Por: Jordi Baltà Portolés. Trànsit Projectes
¿Qué peso tienen los aspectos lingüísticos para fomentar una cooperación cultural internacional más equitativa? Esta fue la cuestión de fondo en el encuentro presencial y virtual que la agencia pública neerlandesa DutchCulture organizó. El debate forma parte de una serie de seminarios sobre la premisa de una “cooperación cultural justa” que esta organización ha impulsado desde 2018, y que en ediciones anteriores ha abordado temas como la financiación de la cooperación cultural desde criterios de justicia y la relación entre el cambio climático y la promoción de una cooperación cultural más justa […]
Estas reflexiones en torno a los criterios de justicia, equidad y ética son similares a las que en los últimos años han aparecido en otros entornos: en una publicación impulsada por IETM, On The Move y la misma DutchCulture en 2018, el dramaturgo y activista surafricano Mike van Graan recordaba que los intercambios culturales no operan en un vacío ni son inherentemente equitativos, sino que se ven afectados por las desigualdades internacionales en términos de recursos, capacidades, infraestructuras, condiciones de trabajo y posibilidades de viajar al extranjero, entre muchas otras. Por otra parte, la Convención de UNESCO sobre la Diversidad de las Expresiones Culturales también busca fomentar un mayor equilibrio en los intercambios globales de bienes y servicios culturales, y de este marco han surgido iniciativas para trasladar a los intercambios culturales los principios del comercio justo.
Dentro de estas reflexiones, abordar la dimensión lingüística de la cooperación cultural internacional y de qué forma puede contribuir o dificultar relaciones equitativas, parece un paso necesario para superar el riesgo de ver en la lengua y la comunicación un espacio neutral y equilibrado. A menudo los debates sobre políticas culturales y cooperación cultural, especialmente en los países con menor diversidad lingüística o que han preferido ignorarla, han dedicado poca atención a la lengua, un hecho que convendría corregir. Iniciativas como el debate que planteaba DutchCulture ofrecen una buena oportunidad para establecer un diálogo entre profesionales y organizaciones de distintas disciplinas y ámbitos.
De forma breve, y a partir de nuestras aportaciones al debate y otras reflexiones surgidas durante el diálogo, nos gustaría apuntar algunas cuestiones que nos parecen especialmente significativas:
Las relaciones culturales internacionales tienden a utilizar lenguas mayoritarias, con el inglés en primer lugar, un hecho en parte natural pero que sirve para reforzar hegemonías y que convendría evitar asumir de forma acrítica. Si la cooperación cultural se basa, según afirmaba la Declaración de Principios aprobada por UNESCO hace más de medio siglo, en la idea de que toda cultura tiene una dignidad y un valor que deben ser respetados y protegidos, los intercambios culturales deberían reconocer que las lenguas, y la forma como a través de ellas damos sentido y significado al mundo, constituyen una parte sustancial de este valor de la cultura. En este sentido, las instituciones que fomentan y facilitan los intercambios internacionales, como las agencias de desarrollo y cooperación, deberían prestar atención a la diversidad lingüística y apoyarla, por ejemplo aceptando recibir solicitudes de financiación en varias lenguas.
Como pasa en otros ámbitos, el dominio de cierto lenguaje técnico y de las “palabras clave” adecuadas en un contexto específico puede abrir puertas: lo vemos, por ejemplo, en la presentación de solicitudes de financiación, donde utilizar los conceptos de moda o definir un proyecto según unos estándares predeterminados permite a algunas organizaciones y personas obtener más recursos, e impide hacerlo a otras. De aquí se desprenden varias reflexiones. ¿De qué forma el uso instrumental del lenguaje para convencer al otro afecta a la autenticidad de los procesos de creación y producción cultural? ¿Es inevitable que sea así? ¿Cómo se puede trabajar para evitar que quien no domine la terminología clave se vea excluido sistemáticamente de la financiación? Seguramente hay un trabajo necesario en la capacitación de potenciales beneficiarios, por un lado, y en la flexibilización e inclusividad de los criterios y de quienes los establecen y los evalúan, por el otro.
La sensibilidad para con unos intercambios culturales justos y equitativos debería conllevar también ser conscientes de la carga que pueden tener determinadas palabras en otros contextos. En toda comunicación intercultural, los malentendidos y lapsus son en parte inevitables, pero es bueno mantener un estado de alerta y trabajar para evitarlos. Avanzar en este sentido seguramente requiere un diálogo tanto entre personas de origen diverso como entre distintas disciplinas. Iniciativas como la publicación Words Matter, una colección crítica sobre palabras sensibles en el discurso museístico (el “descubrimiento” de América, los “esquimales” o los “bereberes”, etc.) publicado por el Museo Nacional de Culturas del Mundo (Países Bajos) hace un par de años, nos parecen interesantes en este sentido.
En algunas disciplinas de la cultura, como la literatura o el teatro, los aspectos lingüísticos son centrales, y es necesario tenerlo en cuenta también a la hora de articular formas de cooperación cultural internacional. En estos casos, atender la diversidad y las desigualdades, y la situación de las lenguas minoritarias o menos extendidas, es especialmente importante. De la misma forma como el programa Europa Creativa de la UE ha apoyado históricamente a las traducciones de las lenguas minoritarias hacia las más extendidas, es preciso incorporar una reflexión sobre las traducciones (y los subtítulos, en el caso del teatro o el audiovisual) y priorizar a las lenguas con menos recursos con el fin de fomentar relaciones internacionales más equitativas. Un aspecto relacionado con ello, y que también es importante, afecta a las lenguas de signos, que también hay que considerar en el fomento de intercambios internacionales (si la cuestión os interesa, podéis consultar este informe).
También hay que ser conscientes de la forma como las tecnologías, en su incorporación de las lenguas, pueden favorecer o no formas equitativas de cooperación cultural. Por un lado, existen nuevos mecanismos para facilitar la traducción automática y la comprensión de otras lenguas. Por el otro, la tecnología reproduce desequilibrios y hegemonías, también aquellos de orden lingüístico, y por lo tanto hay que seguir velando para generar igualdad de oportunidades para todos en el acceso y el uso de las tecnologías, incorporando el equilibrio lingüístico.
Finalmente, es necesario asumir que la cooperación cultural internacional conlleva complexidad y aborda temas y cuestiones profundas: formas múltiples, y a menudo opuestas, de mirar el mundo, cuestiones polémicas en materia histórica, política, social o económica, etc. A la vez que se buscan fórmulas que faciliten la comunicación en contextos multilingües, es importante equilibrar la accesibilidad del lenguaje con fórmulas que faciliten la transmisión de ideas complejas. Las expresiones artísticas pueden ser una buena herramienta para vehicularlas. Asimismo, la capacidad de disponer de tiempo para el diálogo y el conocimiento mutuo puede ser una buena forma de acercarse a las realidades desconocidas de los otros.
Una cooperación cultural ideal debería permitirnos comprender e interactuar con formas diversas de generar significados, un hecho que implica ser sensibles al otro, buscar generar espacios equitativos y adoptar una actitud de escucha activa. La reflexión crítica sobre la posición propia, la lengua y las palabras que utilizamos y una atención específica a quienes en procesos de cooperación internacional no utilizan su lengua propia también pueden ser aspectos clave a la hora de generar intercambios más equitativos y justos.
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