: el arte les “está cambiando el chip para pensar en otros valores, que no se droguen, no roben, que se puede prosperar”.
HERENCIA DEL SISTEMA VENEZOLANO
Como en otros puntos de Latinoamérica, la semilla del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela es palpable en la OSC. No solo por transformar vidas desde la música: dos de sus integrantes son “hijos” del famoso programa de José Antonio Abreu.
Hace cinco años, María Victoria Silva (20, violín) formaba parte de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Carabobo. “Por la situación” ella y su familia escaparon a Cartagena, a vivir con parientes, luego de que los esbirros del régimen de Nicolás Maduro “nos intentaron quemar la casa porque mi abuelo era opositor”.
En Venezuela ingresó al sistema a los tres años. Estudió xilófono, flauta dulce y canto coral; a los siete comenzó con el violín. En 2022 se incorporó a la Sinfónica de Cartagena, donde desde hace un año es concertina.
“Me siento contenta aquí. La metodología es distinta; allá era muy rigurosa, abrumadora, como una escuela militar con mucha presión, pero me dio las bases”.
Para ella y otros la orquesta es una plataforma para alcanzar sus metas. “Me gusta tocar, pero quiero hacer otras cosas. Graduarme como maestra de música, explorar la orquestación de cine”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario