viernes, 29 de julio de 2022

Apuntes breves sobre un hermano caminante, Arturo Garrido



Por: Javier Contreras

Muchas cosas admiro y aprecio de Arturo Garrido –su talento coreográfico, su pasión analítica, sus empeños políticos, su escritura poética-, pero, sobre todo, lo que me hace respetarlo hondamente es su conmovedora congruencia ética. En este sombrío período histórico en el que la globalización capitalista nos agrede de manera brutal con su modelo depredador, tanático, afincado en el despojo, y que en el terreno subjetivo busca acorralarnos en el cinismo o la desesperanza, Arturo se mantiene radicalmente leal a sus apuestas éticas. Es un ciudadano de izquierda, vale decir, alguien que no teme hacer explícito que sus muchos esfuerzos tienen la intención de construir desde ya maneras de socialidad y de afectividad alternativas a las propias del capital. Para él es verdad que “otro mundo es posible” y, en consecuencia, guía la diversidad de sus labores en la perspectiva de contribuir a edificarlo.

Artista latinoamericano –porque aunque nació en Ecuador, hace tiempo que es mexicano y hace tiempo también que piensa, actúa y crea de manera global de cara a las realidades compartidas y complejas de la Patria Grande-, Arturo me parece un buen discípulo –en el mejor sentido de la palabra- de César Vallejo y de José Carlos Mariátegui. Del primero, porque también arraiga su experimentación artística en una gran capacidad empática, en un saberse con los otros, en una suerte de ternura en lucha, no plañidera sino dignificante; del segundo, por su disposición a pensar nuestras circunstancias políticas, sociales y culturales adaptando y produciendo conceptos desde y para las características específicas latinoamericanas, que es nuestra manera particular de pertenecer a la categoría geopolítica sur en el sentido en el que la formula Boaventura de Sousa Santos: todos los mundos que tienen que ver con los saberes, los afectos, los deseos, las luchas, las resistencias de quienes son –somos- atribulados por el capitalismo y la colonización y por las múltiples formas de la opresión.




Desde este lugar sureño, y con base en su afán de congruencia, Arturo desarrolla una amplia labor de creación que comprende tanto la composición coreográfica como la organización de seminarios, tanto la participación en luchas políticas y sociales como la programación en su espacio independiente –la Guarida del coyote- de expresiones escénicas alternativas, tanto la escritura reflexiva como la como la poética, tanto el sostenimiento de una radio independiente como las tareas docentes, tanto la vida pública como la privada. Arturo es una expresión de eso que la investigadora Rebeca Mundo llama “poéticas ampliadas”, es decir, esa forma de asumir la creación artística como parte de la poiésis social libertaria global, como actividad total que se vive en la acción compartida, en la correspondencia y coincidencia de los pares. En este sentido, si bien Arturo respeta y cultiva la especificidad discursiva artística, no la piensa ni la ejerce como experiencia autónoma, desligada de la experiencia colectiva. Arturo y sus colaboradores artísticos –y especialmente su inteligente e independiente compañera Alejandra- se saben y se eligen en el mundo, en la vida, en la lucha. A lo dicho, hay que agregar que Arturo –por eso mi referencia a Mariátegui y a de Sousa Santos- ha asumido que existen varias temporalidades en las diversas historias sociales, varios recorridos, que no pueden encajonarse en el esquema simple de “modernidad vs posmodernidad” o de “atraso vs vanguardia”. En este sentido, Arturo no está preocupado por ser contemporáneo gracias a una “acertada” adhesión a un paradigma estético dominante, sino que más bien se ha esforzado en la búsqueda de una enunciación artística propia, autónoma, en el que dialoguen diversas temporalidades discursivas articuladas en obras y proyectos concretos. Esto le permite viajar de lo “moderno” a lo “conceptual”, de lo “individual” a lo “colectivo”, de lo “subjetivo” a lo “abstracto”, de lo “político” a lo “personal” de una manera libre, sin ninguna tributación a estéticas normativas o a las compartimentaciones habituales de la experiencia. Y me parece que, además, un rasgo definitorio de su enunciación coreográfica es el de que siempre se la ejerce desde la conciencia y el compromiso de ser un yo-tú y un yo-nosotros. A mi juicio, en un primer período de su producción coreográfica, este arraigo en los sujetos colectivos que somos y nos constituyen se expresaba en las “anécdotas” referenciales del mundo social representado (por ejemplo, las huelgas en Ecuador, la lucha revolucionaria en El Salvador, la agresión estatal a los jóvenes en México), mientras que en la actualidad este afincarse en la primera persona del plural (que incluye la subjetividad individual) se expresa más en el escrutinio de arquetipos del imaginario popular que portan una gran complejidad afectiva (no me parece casual que una de sus últimas obras escénicas esté inspirada en Rulfo).




Y en todos los momentos de su producción escénica, la valiente y dignificante apuesta ética.

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