sábado, 12 de julio de 2014

La triste historia de Juventino Rosas

 
 
Por: Hugo Roca Joglar
 
Qué tenebroso resulta escuchar el “Vals sobre las olas” mientras la mente recrea la triste historia de Juventino Rosas (1868–1894). Entonces todo comienza a sonar diferente. Ya nada en la música puede ser alegre. El fantástico baile sensual, tierno y chispeante se convierte lentamente en el más oscuro réquiem. 
 
La orfandad
 
Juventino nace con la obligación del violín. Falta ese instrumento en la banda de la familia. Su padre Jesús toca el arpa, su hermano Juan la guitarra y su hermana Patrocinia canta. Los Rosas son los únicos músicos de Santa Cruz de Galeana (Guanajuato). Todo lo amenizan en el pueblo, desde quince años hasta peleas de gallos.
 
El violín de Juventino es serrano (sin barniz, madera agrietada) pero le saca un canto tan claro, de sonidos tan brillantes, que el padre, animado por el talento de su pequeñito, viaja a la capital con toda la banda. Se instalan en Tepito. Su idea es tocar música de salón para familias ricas. Han escuchado a otras bandas, casi todas malas (en el vals pierden el ritmo y en la mazurka aceleran demasiado). No pueden explicarse por qué nadie los contrata. Un bandoneonista callejero se compadece. Les aclara que la apariencia es más importante que la calidad. Los músicos deben lucir franceses, y los Rosas, con sus rasgos otomíes, serían, entre ricos, un espectáculo desagradable.
 
Juventino trabaja como campanero en la Iglesia de San Sebastián y por las noches, junto con su padre y hermano, toca como parte de Los Elvira, uno de esos conjuntos que van de cantina en cantina al servicio de borrachos por las madrugadas. Un hombre los insulta una noche: “Músicos de mierda y además desafinados”. Jesús, antiguo soldado que peleó por Juárez, tira el arpa y se le lanza. El hombre, bravo por el pulque, saca una pistola y dispara. El hijo mayor ve cómo el padre cae muerto, tira la guitarra y se lanza sobre el asesino. Otro disparo y Juan también cae muerto.
 
El desamor y la muerte
 
Juventino tiene doce años. Es huérfano. Toca su violín en Donceles a cambio de unas monedas. Lo invitan a la compañía de la soprano Ángela Peralta, una diva en desgracia. El público solía adorarla, pero la desprecia desde que se ventiló su romance con su administrador (Julián Montiel Duarte). Recorren la provincia con Aída. A Juventino le gusta Verdi; es trágico pero alegre, tocarlo le divierte. Llegan a Mazatlán. En el puerto hay epidemia de fiebre amarilla. Los músicos se infectan y comienzan a morir. La función del 24 de agosto de 1883 se cancela. Ángela muere a los seis días y de los 80 integrantes de la compañía solo se salvan cuatro. Juventino es uno de los sobrevivientes.
 
Regresa a la Ciudad de México. Toca en bandas callejeras. Un diletante, Manuel M. Espejel, lo inscribe en el Conservatorio. Juventino se aburre. No le interesa aprender teoría musical. Se va con su amigo Pepe Reina a un pueblo (Contreras) atravesado por un río. Compone a su aire. Sin escuela. Cosas simples, para ser bailadas. Sus obras gustan. Ya tiene 20 años. Le compone un vals (“Carmen”) a la primera dama y ésta le regala un piano de cola que Juventino vende. Ahora todas las damas ricas quieren de él una obra. Comienza a componerlas por encargo y les pone nombres melodramáticos, como “La cantinera”, “Ensueño seductor” o “Sobre las olas”.
 
Esta última pieza, un vals, se hace célebre y Juventino se enamora de Juana Morales, una de sus admiradoras. Hablan de casarse. Ella cree que al ser un compositor famoso, Juventino tiene dinero (en dos años, el “Vals sobre las olas” produce cerca de 200 mil pesos, pero él no recibe nada, pues cuando lo estrenó en 1891 vendió los derechos de la partitura a la casa Wagner y Levien por 45 pesos) y lo abandona al descubrir que en realidad es pobre. Juventino se desquita bebiendo aguardiente. Ingresa al ejército. Quiere que alguien lo mate.
 
Viaja a Morelia como parte de un batallón y en una cantina compone la mazurka “Junto a ti”. Deserta en 1893 para unirse a la Orquesta Típica en una gira por Estados Unidos. En Chicago lo contrata una compañía itinerante de zarzuela. Desembarcan en Cuba y tras cuatro funciones desastrosas el grupo se deshace. Juventino, que no se separa del aguardiente, enferma de mielitis espinal y no puede irse de la isla. Muere en una casa de caridad de Batabanó el 9 de julio de 1894 a los 26 años.

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