lunes, 7 de julio de 2014

Gonzalo Curiel, músico por naturaleza

 
 
Por: Rosario Manzanos
 
Para el padre de Gonzalo Curiel (10 de enero de 1904-4 de julio de 1958), los músicos no tenían una vida del todo correcta. A pesar de ello, el autor de la popular Vereda tropical se convirtió en un icono artístico de América Latina
 
En un documental realizado hace cerca de veinte años, un grupo de estudiantes de cine se propuso recorrer América Latina para preguntar en cada uno de los países que integran la región si conocían la canción Vereda tropical. Sin excepción, todos los encuestados la habían escuchado y hasta podían cantar su primera estrofa:
Voy por la vereda tropical, la noche plena de quietud con su perfume de humedad. En la brisa que viene del mar, se oye el rumor de una canción…
Lo curioso es que nadie conocía a su autor y, en la mayoría de los casos, se la atribuían a un compositor local de su país, incluso los argentinos, chilenos y bolivianos. Los que más se la disputaban, eran, por supuesto, los puertorriqueños, cubanos, venezolanos y mexicanos.
 
El bolero compuesto en 1937 y estrenado en 1938 en la película mexicana Hombres de mar, es, huelga decirlo, mexicano, fruto de la inspiración de Gonzalo Curiel, nacido en México en 1904 y fallecido el 4 de julio de 1958 (ayer hace 56 años) a causa de un infarto al miocardio.
 
Hombre bien parecido y elegante, Curiel encumbró sus canciones y su orquesta; en su tiempo fue considerado como el gran rival musical de Agustín Lara.
 
Músico a la fuerza
Mi papá tocaba el piano y el violín desde muy niño. Era su gran pasión, pero mi abuelo Juan N. Curiel, contador de profesión, no quería tener un hijo ‘artista’, porque para él los músicos se morían de hambre y llevaban una vida demasiado complicada”, dice a Excélsior Gonzalo Curiel, hijo del afamado músico.
Reacio a dedicarse a otra cosa que no fuese la música, Gonzalo obedeció las órdenes de su padre en silencio y con mucha resistencia, sin dejar de tocar  el piano y escuchando música todo el tiempo que podía.
Estudió hasta el cuarto año de la carrera de medicina hasta que un buen día se armó de valor y le dijo a su padre: “Papá, ya no puedo más, la música es lo mío y dejaré la escuela”.
La relación entre el padre e hijo se fracturó para siempre. Gonzalo viajó a la Ciudad de México y su padre rompió todo tipo de relación con él. Desaprobaba a tal grado la decisión de su hijo, que nunca le perdonó que abandonara “su” profesión. Para él los músicos no tenían una vida del todo correcta.
A pesar de que el joven demostró desde sus inicios tener un talento muy notorio para el piano y el violín, su padre consideraba que esa actividad era más bien de ornato y lo serio era ser médico. Así que “le cerró las puertas de su corazón y nunca más las volvió a abrir”.
Mi abuelo no logró jamás cambiar de opinión. Incluso muchos años después, cuando en alguna ocasión alguien se le acercó para decirle que admiraba mucho la música que su hijo componía y deseaba saber si alguna vez había pensado que había cometido un error, respondió con un cortante: ‘No, no me equivoqué. Yo no podía saber que Gonzalo Curiel llegaría a ser Gonzalo Curiel.”
No obstante, en alguna ocasión se intentó un acercamiento. Fuimos todos, mi papá, mi mamá mis dos hermanos y yo a casa del abuelo, pero fue una situación muy tensa. Algo se había roto entre ellos que nunca se volvió a unir”, dice con una expresión que no oculta un cierto pesar.
El error de don Juan N. Curiel no radicó sólo en la negativa de apoyar a su hijo, sino en el hecho de no reconocer que con una carrera vertiginosa —tenía 56 años al morir— dejó más de un centenar de canciones inolvidables como: Noche de luna, Temor, Son tus ojos verde mar, Caminos de ayer, En cada puerto un amor, Incertidumbre, Sorpresa y Traicionera, entre otras.
 
Además de lo anterior, cortó una fecunda carrera como compositor de bandas sonoras para el cine mexicano y obra de concierto que en muy pocas ocasiones se han escuchado y que se considera como joyas. A eso habría que agregarle que formó su propia orquesta con treinta músicos en la que él, además de hacer los arreglos, tocaba el piano y dirigía.
 
Pero Vereda tropical lo elevó e hizo traspasar las fronteras a partir de que el hermoso bolero apareció en la película Hombres de mar, que dirigió Chano Urueta. El filme contaba con música de Manuel Esperón y con la actuación de Esther Fernández, Domingo Soler y Arturo de Córdova.
Fue un hitazo inmediato de mi padre. Esther Fernández, intérprete principal, no cantaba del todo bien, así que mi papá decidió que la doblara Lupita Palomera. La carrera de Lupita también se fue para arriba.”
Prolífico, Curiel trabajó sin cesar haciendo desde bandas sonoras, arreglos y composiciones especiales para películas románticas y e incluso cómicas como Lo que le pasó a Sansón. Se ganó el Ariel en 1953 por la mejor banda sonora por la película Eugenia Grandet, basada en la novela de Honoré de Balzac. En ella participaron Marga López, Andrea Palma y Ramón Gay, entre otros actores.
Una finura increíble
Gonzalo Curiel era un músico excepcional—apunta Ignacio Toscano exdirector del INBA. Su impecable trayectoria muestra a un músico romántico que tocaba el piano con una finura increíble. Se daba el lujo de hacer diferentes arreglos para sus propias composiciones y las montaba con su orquesta.”
Por su parte, Arturo Márquez, compositor que ha llevado al danzón a las grandes salas de música de concierto del mundo, afirma que la música de Curiel es “de una belleza sobrecogedora y Vereda tropical ha sido un tema que los boricuas, cubanos y venezolanos han tratado de imponer como de su pertenencia. Parece no importar saber que es de él, porque es parte de un patrimonio musical fundamental”.
Existe un sinnúmero de historias alrededor de esa canción. Incluso Chavela Vargas afirmaba que ella sabía dónde estaba la famosa vereda tropical en la que mi padre se inspiró y que inmortalizaron todos los intérpretes posibles como ella misma, Pedro Infante, Emilio Tuero, Jorge Negrete, Javier Solís, Pedro Vargas, Eydie Gormé y Los Panchos, Fernando de la Mora, Plácido Domingo, Marco Antonio Muñiz y Presuntos Implicados, entre otros.
Un padre y amigo ejemplar
No soy la persona ideal para hablar de mi padre. Me da pudor que a veces la gente me pida autógrafos por lo que mi padre hizo. Es un peso enorme sobre toda la familia, pero al mismo tiempo puedo decirte que fue un ser increíble, excepcional.
Tal vez por la experiencia con mi abuelo nunca le oí pegar un grito. Mi mamá, que quedó viuda a los 29 años, dice que nunca le vio perder los estribos. Era extremadamente cariñoso, siempre de buen humor, con una mirada amable. Al mismo tiempo era carismático. Hablaba mucho con mis hermanos y conmigo, nos explicaba el valor de la vida y en muchas ocasiones componía y nos preguntaba de qué forma nos gustaba más una pieza.
Tenía un oído fabuloso y tal precisión para sus objetivos musicales, que fue el único compositor que logró hacer que la actriz Miroslava cantara en la película El puerto de los 7 vicios, dirigida por Eduardo Ugarte y con Ernesto Alonso como actor protagónico. Mi papá la tenía ensayando día y noche, y ella llamaba a la casa a las tres de la mañana angustiada para decirle a mi papá que se le había olvidado todo lo que había ensayado. Él sólo le decía: ‘Ay, Miros, no te preocupes, tú puedes cantar muy bien y lo harás’.”
Miroslava, ataviada muy a la Rita Hayworth en Gilda, canta en un tugurio de mala muerte: “¡Ay, calla tristeza, que no sabes que no ha de retornar!”, y la gente juraba que la singular voz era resultado de un doblaje, pero no.
Mi papá le enseñó a cantar contra viento y marea. Y ella lo hizo espléndidamente. Para él lo importante era no hacerle mal a nadie y tratar de hacerle más llevadera la vida a la gente. La música era lo suyo y no cesaba jamás de componer y escuchar. Creo que más allá de que siempre fue reconocido como el gran músico que fue, su finura y la belleza de sus notas su obra académica que son tres conciertos para piano y orquesta merecían ser parte del repertorio de muchas orquestas institucionales”, concluye.

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