lunes, 3 de marzo de 2014

De chamán a coreógrafo maya en Nueva York


Por: Fey Berman/Milenio
 
Javier Dzul, es uno de los muy contados coreógrafos de danza contemporánea que es maya. Durante enero y febrero, su compañía, Danza Dzul, representó México Maya en Nueva York. La obra teje la belleza de la danza con el atletismo de la acrobacia creando sorprendentes imágenes llenas de magia y poesía.
 
Para entender el trabajo de Dzul y en particular México Maya, su obra más autobiográfica, vale la pena recalcar algunos datos de su historia. Javier, cuyo nombre verdadero es Wayol Kikin Bi Kukul Balan Dzul Chiquini que significa, Hijo de la luna-jaguar-serpiente emplumada, es originario de Edzná, un pueblo selvático en Campeche. Al platicar con el coreógrafo, reveló que creció en la jungla aprendiendo la lengua y los rituales mayas. Relató que sus padres, que son chamanes, lo entrenaron como nahual: enseñándole a imitar el movimiento de diferentes animales para transformarse en ellos y así comunicarse con los dioses y con la naturaleza.
 
Aunque Dzul debía haberse vuelto chamán, terminó como coreógrafo en La Gran Manzana. Javier explicó que sus padres, decepcionados por la discriminación a los indígenas en México y por la despoblación de Edzná, que se rehabilitaba como zona arqueológica, le buscaron otro destino. Cuando era chiquillo, el Director del Museo de Antropología de Veracruz, cuyo nombre no recuerda, iba frecuentemente a su pueblo, y en una de sus visitas lo vio participar en un ritual maya; asombrado por sus dotes motrices, les recomendó a sus padres que lo mandaran a estudiar danza escénica.
 
A los 16 años, Javier se fue de La ciudad de los Itzaes a Xalapa para estudiar la carrera de bailarín en la Universidad de Veracruz. Gracias a su talento y a su formación se integró a los Ballet Folclórico de México y al Ballet Nacional. Obtuvo becas para estudiar en el Ballet Nacional de Cuba y después en la Escuela de Martha Graham en Nueva York. Más tarde, bailó en varias compañías de la Capital Cultural del Mundo. Entre ellas: la de Martha Graham y la de Alvin Ailey. Y a partir de 1999 empezó a crear su propia coreografía. En pocas palabras, Dzul se había vuelto un artista contemporáneo dentro de la tradición occidental.
 
Pero dejó de satisfacerle. En una entrevista de hace tres años en Banff, Canadá, el coreógrafo relató que al madurar y adentrarse en su propio trabajo, quiso bailar algo más íntimo, algo que tuviera que ver con quién era él. Sintió que sus raíces lo llamaban. Si bien había concluido que no debía interpretar danzas rituales frente a un público que no conocía su significado, deseaba que las leyendas y los mitos mayas que había heredado se dieran a conocer. Por eso, creó su propia compañía.

La mitología maya

Dzul recordó que en la mitología maya, además de este mundo en el que nos encontramos, hay mundos arriba y hay mundos abajo, y quiso representarlos. El cuerpo en el suelo podía simbolizar al ser del inframundo. El cuerpo erguido podía representar al ser del mundo terrestre. Pero se preguntó a sí mismo: ¿cómo evocar un plano celestial? Sentía que el piso lo paraba, que al saltar podía obtener altura pero necesitaba ir más arriba. Para lograrlo, integró a su coreografía la acrobacia aérea utilizando trapecios, argollas y tela acrobática. El día de hoy, sus obras combinan la danza contemporánea, el ballet, la acrobacia aérea y el contorsionismo.
 
El coreógrafo me narró cómo su transición de la selva a Nueva York fue abrumadora. Indicó que no es fácil ser indígena, no hablar español ni inglés; no entender la cultura mexicana, ni tampoco la estadounidense. Pero se propuso abrirse a otros mundos, tratar de comprenderlos y hacerlos parte de sí mismo. Esta reflexión le dio forma a México Maya.
 
Antes, las obras de Dzul habían lidiado con temas mayas, mexicanos e hispanos refiriéndose a cada uno de estos universos individualmente. Pero en México Maya, su obra más ambiciosa, juntó estos universos representando momentos catárticos de su vida en cada uno de ellos. Javier puntualizó que esta coreografía ilustra su viaje a través de tres culturas, la indígena, la mexicana y la estadounidense y cómo este viaje ha moldeado la visión de su compañía.
 
México Maya es una danza-drama dividida en tres partes. La primera parte, recrea una de las versiones de la Creación del Popol Vuh. Incluye un solo de ballet que representa un ave sagrada; un solo acrobático que representa una princesa; un dueto con contorsionismo que representa la conexión entre dioses y humanos; y danzas grupales que se caracterizan por movimientos rudos, intensos y angulares además de poses inspiradas en jeroglíficos mayas. Los sonidos de la selva mezclados con música épica acentúan la cualidad dramática de la narración maya. En ella, unos gemelos son convocados al inframundo y retados a un juego de pelota por los dioses de Xibalbá. Los gemelos son derrotados en el partido y los dioses los sacrifican. De la sangre de los perdedores nace un árbol prohibido. Al comer de su fruto, una princesa se embaraza reencarnando a los gemelos. De estos, eventualmente surgirá la humanidad.

Como animal acechando a su presa

Corte. "México, otro mundo". El grupo interpreta una cumbia. Silencio. Varios cuerpos inmóviles forman una calaca, un emblema típico del folclor mexicano. De la boca de la calaca, sale el personaje protagónico interpretado por Dzul. Queda solo bajo un cenital. Al ritmo de una batucada, se mueve lentamente en cuatro patas como un animal acechando a su presa para finalmente, erguirse. Los movimientos pulsantes y aislados de su pelvis, de sus hombros y de sus muñecas y las ondulaciones de su columna vertebral manifiestan metamorfosis. La imagen y la escena aluden a la idea maya de constante renovación: la muerte antecede a la vida. El hombre, como los astros y la tierra, se renueva continuamente.
 
La segunda y la tercera parte de la obra consisten de viñetas. Algunas hacen alusión a tener una pareja y una familia. Otras se refieren a ser emigrante: al choque cultural, al desarraigo, a la nostalgia del hogar perdido y a la adaptación a nuevos ambientes. Y otras más, lidian con las vivencias de ser artista: enfrentarse al riesgo, inspirarse y crear. Lo que parece unir a estas escenas es la cosmovisión integral de los mayas en la que todo tiene una razón de existir y el propósito del individuo es vivir en armonía con todo lo que lo rodea.
 
Duetos y tríos sensuales interpretados por el personaje y distintas bailarinas al ritmo de boleros evocan el éxtasis del amor y el dolor del desamor. Tras estos bailes íntimos y líricos, el grupo interpreta una danza moderna llena de fuerza, tensión y movimientos desarticulados y angulares. Entonces, Dzul aparece nuevamente solo, jorobado, sentado en una silla como si la contraposición entre la vida íntima y la vida profesional lo agobiaran. Se levanta moviéndose como un anciano exhausto, vencido por la vida.
 
La atención vira a tres chicas en vestidos de lentejuelas cortísimos que interpretan un mambo provocativo con sus característicos pasitos cortos y giros sensuales de cabeza, caderas y hombros. El hombre, atraído por la sensualidad femenina, se revitaliza e interpreta un dueto ardiente con una de las bailarinas. A esta escena cómica y cachonda le sigue un dueto poético titulado "Inspiración" en el que Dzul y una bailarina de ballet representan al artista y a su musa. Él se mueve reflejando los movimientos de ella hasta que al fin, la toca y bailan juntos volviéndose un solo ser. Esta serie de escenas discordes parece indicar que para el coreógrafo la creatividad artística emerge del dominio del oficio dancístico y de la reflexión sobre lo vivido.

Nostalgia por el hogar perdido

A continuación, se presenta una escena nostálgica que evoca el dolor del hogar perdido, de la separación de los queridos, del desarraigo. Al son de "Cada día pienso en ti" y de "Volver, volver" y un texto grabado que habla de una hija que no ha visto a su padre en años, el personaje y otra bailarina interpretan un dueto añorante. Al mismo tiempo, como una memoria de un amor perdido, otra bailarina suspendida de un marco de madera colgado de cadenas del techo interpreta movimientos fluidos.
 
Entonces, Dzul aparece nuevamente solo. Suspendido de una tela que cuelga del techo, da giros repentinos de 360 grados cayendo a unos centímetros del suelo al ritmo de un rap que se refiere a vivir en el presente y no atorarse en fallas pasadas. Se enrolla nuevamente en la tela y vuelve a caer, una y otra vez. Finalmente, baja de la tela y en silencio, avanza hacia el público con los brazos abiertos claramente satisfecho. Las hazañas que desafían la gravedad, la gimnasia peligrosa saturada de poses dramáticas y la caminata triunfal muestran una transformación que parece ser una reconciliación con lo vivido, una catarsis.
 
Para cerrar, al ritmo de "Black Magic Woman" de Santana, el grupo interpreta una danza que incorpora movimientos de las escenas anteriores evocando lo maya, lo mexicano y lo global. El carácter ecléctico de la compañía hace relucir la identidad de Javier Dzul moldeada por la doble inmigración y la ideología maya.
 
Aunque por momentos la secuencia de escenas confunde, el manejo de varios planos, los tableaux vivants simbólicos, los emparejamientos inspirados y los solos hipnóticos que claramente representan transformación hacen a México Maya un gran espectáculo. Además, la obra hace relucir la vigencia actual de los conceptos holísticos mayas que enfatizan el respeto a lo que nos rodea y la renovación continua en busca de la armonía.

Realidad indígena

  • La población maya se encuentra sobre todo en México, en Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador.
  • En total, hay más de nueve millones de mayas.
  • Según otra estimación, 500 mil emigrantes mayas residen en Estados Unidos.
  • Durante 500 años, los mayas han sido marginados, explotados, discriminados y desterrados. Ojalá sea ya el tiempo en que gracias a sus artistas contemporáneos aprendamos a verlos como los mensajeros de una ideología sabia.

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