Por: José Ángel Leyva
Es difícil comprender cómo vive cada región del planeta las circunstancias climáticas del confinamiento sanitario, los estados de ánimo. Frías flores de marzo es un título difícil de descifrar para un habitante del trópico, pero para un albanés como Ismail Kadaré, autor de esa novela, es algo simple: la primavera es fría hasta casi finales de mayo, es decir, para estas fechas, cuando ya se anuncian medidas para el desconfinamiento gradual. Pero no sólo el clima; cada sociedad y cada gobierno, manejan y han manejado de manera distinta la cuarentena.
El poeta y traductor sueco Lasse Söderberg y su esposa, la poeta colombiana Ángela García, dan una versión opuesta a la de escritores y artistas de Argentina, Chile, Perú, España, Francia, Italia, Colombia, por mencionar algunos casos donde el rigor policiaco y militar se impuso sobre la libertad de los ciudadanos. En Holanda, desde La Haya, la violista Julia Dinerstein y su marido, el también violista Mikhail Zemtzov, ambos de origen bielorruso y con familia en México, coinciden en vivir un confinamiento relajado, pero responsable, basado no en “Susana distancia”, sino en una distancia inteligente y mucho trabajo desde casa.
El miedo
En México vivimos la fase tres, con la curva ascendente de contagios y defunciones por el coronavirus, y una guerra de cifras y de informaciones antagónicas en el plano nacional e internacional. Amigos de diversos países preguntan cómo vivimos la catástrofe sanitaria, el colapso hospitalario. Me parece ver la sonrisa de Daniel Sada agitando su novela: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Pero la preocupación a estas alturas son los cambios para bien —para mal— que traerá consigo la pandemia.
Michel Houellebecq declaró a inicios de mayo que se especula mucho con un cambio de paradigmas civilizatorios para mejorar la vida del planeta, pero, afirma categórico, esta crisis no es lo suficientemente grave para modificar conductas e inercias civilizatorias, todo volverá en esencia a una rutina de índole capitalista. El ya desaparecido Zygmunt Bauman parece haber previsto esta pandemia cuando en su Miedo líquido insiste sobre la irrefutable globalización, pero de carácter negativo, pues se basa en la concentración de la riqueza y el bienestar en unos cuantos países, mientras la pobreza campea en el resto del mundo.
Para unos significa perder la primavera, el robo de un abril, como expresa la canción de Joaquín Sabina, para otros es la fuente de trabajo, el pan de cada día; para unos son vacaciones, retiro espiritual, oportunidad de trabajo creativo, para otros el riesgo de perder empresas, empleos, ingresos, bienes, salud, la vida misma. Desde La Habana, Alex Fleites cuenta que el covid-19 está más o menos controlado en la isla, gracias a un sistema sanitario eficiente y una sociedad disciplinada, y a pesar del bloqueo, que impide el arribo de aviones con materiales sanitarios, a la mayoría no le preocupa tanto el coronavirus en la isla, sino en Estados Unidos, donde éste cobra más vidas en el mundo y donde ellos, los isleños, tienen casi todos familiares. Temen que el desconfinamiento pudiera acelerarse más por intereses económicos y políticos, lo cual traería consecuencias predecibles, desastrosas.
Cuando Madeline Millán, escritora puertorriqueña radicada en Nueva York, se contagió con el covid-19, comenzaban las escenas de muertes y cadáveres por centenas en su ciudad. El golpe de miedo fue semejante a la experiencia del 11 de septiembre de 2001 (11-S). Su marido llegó corriendo a casa y le dijo: “Ha comenzado la guerra”. La sofocó la noticia, pero no la paralizó. Sin pensarlo salió corriendo hacia la escuela primaria donde estudiaba su hija, cerca de las Torres Gemelas abatidas. Nadie entendía lo que estaba sucediendo, la realidad era el caos, nubes de polvo y gritos de terror. Madeline evoca ese acontecimiento porque desde el 2001 no cesa de pensar en el miedo y en la cobardía. Por ello, cuando el 16 de marzo se le presentaron los primeros síntomas de covid-19, su reacción inmediata fue no dejarse atrapar por el pánico, y decidió ocultar su situación para no alarmar a su hija (quien vive aparte).
La State University of New York, donde labora, se encuentra en los suburbios de la urbe, en Manhattan, y fue de las últimas en cerrar. Para entonces, una secretaria había sido hospitalizada por covid-19 (“Cómo siempre, donde hay negros e hispanos el interés disminuye —afirma—, incluso en Nueva York”). Pidió ayuda telefónica a las instituciones sanitarias, pero sólo le confirmaron el diagnóstico y le dieron instrucciones para atender los síntomas. El sistema hospitalario no se daba abasto. Decidió autoatenderse y no alarmar a su hija. Más tarde supo que ésta y su novio también habían contraído la infección.
“Cuando el miedo te envuelve, te destruye, no te deja pensar. Yo tomé mis decisiones. La cobardía puede convertirse en prudencia y reflexión, luego en fuerza para enfrentar las consecuencias. Hablé con mi hija a calzón quitado de la muerte. Eché mano de todos mis recursos y conocimientos para cuidarme. Y aquí sigo, pensando que esta pandemia nos enseña que la verdad es dominio de los poderosos y se la venden distorsionada a los Nadie”.
La escritora puertorriqueña Madeline Millán. (Fundación Valparaíso)
Sincronicidades le llaman algunos, pues Carlos López Beltrán, biólogo, literato y filósofo de la ciencia, fue víctima también del coronavirus. Atendió las indicaciones del “quédate en tu casa” desde el 23 de marzo, solo, en un pequeño departamento. Días después tenía signos claros de infección, sospecha que adquirió el virus durante una compra de víveres. Llamó a los teléfonos de emergencia sanitaria y recibió atención inmediata, lo orientaron sobre el manejo de la enfermedad.
A partir de entonces recibió varias llamadas al día para darle seguimiento a su caso y, como Madeline, hizo frente a sus malestares en aislamiento absoluto. Aunque sentía el cuerpo maltrecho y la cabeza adolorida y embotada, seguía a pie juntillas las órdenes médicas. Hizo pública su situación para enfrentar las descalificaciones al sistema sanitario. Recibió muestras de solidaridad de gente que le llevaba comida, que se ofrecía para lavarle la ropa o conseguirle medicamentos. Muchos también lo dieron por muerto en las redes sociales.
“Es curioso. Estuve también en Nueva York el 11 de septiembre, viví esa experiencia de dolor y pánico. Sentí también ahora, con el coronavirus, el temor, pero sobre todo la necesidad de recuperar la conciencia de lo que estaba pasando en mi cuerpo y de ser, por mi edad, un sujeto de mayor riesgo. Como biólogo, sé de virus, entiendo su estructura y sus funciones. Son parte de la naturaleza, es un material genético del mismo proceso de vida en el planeta. Es momento de hacernos muchas preguntas sobre el porvenir de la ciencia y la cultura, sobre todo cuando vivimos para contarla”.
Paola Stefani, antropóloga, productora de cine, afirma que este confinamiento lo vive como cuando tenía siete años de edad y sus padres vivían en la clandestinidad en Argentina y a ella y a su hermana Marcela las mandaron a vivir, a cada una, con sus respectivas abuelas paterna y materna. Vivían en la misma ciudad pero no podían verse. Luego vino el exilio y su llegada a México. “La realidad cambió y tuvimos que reinventarnos. Sé que después del horror nos juntaremos y abrazaremos todos. Y sí, habrá que reinventarnos en las nuevas condiciones impuestas por la pandemia”.
La cultura y el arte
Jorge Arturo Vargas, director artístico del grupo Teatro Línea de Sombra, expresa con pesimismo que le toca ser testigo de una metáfora cruel: la muerte del teatro en México. No de todo el teatro, no del comercial o de entretenimiento, sino del de búsqueda, del que apuesta por la inteligencia del espectador. Recuerda la frase del personaje central de su obra Baños Roma, el exboxeador José Ángel “Mantequilla Nápoles”, cuando decide quedarse a vivir en la vorágine sangrienta de Ciudad Juárez: “Yo ya estoy muerto”.
La cultura teatral vive en agonía desde hace años y ahora, con un desinterés institucional claro hacia el trabajo creativo, hacia todo lo que tenga un perfil intelectual, es inevitable que el teatro retorne a las catacumbas. El coronavirus se suma a la imposición de una distancia con el teatro. El también actor, dramaturgo y director escénico, teme el fin de cientos o miles de proyectos culturales autogestivos e independientes. Pero recapitula: “pensar la muerte del teatro es volver a imaginar la pulsión que lo mantiene vivo, aun en las catacumbas. No puede declararse muerto a quien aún pelea”.
Enrique Arturo Diemecke, director de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y director artístico del Teatro Colón, se pregunta con preocupación: ¿Cómo va a ser el futuro inmediato de la música, particularmente de la música de salas de concierto? ¿El público deberá ocupar asientos de manera alterna? ¿Sólo habrá posibilidades para grupos pequeños o de cámara, qué sucederá con la interpretación de obras que demandan orquestas de más de cien músicos? Diemecke ve un panorama complejo para un tipo de música que no tiene como propósito central el entretenimiento, que debe hacer grandes esfuerzos para formar públicos y músicos, para ser parte de una educación y de una sensibilidad ciudadana. “Yo, que vivo viajando, cómo será mi nueva realidad en los aviones y en las fronteras”, se pregunta.
Marta Eloy Cichocka vive en un pequeño departamento en Cracovia, Polonia, habla casi a la perfección el español, pero afirma que domina más el francés y el inglés. Ella trabaja todo el día en Zoom con sus alumnos universitarios y debe atender a sus dos hijos pequeños. Su esposo, el gran contrabajista Marcin Oles, debe ensayar cuando menos seis horas diarias. Ya se anuncian acciones de desconfinamiento porque el calor de mayo hace imposible resistir el encierro. Pero Marcin no tiene empleo. El gobierno polaco ha creado un programa de apoyo a los artistas, que incluye un modesto estipendio y atención médica, pero, augura Marta, el panorama inmediato para las artes, particularmente para los músicos, es oscuro.
Ada Castells, periodista y narradora catalana, ve con mayor optimismo ese horizonte; dice que en su edificio, donde nadie intercambiaba saludos ahora todos saben que ella escribe, están enterados de que su novela más reciente, Madre, quedó detenida en librerías y bodegas. Ella no vive de sus libros sino de su trabajo periodístico, y no vive mal, pero una vecina le dejó un sobre en la puerta de su departamento con unas líneas y unos euros. Para unos podría ser una ofensa pero a ella el detalle le arrancó unas lágrimas y le produjo un nudo en la garganta: “Los necesitamos, escritores, sus historias nos son indispensables, por favor, vivan”. Algo semejante dice el poeta Eduard Sanahuja, quien con otros colegas le compraron paquetes completos al también catalán Joan de la Vega, quien sostiene La Garúa, uno de los pocos proyectos editoriales de poesía que siguen dando la batalla, aunque el editor no es muy optimista sobre su futuro inmediato. En contraste, Fernando Rendón, director del Festival de Poesía de Medellín, piensa que la poesía tendrá en esta cuarentena un crecimiento, pues el tiempo juega en favor de los poetas.
La escritora catalana Ada Castells. (adacastells.cat)
Información y desinformación
En Argentina hay una lucha política sin cuartel: la oposición culpa a la actual administración de manejar mal la pandemia y de imponer medidas autoritarias de confinamiento. El gobierno responde que prefiere menos muertes y menos infectados aunque la economía sufra, ya habrá tiempo de recuperar la salud de ésta. Jorge Boccanera, periodista y poeta, quien vivió su exilio en México, cree que se ha actuado con responsabilidad, pero “se promueve desde la oposición un periodismo que taladra la subjetividad de la gente, ante otro que busca crear conciencia. La aporofobia, el rechazo a los inmigrantes y a los pobres, será con toda claridad la consecuencia de esta crisis y de una información sesgada, pues se les culpará de ser los factores de riesgo del contagio”.
Luis García Montero, poeta, periodista, narrador y director general del Instituto Cervantes echa mano de la lectura de Benito Pérez Galdós: Un faccioso más y algunos frailes menos. El asunto del libro parte de un bulo, una noticia falsa que se da por verdadera. Alguien culpa a los frailes de envenenar los pozos de agua y causar la epidemia que atormentaba a Madrid. La trama culmina con una masacre de religiosos. Galdós, no obstante su anticlericalismo, alerta sobre la manipulación de las masas. “Envidio a las democracias maduras donde sin renunciar a las ideas e intereses políticos se antepone el bien común —expresa García Montero—, donde se eligen líderes sensatos y no a aquellos que aconsejan limpiar y curar los virus con lejía”.
Adriana Malvido, periodista y escritora, recuerda que alguna vez le preguntó a un colega suyo de la revista Proceso: ¿Por qué son tan amarillistas? Y él le respondió: La realidad es amarilla.
“Lo que sucede hoy es muy fuerte, es inédito, suscita una información inmediata que conlleva la noticia escandalosa, que provoca un periodismo emocional. Pero hay otro periodismo más reflexivo, menos apurado. Es una lucha entre vender noticias y dar información. Pero no se puede negar que cientos de periodistas se juegan la vida en ‘las mañaneras’ y en los hospitales, que en verdad hacen su trabajo en medio del peligro, mientras otros hacemos nuestra labor desde la comodidad y la seguridad de nuestras casas. Nuestros juicios sobre el periodismo, en este momento, hay que hacerlos también desde la compasión”.
Adriana Malvido es autora de 'Nahui Olin: la mujer del sol'. (Foto: Paula Vázquez Córdova)
Los pobres del mundo
Antonio Gamoneda vio los primeros ejemplares de su segundo volumen de memorias, el primero fue Un armario lleno de sombra; se titula La pobreza, y se quedó varado en los comienzos de su distribución. El 30 de mayo cumplirá 89 años y vive para atestiguar la primera pandemia del siglo XXI. Acostumbrado al aislamiento voluntario a causa de largas jornadas de lectura y escritura, este confinamiento, sin embargo, le causó fuertes depresiones. Pero ya no, ahora ha descubierto una serie de relatos olvidados y trabaja con ahínco en éstos, como una sublevación al confinamiento y el “bicho coronado”, contra la muerte.
Su infancia transcurrió en la pobreza y entre el horror de posguerra, de asesinatos, torturas y fusilamientos. Sabe, dice, que después del confinamiento vendrá más pobreza, y para España un retroceso económico que la alejará de la Europa rica. En muchos países se deja morir a los viejos para dejar vivir a los jóvenes: “y eso está bien, un joven tiene una vida por delante, pero esa es una valoración productivista, ¿quién puede poner en la balanza la vida de Pedro joven contra la de Juan viejo? Lo que de verdad preocupa es que el ‘bicho coronado’ se cargue al capitalismo y no a millones de personas, menos aún si son pobres y si son viejas”.
José Ángel Leyva es escritor y jefe de publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México
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