POR: Alida Piñón / El Universal
Ella está en el escenario, su sonrisa es poderosa, inquietante. Dobla el cuerpo, manos y pies sobre el piso, mientras levanta suavemente su esbelta figura, su dedo índice y medio comienzan a caminar por cada centímetro de su pierna derecha, su torso, su cuello, su rostro. Ya de pie, toma entre sus manos un objeto metálico que cuelga de un hilo, lo mueve, despacio, empieza a bailar, a jugar. La música aumenta, el sonido es sensual. De pronto, él impone el silencio, ella rompe su movimiento.
Una mujer mira la escena, desde la butaca. No entiende lo que observa, se esfuerza por traducir en palabras lo que ellos hacen: danzar. No lo consigue, aquello le resulta caótico y complejo porque ya no son sólo dos bailarines quienes atrapan su atención sino cinco, que están moviéndose por todo el espacio, construyendo un cuadro, una partitura ilógica, incomprensible. Entonces ella se rinde y comienza a sentir.
Transcurre una hora de movimiento, música, arte, belleza. Los bailarines sudan, suspiran, gimen, el decorado, la luz, la utilería –espejo, bicicleta, escalera, clavos-, todo habla. La mujer sigue ahí, con las emociones sacudidas. La danza termina, las luces se encienden. Ha sido una experiencia fugaz, irrepetible, como la vida.
Es un jueves cualquiera, a las 7 de la tarde, en el Salón de la Danza de la UNAM, un espacio íntimo en el que apenas cabe media centena de espectadores. La gente aplaude la coreografía de Vicente Silva y Kazia Orantes, titulada “El Objeto en el Sujeto”, quizá algunos querrán recomendarla pero queda sólo una fecha más, la temporada es sólo de tres funciones y no hay certezas de que pronto se presente en otro espacio, y si acaso los artistas consiguen otro escenario para este montaje muy pocos lo sabrán porque la difusión de la danza contemporánea es casi fantasmal.
Por lo pronto, esta tarde ha sido buena porque hubo un público receptivo, dispuesto a trascender su deseo de ser simplemente entretenido; los intérpretes parecen haberlo percibido porque lucen emocionados al ver que cada rincón del Salón está ocupado por jóvenes, niños, adultos mayores. No siempre es así, incontables veces han tenido que bailar en teatros casi vacíos, con asientos generalmente ocupados sólo por gente de la misma comunidad dancística que puede ser crítica y hostil.
Uno de los niños que presenciaron la obra se dice sorprendido –sobre todo por el semidesnudo de una bailarina, aunque su madre le explicó que había sido “artístico”–, su hermana mayor también, a ella le asombra que los bailarines puedan tirarse al piso una y otra vez sin dar muestras de dolor. Es la primera vez que asisten a una función de danza, a la que llegaron por casualidad, y prometen volver, quizá ellos lleguen aser parte del tan mencionado “nuevo público”, lo cierto es que nadie lo sabrá.
¿Hay público para la danza contemporánea?
Las cifras oficiales advierten que la danza es una de las disciplinas más ignoradas por los mexicanos, incluso en ciudades con una digna oferta cultural. Y si los que respondieron a las encuestas no mintieron, el contemporáneo ocupa el tercer lugar en el gusto de la gente que está dispuesta a ir a un teatro y pagar un boleto. Para el gremio ni siquiera es necesario leer los números, la realidad la viven en cada función y en cada bolsillo.
Entrevistados por EL UNIVERSAL, miembros de la comunidad dancística, como críticos, coreógrafos, bailarines, promotores y espectadores, enlistan las razones de por qué una disciplina que ha gozado de épocas doradas, que cuenta con talentos de altísimo nivel y con figuras de renombre internacional, no ha conseguido impregnarse en la sociedad:
Escasa difusión, deficiente educación artística en las escuelas desde el nivel básico, pocos espacios para presentarla, propuestas coreográficas que ahuyentan por su lenguaje encriptado, un público que rehúye al arte que le exige algo más que sólo contemplación, políticas culturales con caducidad de seis años, funcionarios incapaces de generar ideas que reviertan esta realidad, imposibilidad para competir con la saturada industria del entretenimiento, artistas más interesados en mantener la beca que le proporciona el Estado que en crear una obra para y por la gente, involuntad institucional para realizar un análisis sobre cuál es el público de la danza y cómo se pueden atender sus necesidades; entre muchas otras.
Sin embargo, para Lena Díaz, promotora, ex bailarina e investigadora, hay otra razón con una raíz más profunda: “La relación con nuestro cuerpo es muy compleja, desde pequeños no estamos cómodos con él y no nos sentimos dueños, por eso es muy difícil que podamos apreciar un arte que sólo es cuerpo. Si no hay un placer por nosotros mismos, difícilmente podremos sentir empatía por el de otro que, además, está en movimiento”.
Esta situación, advierten algunos de los consultados, no podrá cambiar con “acciones de relumbrón” como un reality show Ópera Prima @elcolectivo, que esta noche comienza a transmitirse por Canal 22 a las 21:00 horas, aunque los involucrados como el coreógrafo Ruby Gámez lo defiende al asegurar que será una ventana importante que irremediablemete provocara que la gente, al apagar el televisor, vaya a los teatros.
“No rendirse”
Lena Díaz, Elizabeth Nochebuena y Guillermo Hernández se declaran amantes de un arte que se caracteriza por su diversidad y abstracción; y se definen como unos necios porque insisten en sembrar semillas en un terreno muchas veces desértico.
Son promotores de danza (Elizabeth también es ex bailarina e investigadora) y durante muchos años se han dedicado a generar ideas que deriven en la conquista de públicos. No ha sido fácil y advierten que es un trabajo colectivo.
“La experiencia nos dice que para traer al público no hay reglas claras porque hay un sinfín de factores que no podemos controlar, como una marcha que desanimará a alguien a venir al teatro. Y creo que a nivel institucional falta imaginación para hacer estrategias efectivas”, dice Lena. Guillermo, agrega: “La danza sí conmueve porque es poderosa, lo hemos visto y es por eso que seguimos con la certeza de que no debemos rendirnos”.
Aunque la situación es adversa, refiere Elizabeth, la danza contemporánea está hecha por gente que eligió este camino y alrededor hay más personas interesadas en promoverla. “A veces la frustración se impone pero gana la necedad, la danza merece el esfuerzo de todos”.
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