Por: Emiliano Balerini Casal
Nunca he tomado una imagen con un teléfono”, dice la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (México, 1942), al ser entrevistada por MILENIO antes de que el Instituto Nacional de Bellas Artes le brinde reconocimiento por sus 45 años de trayectoria, en ceremonia que se realizará el jueves 31 de julio, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes a las 19:00 horas.
“La fotografía es democrática. Siempre ha habido fotógrafos en las casas, álbumes de familia, fotos colgadas en la pared. Ahora la digitalización ha hecho que la mayoría de la gente tome fotografías con su celular. Todo es válido mientras el resultado sea bueno. Yo sigo con la fotografía análoga porque me gusta ese ritual”, explica quien fuera asistente de Manuel Álvarez Bravo entre 1970 y 1971.
Actualmente se vive entre muchas imágenes, buenas fotos, que incluso llevan a esta artista a pensar en el miedo que le da ser fotógrafa, pues suele decirse: “Cuando los jóvenes me presentan trabajos muy buenos generalmente me deprimo y me pregunto: ¿por qué soy fotógrafa? Tanta imagen me aturde un poco”.
De ahí a que esta forma de capturar imágenes con los celulares se convierta en una expresión artística hay un gran paso: “Depende de la persona que esté detrás del celular y la cámara. No creo que esa gente quiera convertirse en artista; habrá quien sí lo haga, todo puede ser arte, eso depende de los críticos”, argumenta quien alguna vez hiciera una película sobre José Luis Cuevas.
La plática con la artista se realiza en su casa. Es un lugar lleno de libros y dibujos de sus nietos, así como imágenes que retratan la trayectoria de esta mujer en distintos países de América, Europa y Asia. Iturbide selecciona imágenes que tomó en Panamá durante la época del general Omar Torrijos; la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano la ha invitado a presentarlas próximamente. Esas fotografías no han sido presentadas en México, y ahora comparte con MILENIO algunas de ellas.
Usted suele decir que la cámara es un pretexto para conocer el mundo y a uno mismo.
Siempre hago las fotos en complicidad con la gente. Lo que es muy bonito es como las personas te cuentan historias, te llevan a festividades. Cuando estoy con la cámara me fijo más en lo que veo. Ahora tomo más objetos y paisajes, pero lo que aprendí en 1979 con los seris, en Sonora, y con las mujeres de Juchitán, en Oaxaca es inolvidable, porque, además, son pueblos opuestos entre sí.
En una entrevista que le hizo Cristina Pacheco usted dijo que la fotografía es su terapia. ¿A qué se refiere?
Para mí el trabajo es terapia. Si estuviera sin hacer nada me muero. Me encanta estar con la cámara. Uno de mis primeros trabajos fue fotografiar al general Omar Torrijos. De él aprendí su sensibilidad. Lo conocí cuando estaba negociando el traspaso del Canal de Panamá; estuve también con él en Washington. Les aprendí a él, a sus ministros y a su pueblo; aprendí de las culturas indígenas de Panamá: los guaymíes, los cunas, los chocoes; aprendí del trato que Torrijos tenía con los campesinos.
¿Cómo era Omar Torrijos?
Era un hombre inteligente, sin mucha cultura, pero que quería ser culto. Era una persona un poco ingenua. Graham Greene escribió el libro El general sobre Torrijos. Cuando vi a Greene en Francia me comentó que Torrijos era el único hombre del que se había enamorado.
Supongo que enamorado del alma, porque era una persona genuina, decía lo que pensaba, se escapaba de la guardia y se iba a otra casa
para que no supieran donde estaba. Estuve en sus casas: en Farallón, en la casa con su esposa Raquel y sus hijos, así como en otra más. Tuve la fortuna de estar muy cerca de su familia, de él y de Chuchu, uno de sus asistentes.
“Tuve la oportunidad de conocer a la derecha y a la izquierda panameña. A Torrijos lo apoyó Rory González, una gente de dinero, que ayudó a tirar a un presidente, para poner a Omar. Torrijos estaba comprometido con la derecha y con la izquierda, pero él me solía decir que no tenía confianza en nadie. La historia de Panamá fue muy interesante. Mis fotos no son muy buenas, pero que Gabriel García Márquez me haya regalado un texto para hacer un libro sobre esa experiencia fue increíble”.
¿Le tocó convivir con Torrijos cuando estaba negociando con Estados Unidos el traspaso del Canal de Panamá?
Sí. Cuando yo estaba en París, él pasó de visita con su equipo, y como a mí me interesaba fotografiarlo me acerqué a su comitiva. En ese momento le llamó el presidente estadunidense James Carter preguntándole si se podían ver. Nosotros tomamos el Concorde para llegar a la Casa Blanca rápidamente, pero ahí Omar me dijo: “Graciela, como tú eres medio hippie necesito que vayas con mi secretaria a comprarme un suéter, para presentarme con Carter de manera sencilla”. Fuimos a Londres y le compré el suéter de casimir más hermoso que he visto en mi vida, y si bien no se lo puso para ir a la Casa Blanca, sí lo usó en el aeropuerto.
¿Cómo surgió la posibilidad de viajar a Panamá?
El Partido Comunista Mexicano (PCM) me invitó a una reunión por la paz. Ahí conocí al ministro Carlos Calzadilla, quien me dijo si quería ir a Panamá a fotografiar el país centroamericano, para hacer un libro. Estando allá, Calzadilla me comentó que Torrijos iba a ir con los guaymíes y que si a mí me gustaría acompañarlos. Yo le respondí que sí; en el lugar, el general me preguntó de qué canal de televisión era, pero cuando le respondí que venía de México, me invitó a ir a Farallón con toda su gente y me empezó a contar sus historias.
Trayectoria artística
En el libro “Graciela Iturbide”, el crítico de arte Cuauhtémoc Medina dice que su trabajo ha sido calificado equivocadamente como realismo mágico, porque usted utiliza la cámara como un instrumento catártico… ¿Podría hablarnos de la relación que tiene con la cámara?
Para mí la cámara es el pretexto para conocer. Cuando he expuesto en Francia, siempre me califican como artista que hace realismo mágico. Pero esa es una palabra que inventaron los franceses para hacer el boom latinoamericano y decir que hay una mirada similar en todas las actividades artísticas. Hace poco, en el festival de Artes les dije que esto no era cierto, que si hay muchas diferencias entre Juchitán y Sonora, como no las va a haber entre Costa Rica y Argentina o Paraguay y El Salvador. Los franceses inventaron esta idea para su provecho, porque si se analiza en la actualidad a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Juan Rulfo se darán cuenta de que no tienen nada que ver.
La directora del Jeu de Paume de París, Marta Gili, escribió que en sus imágenes abunda el tiempo, y que fue Manuel Álvarez Bravo el que le heredó la poética de la paciencia. ¿Es así?
Sí. A Marta Gili la conozco bien; cuando conocí a Álvarez Bravo y empecé a trabajar con él, siempre me decía: “Graciela, hay tiempo, no se apresure a exponer”. Incluso en su laboratorio había un papel que decía: “Hay tiempo, hay tiempo”. Cuando yo llevaba a los fotógrafos de la Agencia Magnum que lo querían visitar y veían un perro y lo fotografiaban, Manuel me preguntaba: “Graciela ¿por qué fotografían tanta porquería?”. Él solo tomaba dos negativos. No sé si heredé esa tranquilidad o no. Yo estoy estresada porque tengo mucho trabajo. Pero valoraría tener el tiempo que Manuel se tomaba para fotografiar sábados y domingos. En la editorial del Salón de la Plástica Mexicana trabajaba por la mañana reproduciendo lienzos del Dr. Atl y de otros artistas, y por la tarde se ponía a escuchar a Johann Sebastian Bach —que a él le encantaba— y a otros. Era prudente y respetuoso. Jamás hacía más de cuatro fotos.
¿Esa tranquilidad de la que habla se contrapone con la velocidad de la tecnología?
Totalmente. Actualmente, en el momento en que toman una foto la suben inmediatamente a las redes sociales. A Álvarez Bravo sí le gustaban las cámaras modernas, pero nunca llegó a lo digital. Me hubiera gustado saber qué hubiera hecho él al respecto. No hubiera tomado tantas fotos, pero creo que le hubiera gustado tener una cámara moderna. Le gustaban todas las cosas nuevas que salían. Me encanta el tiempo de él.
¿Las mayores enseñanzas que él le dejó fueron la tranquilidad y la paciencia?
Para mí Álvarez Bravo no fue un profesor, sino un maestro en la vida más que en la fotografía. Me enseñó más con su parte poética, con sus reflexiones, con su colección de arte popular, con lo que leía. Nunca me dijo si mis fotos eran buenas o malas. Él me cambió la vida.
2014
Será reconocida por el INBA por sus 45 años de trayectoria
2013
Premio Trayectoria Artística. Festival of Photography, Dhaka.
2010
Premio PhotoEspaña
2008
Premio de la Fundación Hasselblad. Gotemburgo, Suecia.
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