Por: Juan Carlos Talavera
No creo que existan malas ni buenas palabras, sólo la intención que se les da con el volumen de la voz y algunos gestos. No creo en esa intención de las academias de la lengua por fijar el significado de las palabras, ya que es difícil hacerlo cuando algo está en constante movimiento”, afirma el escritor Francisco Hinojosa (Ciudad de México, 1954), que presentó su más reciente libro, Los niños perdidos (Planeta).
El volumen ilustrado por el artista, escritor y curador Fernando Llanos, quien realizó el making of de Amores perros, es una parábola que explora el significado de las malas palabras o palabras altisonantes, como “pinche”; así como la violencia y el humor negro que sobreviven en las calles, pero de pronto se olvida dentro de la literatura o el arte, explica.
Siento que (artistas y escritores) somos muy rígidos y, salvo algunos ejemplos destacados, el humor está proscrito y no se le hace tanto caso; a pesar de que es una manera accesible para cautivar al lector”, detalla en entrevista con Excélsior.
En este relato gráfico, Hinojosa y Llanos abordan la violencia entre jóvenes en una urbe que podría ser cualquiera; aunque tiene evocaciones de Morelia y la Ciudad de México, impregnada por una reflexión que registra las variaciones del lenguaje que pueden ser catalogadas como altisonantes y con registros que van del “pinche” al “wey”.
Las palabras están vivas y son del hablante. Cuando era niño escuché que alguien decía ‘buey’, y entonces refería a una persona que era catalogada como un animal. Pero eso cambió y ahora dicha palabra se escribe ‘wey’ o ‘güey’, y significa ‘amigo entre pares’. Luego encontré ‘pinche’, sobre la cual José Emilio Pacheco afirmaba que es la más autóctona que tenemos, que se dice muchísimo en la calle, aunque no al interior de las aulas en las escuelas”, dice.
Y también existen algunas palabras que pueden resultar entrañables, afirma, como ‘madre’, la cual tiene tal cantidad de significados dentro del lenguaje popular que puede transformarse en algo muy ofensivo.
También recuerdo que Guillermo Sheridan, hace algunos años, planteó 15 definiciones de la palara ‘pedo’. Así que la intención de este libro también es mostrar que nosotros somos los responsables y los dueños de nuestras palabras, y no una academia (como la Real Academia Española) que intenta decirnos cómo usarlas”, dice.
La lengua es un ente vivo que va cambiando y no se puede fijar, explica Hinojosa, “y por eso creo más en diccionarios como el de El Colegio de México, que están captado permanentemente las variables de las palabras; y no como lo procuran las academias, que intentan fijar y dictar cómo debe decirse y cómo no. Por ejemplo, hace poco vi la discusión de si el lenguaje incluyente debe o no usarse y ellos decían que no, que eso no debería ser. Bueno, perdón, pero yo creo que quien quiera usarlo tiene todo el derecho”, añade.
El autor de La peor señora del mundo recuerda que esta novela está basada en el cuento A los pinches chamacos, que escribió en los años 90 y que incluyó en Cuentos héticos (J. Mortiz, 1996).
El relato ha sido llevado a escena durante 17 años por el actor y director Esteban Castellanos, “quien creó un monólogo A los pinches chamacos bajo el título de Los niños perdidos, que adoptamos para esta versión en historieta, y que ha participado en el programa de teatro de la SEP, y se ha representado en América y España.
El montaje, que lleva unas 750 funciones, aborda el uso de ‘pinche’ y lo cierto es que su público, aunque no sea mexicano, entiende que se trata de algo ofensivo”.
Por su parte, Fernando Llanos habla sobre el ejercicio creativo de este volumen. “Más allá de que los personajes son un desmadre y se involucran en una violencia sórdida, de alguna manera mantienen ese candor infantil y preadolescente o esa ignorancia de sus actos con cierto humor.
Puedo decirte que el encanto de Francisco Hinojosa no sólo está en sus personajes, sino en la forma como lo narra; porque esta historia contiene una narrativa muy dinámica, aunque también es cierto que al transformarla a esta versión de novela gráfica adquirió otro tono y encontré que el reto gráfico era definir cuántas imágenes podría contener cada página y que se ajustara a las 48 ya definidas”, comenta.
Además, reconoce que dibujar es un acto complejo que va más allá de la repetición del trazo o de la selección del color, y que uno de los secretos que aguardó en este ejercicio es el uso de un estilo ecléctico, es decir, “no hay una receta que se repita en todos los cuadros e incluso la selección de pinceles es diferente en cada imagen”, detalla el artista.
Lo que pretendí es que ninguna página de este libro fuera exactamente igual; aunque sí hay algunas coincidencias y guiños a la Ciudad de México, como cuando aparece el Monumento a la Revolución, las Torres de Satélite y el Jardín de Villalongín, de Morelia; un homenaje a Felipe Ehrenberg, y un tributo a la película El Club de la Pelea, cuando entra la canción de los Pixies y la ciudad se derrumba”, concluye.
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