Por: Héctor González
A lo largo de su carrera, Nadine Gordimer (1923–2014) hizo del combate al racismo uno de sus caballos de batalla. Lo criticó a través de libros como La historia de mi hijo, Saqueo y El conquistador. La ganadora de los premios Booker en 1974 y del Nobel de Literatura en 1991, fue una de las visitas estelares de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2006. Por entonces editorial Bruguera había lanzado su novela Atrapa la vida. Fruto de aquel viaje es esta plática rescatada de un viejo casete de sesenta minutos e inédita hasta ahora.
Además de escritora, usted ha sido activista. ¿Le parecen tareas complementarias?
En primer lugar, soy escritora. Escribo desde los nueve años. Conforme crecí, descubrí las cosas extrañas que sucedían a mi alrededor. Estudié en un convento para niñas blancas y los sábados íbamos a cines exclusivos para blancos; los negros tampoco podían entrar a la biblioteca municipal. Todo eso me llamaba la atención. Recuerdo que mi madre me motivaba para que leyera y pronto tomé todo tipo de libros. Si hubiera sido negra me habría sido más difícil ser escritora porque la única capacitación para un escritor es leer y leer. Creo que ese tipo de experiencias me orilló al activismo al que se refiere. Por otro lado, no son actividades complementarias, al final ambas obedecen a cuestiones individuales.
Adquirió esa sensibilidad para saber que la segregación era condenable.
No sé, pero empecé a preguntarme por qué podía usar la biblioteca o ir al cine. Mi madre tuvo lo que podría llamarse una conciencia social. Pertenecía a un grupo de mujeres blancas que organizaron una cruzada para construir una escuela en el barrio negro. No fue una activista, no se inscribió al Partido Comunista pero estaba a disgusto con la situación de los negros. Por supuesto, teníamos un sirviente negro, a quien se le trataba de manera decente. Así fue como adquirí conciencia. Cuando tenía quince años los negros no podían tomar las bebidas locales; fabricaban las suyas con maíz. Había redadas. En una ocasión salimos al patio y vimos que la policía revisaba las pertenencias de nuestra sirvienta. Mis papás se quedaron parados y no cuestionaron a la autoridad. De este suceso nació una de mis primeras historias de aventuras. Me llamó la atención cómo los blancos se habían quedado de pie mientras las pertenencias de esta mujer iban a dar al suelo.
¿Qué lecturas acompañaron esta toma de conciencia?
Eran títulos de autores americanos o ingleses. Había un famoso escritor norteamericano: Upton Sinclair. Era socialista y escribió La jungla, una novela que reflejaba el trato que recibían los trabajadores, negros y blancos. Contaba que eran una especie de esclavos y me di cuenta que en Sudáfrica pasaba algo muy similar. En mi país, los mineros vivían en campamentos y dormían en tablones. Los negros no podían entrar a determinadas tiendas de ropa. Me parecía terrible que yo pudiera escoger entre varios vestidos y una joven negra no pudiera hacerlo. Otro libro determinante fue El capital de Marx.
¿El escritor debe evitar supeditar la historia que quiere contar a su postura política?
No estoy de acuerdo. No es una cuestión de deber. Si vives en una situación de opresión el contexto presiona para escribir sobre tu entorno. En mi caso, me parecía normal escribir sobre racismo porque así era el clima en que vivía. Si vives en un lugar donde hay nieve, seguramente tus libros tendrán climas fríos. Tus escenas de vida provienen del lugar en el que vives.
Por lo que me cuenta, entiendo que su literatura nace de la insatisfacción. ¿Cómo ha cambiado este sentimiento con el tiempo?
Crecí. Mi gran interés por los problemas sociales aumentó cuando empecé a publicar. Pese a que en Johannesburgo estaba prohibido por ley desafiar al gobierno, un grupo de amigos, periodistas, actores y escritores, encontramos mecanismos ilegales para difundir nuestras ideas. Nos reuníamos en nuestras casas; teníamos elevadores y escaleras pero también teníamos otras por las que dejábamos que jóvenes negros entraran a nuestras fiestas. Aprendimos a vivir con eso. Ahí conocí a una persona que hoy todavía es mi amigo: fundó una revista clandestina en la que podía publicar gente de cualquier color. Después las cosas se pusieron más difíciles, con más restricciones. Tal vez ese fue mi periodo más politizado. Mi primera novela, Mundo de extraños, estuvo prohibida. Lo mismo sucedió con las dos siguientes. Por fortuna, estaban escritas en inglés y pudieron publicarse en otros países.
¿Qué sensación le producía saber que estaba vetada en su país?
Escribes para quien te quiera leer, no importa dónde esté. No es mi culpa si el gobierno me prohíbe. Lo mismo sucedió con los rusos. Por suerte, con el tiempo todos mis libros se leyeron. Algunos escritores terminaron en la cárcel, otros escribían con seudónimo. En ese entonces me divorcié y éramos muy pobres, así que el hecho de publicar en otros países me ayudaba porque con lo que me pagaban podía vivir un año. Luego me volví a casar, y como mi segundo esposo compartía mi forma de pensar, llegamos a esconder gente en nuestra casa. Por fortuna, las cosas cambiaron y desapareció la censura. Cuando miro hacia atrás, no puedo creer el progreso sucedido en Sudáfrica. Ahora los ministros de gabinete negros tienen esposas blancas; a las universidades van negros y blancos. Todavía tenemos incidentes desagradables pero esto se debe a que aún tenemos gente que vivió los años de racismo. Esta es la última generación con este tipo de problemas.
Coetzee ha escrito sobre ello, incluso lo ha llevado a otro punto: hablar del sentimiento de revancha generado entre los negros.
Como sabe, él se fue de Sudáfrica. Vive en Australia y se hizo ciudadano australiano, así que usted puede sacar sus propias conclusiones. Es un magnífico escritor, pero no conoció el país de ahora, con una mayoría negra.
¿Después de ganar premios, entre ellos el Nobel, y de su labor como activista, qué me dice del éxito?
Conocer el éxito como escritor está bien, pero existen otras responsabilidades como ser humano. Puedes tener éxito en tu profesión pero tener problemas con tu familia o tus hijos. En mi caso, me casé con un hombre maravilloso, que me dio libertad para escribir. Es como tener dos vidas: la responsabilidad familiar y cívica; y la responsabilidad profesional o laboral. El Premio Nobel está bien, desde luego el dinero ayuda, pero hay otras cosas.
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